viernes, 19 de marzo de 2010

El tercer hombre. The third man. Carol Reed. 1949.


Volver a ver obras maestras como esta siempre es gratificante, ver una película llena de intriga, tanto visual como dramática mantiene el tono psíquico adecuado, es como un entrenamiento para los sentidos, un modo de gozar con planos oblicuos, con magistrales luces y tétricas sombras, con giros inesperados e irremisible continuidad, en fin disfrutar con una cinta que habría podido firmar el propio Welles pero que sin embargo lo hace un lúcido Carol Reed, autor al que siempre he tenido en alta estima simplemente por el hecho de dejar el mundo el día que yo llegaba. Baste citar la prodigiosa aparición del amigo muerto sobre el que gira la trama, o la conversación en la noria, desde donde los puntitos negros no importan más que desde otra perspectiva aún más cercana.
Así es la vida, una gran noria que gira sin fin, continua y eterna, dando relevancia unas veces a una cosa, ora a otra, focalizando según propios y ajenos intereses, pero que vuelve sobre si misma inexorablemente posibilitando la capacidad de aprender, la disposición a volver a ver, tal como acaba de plasmar en mi revisión de este gran film.

martes, 9 de marzo de 2010

Los abrazos rotos. Pedro Almodóvar. 2009.


Tildar a esta película de almodovariana puede parecer una tautología, sin embargo no creo que exista un calificativo mejor, aún a expensas de parecer vacía de sentido tal denominación. Y es que todo el universo fílmico anterior se encuentra condensado en la, una vez más, enrevesada trama de la película. Una historia de amplias connotaciones temporales, de desdoblamientos en los personajes, de amplios recursos narrativos y simbólicos, de gran fuerza y tensión siempre bien condensada y atravesada por esa mirada hacia lo pasional que aflora en los asuntos humanos, muy humanos. Quien haya seguido la carrera de este ilustre manchego comprobará de buena mano el valor de lo afirmado en la primera aseveración, quien se asome a este universo grotesco del ser humano que suele proponer el autor, descubrirá un drama tan cercano y real que los complicados cruces que llevan a él no son sino simples y fatuos elementos a los cuales alguna vez, quizá hayamos de someternos en este caos al que llamamos vida.

martes, 2 de marzo de 2010

Troya. Troy. Wolfgang Petersen. 2003.


Homero quiso transmitir una historia de dioses donde estos encontraran la legitimidad que les correspondía, el mito nacía y contra él siglos después se sublevaron célebres griegos pensantes. Hoy, desde el nuevo mito instalado en los media se subvierte la historia para humanizar más al héroe, asemejarlo a ciertos patrones actuales e intentar conseguir en oro monetario cualquier desviación del clásico. Lo pobre de la historia es que sigue habiendo pocos que se subleven contra este tipo de cine tajante y acreedor de la verdad absoluta, y menos aún los que lo hacen contra el mito supremo globalizador que pretende dormir e instalar una sinrazón apoyada en la fuerza visual que exige el hombre de hoy, el “homo videns” del que tiempo atrás leí.
En eso consiste todo en trocar a nuestra conveniencia la más pausible realidad y deformarla hasta hacerla deseable por cualquier camino, aún cuando sea antagonista y no se antoje fría en otro contexto. Así podemos merecer la fuerza y astucia de Aquiles, la voluntad de Héctor o la belleza de Paris, pues no es tangible por el contacto que ese otro héroe de carne y hueso mantiene ficticiamente con el clásico.
Entretener, entretiene, aleccionar, poco que pensar, educar, más bien inculturiza, pues lo instructivo siempre secundariamente, tras las perras gordas, que son las que importan.