El amor puede ser tan indeterminado como los tiempos que nos recorren y definen, líquidos, híbridos, enraizados dentro de la amalgama de situaciones que ponemos en juego en cada acción, en cada emoción, en cada pensamiento. El amor y las personas que lo sustentan se han convertido, como el resto de asuntos humanos, en un libre albedrío donde la mezcolanza ataca a la auténtica subjetividad que lo incorpora y materializa con su acción, con su verbo, con su caricia y mirada. Arrinconado en el cajón donde se quiere aún menospreciar a la mujer el amor ha sido una facultad de escasa virilidad enfrentándose, aquí, a un personaje que representa esta algarabía de los tiempos donde la individualidad puede representar tanto lo mejor como lo peor. La sensibilidad va a flotar en unas imágenes que nos dejan bien claro la piel nueva de una varón por llegar, un varón atento a la ética de los cuidados que corresponde al hombre en su particular estado natural de primacía. Una sensibilidad universal difícil de alcanzar, casi de fútil intento, pero que aquí sirve para enmarcar cómo el amor ha generado algunos de los motores del mundo, de la historia, de la vida individual de algunas personas que, desde más allá de Platón incluso, conciben una idea como guía y necesidad para el transcurso vital que ocupamos en este espacio singular que es nuestro cuerpo y que la protagonista virtual no puede percibir acercándose silenciosamente a ese no lugar que a veces se asemeja a ciertos refugios que ofrece la filosofía ante la indeterminación del mundo, del cuerpo.
El amor puede ser tan asombroso como el descubrimiento, es la novedad interpretada desde las miras de las singularidades de los afectados y desafectados. Se aprecia ese sentimiento incluso asociándolo fisiológicamente al incipiente sexo que florece junto a esa novedad del amor correspondido y consumado inicial, o puede ser apreciado mediante la constante renovación de un sentimiento en conflicto con la multitud de eventos que se relacionan con él y lo atraviesan. Por ello, las respuestas ante tal emoción son tan variables como los seres que las soportan, la universalidad tropieza con la variabilidad cultural e histórica de un fenómeno estereotipado en cupidos y corazones, en familias e hipocresías. En el propio film vamos a observar distintas respuestas, aunque todas ellas muy vinculadas a un concepto de amor ligado a una filosofía entre platónica y spinozista donde el conocimiento adquiere un valor anexo al propio sentimiento, y es necesaria una comunicación para desvelar ambas características del hecho amoroso, su faceta misteriosa, subjetiva, privada, y su faceta inteligible desde la universalidad del logos, del expresar un hecho que conlleva dentro de sí todos los opuestos que pueda uno imaginar. Theodore es un comunicador de estos sentimientos, un esteta para otros incapaz de asumir que en la sensibilidad también se ven afectadas negatividades que deben ser expresadas, localizadas y neutralizadas por ese cambio posible que detenta toda relación.
El amor puede ser, dentro de este azar y gracias a la curiosidad humana, el escaso elemento ancestral que guíe nuestras conductas, que amplíe reorganizando el desencantado espacio vital social desde una individualidad humana, demasiado humana quizá, que atienda a la expresión de un arte amatorio lejos de corsés y tan plural como falto del cinismo y la hipocresía que recorre tal sentimiento en la actualidad.
Vale amar todo, no todo por igual.
Dilucidar cómo efectuar esta tarea, la de aprender a amar, debe ser nuestro escaso mapa para no confundir meros caprichos con las verdaderas afecciones que te hacen crecer, creer, cambiar, volver a soñar.