lunes, 11 de abril de 2011

Gardenia azul (The blue gardenia). Fritz Lang. 1953.


Un maestro lo es por películas como esta. Una obra menor, dirigida casi por imposición si es que quería volver a dirigir algún día por sus colaboraciones con las brujas, y sin embargo el ojo de Lang se muestra inquieto, cual pintor, dando tonos sombríos y trágicos a toda esa sociedad que refleja. No es un film negro de máxime expresión pero las pocas notas del maestro caracterizan de forma tal una típica historia que parece como si de un clásico del género se tratara. Esto lo podemos observar en los planos de atmósfera cargada, cerrados y con una iluminación que acentúa el dramatismo, o en la inversión de la femme fatale por un hombre y su caracterización. Incluso se permite unas notas de humor, de ese humor negro y ácido que sólo puede aparecer en un retrato de esa falaz e hipócrita sociedad norteamericana que reclama libertad e igualdad y que el propio autor comprobó en sus carnes durante un año.

Y que decir del retrato de la mujer, de esas tres compañeras de piso y de trabajo, tres diferentes mujeres atrapadas en su rol, en el sino que la sociedad les imponía (y hoy le siguie imponiendo) como bien atestigua la libreta llena de teléfonos que el afamado periodista desecha cuando ha encontrado al verdadero amor. Y encima una actuación de Nat King Cole cuyo tema nomina a la película. No es esa onírica mujer del cuadro, pero merece la pena.

Hiroshima, mon amour. Alain Resnais. 1959.


Que mejor ciudad que para reflexionar sobre la sinrazón, en este caso la del amor, que mejor lugar que un nocturno café para desvelar a la persona elegida un oscuro y trágico modo de amar que a nadie deja indiferente. Se puede amar y se debe amar sin ninguna exclusión y sin embargo esa misma pasión puede ser tan destructora como la peor catástrofe. Bajo este dualismo Resnais nos ofrece un relato más cercano al discurso poético con una gran mezcla narrativa audiovisual en estado puro, pero sin dejar de contar la tradicional historia que se supone deben proyectar las películas, y sobre todo sin hacerlo mal dada la acertada elección de historia y sus personajes. La ciudad continúa con la vida, el amor como la vida brota en cualquier lugar, de forma inesperada y repentina, en vano podemos luchar contra él, contra su impertérrito refugio en lo recóndito de nuestra alma. Pero para ello hemos de ser conscientes de que los otros también aman, aunque sea de modo diferente y a personas o cosas diferentes de las que nosotros apreciamos. Hay que saber amar, dejar amar a uno mismo y al resto, e igualmente hay que saber dejar de amar. No se puede olvidar pero hay que ser capaces de perdonar.