domingo, 1 de noviembre de 2015

La Ciénaga. Lucrecia Martel. 2001.



La metáfora del río como recurso para narrar el devenir vital del ser humano bien podría servir al gran Renoir en su aventura por las tierras del Ganges, sin embargo, hoy esta visión del río que al mar nos ha de llevar sin más se antoja falta de la realidad del agua, ya no de sus estados o formas, si no de las implicaciones que todo devenir material encuentra en el tiempo. Por ello, la toponimia y el lugar elegidos por Lucrecia para contarnos esta historia de bebida, decadencia y amor, parece acomodarse mejor a los datos de una realidad diversa, tan desacoplada como fluida, en el cieno de un pantano.


Ahora somos barro de verdad, para algunos de polvo de estrellas, otros seguirán recurriendo a ancianos dioses y figuras de todo tipo, otros se inundarán permanentemente ante la falta de referentes, pero todos continuaremos el viaje hacia la mar observando que los saltos, los valles y meandros que hemos de pasar no son la quintaesencia del navegar sino todo un arsenal que parece conspirar contra la vanidad que ofrece el último sustrato referencial que maneja el timón, el ego. En la maraña de situaciones que ofrece la vida cada cual va a buscar refugio en su propio lodadal, invirtiendo sus esfuerzos en esclarecerse asímismo, en mirarse en el espejo para poder encontrarse. Así es un retrato de familia coherente donde el idilio conservador deja paso a una realidad tajante y abierta, que golpea a unos y a otros, repartiendo agua y barro para que moldeemos una figura distinta de la misma pieza para pasear.

La curiosidad y el mal fario ya no son los únicos indicadores de una nueva realidad en la que estar atentos y a la escucha puede parecer pueril, pues el sonido sordo del mundo acelerado ciega a una crítica de nuestro propio ser en devenir, de una realidad que se nos escapa dentro de nuestros ideologemas más rudos y elementales. La vida ya no es el mero transcurso de estaciones, ni el sentido fluvial del movimiento, es el puro barro en el que crecemos, una ciénaga de la que brota todo un mundo para oír.