domingo, 5 de junio de 2016

Truman. Cesc Gay. 2015.



Se muere uno cómo puede, como dice el moribundo personaje de la cinta, y pareciera que se muere como se vive, pues éste, lejos de entender unas relaciones personales y unas circunstancias más allá de un ego personal cercano a la fábula del gorrón acepta con la misma valentía, o ironía, el destino por llegar. Y quizá ni se muera como se puede, ni como se viva, y que las opciones sean el reflejo del sintomático campo que abre una libertad de elección que hoy es negada en tantos márgenes por tantos defensores de la misma. No son la falta de relatos, ni de seguridades, ni otros elementos los culpables de las paradojas que afectan a las sociedades prejuiciosas e hipócritas que habitamos.

Hablamos de nosotros con la seguridad de conocernos, de sabernos de una manera, con una cierta personalidad cohabitada en los silencios foráneos. Hablamos de la muerte cuando en realidad queremos hablar de la vida. Ofrecemos ejemplo para que cada cual, al final, no pueda atravesar sus propios miedos y nosotros mismos adoptemos esa misma pose de seguridad que ofrece el mismo contacto social que rehusamos abrir para no herir ni ser heridos. Los tabúes y prejuicios pareciera que ofrecen un relato más prometedor de nuestro verdadero rostro, pero esto tampoco es así pues en los territorios poco habitados nuestra acción es tan impredecible como en el terreno más habitual y seguro.

El Goya aporta unas expectativas que a veces difumina el verdadero trabajo de una cinta que cuenta mucho en los cuatro días de reencuentro de una amistad que como muchas están forjadas no en la semejanza que muchas veces demandamos de una relación, si no en unas diferencias, que realmente no completan, si no que señalan que la efectividad de éstas puede ser el pequeño milagro de una sociedad cortada por las mismas expectativas que nublan muchas ideas.