miércoles, 30 de octubre de 2013

Carretera perdida (Lost Highway). David Lynch. 1997.



No soy muy fan del cine de Lynch, aquella serie tan famosa y lo que supone en el terreno audiovisual y su nueva narrativa nunca han sido de mi gusto, y no es que añore el relato clásico ni mucho menos, pero bueno esa es otra historia. Y aquí en esta película Lynch se nos muestra como ese configurador de un imaginario muy visual, pero de contenido casi nulo. Contar cuenta mucho, pero el qué sea eso que cuenta es otra cosa. 

Estamos en la típica narración donde puedes acabar tan perdido como creo que el autor quiere hacernos sentir. Perdidos en esa carretera circular cuyo frenesí inicial con las notas de Bowie cesan para mostrarnos una historia de sexo, mentiras y cintas de vídeo, pero sin la fuerza del original de Soderbergh. A veces toma las características del vídeo-clip, a veces estamos ante un thriller, y a veces ante un drama, otras nos vamos al porno, y al final el cóctel acaba donde empieza dejando demasiadas dudas que lo paranormal no puede llegar a explicar. Como espectador estamos acostumbrados al típico relato, no defiendo dogmáticamente esto, pero tampoco una sucesión de transformaciones por las buenas. Existen películas fantásticas e increíbles con un mayor grado de precisión y explicación, sin tener un ápice de esto último, que esta carretera tan perdida como difícil de encontrar.

Me quedo con Patricia Arquette, desborda la sensualidad buscada por todos lados (¿qué fue de esta gran actriz? a mi me enamoraba). Me gustó el universo cerrado y asfixiante que recrea en los interiores contra la apertura de los espacios abiertos. Algún contrapunto musical y el uso de distintos formatos. Por lo demás, el salto de reglas surrealista, hace tiempo de Buñuel o Man Ray...


martes, 29 de octubre de 2013

Historia del último crisantemo (Zangiku monogatari). Kenji Mizoguchi. 1939.



¿Qué se necesita para contar una historia con profundidad y un hondo sentimiento en cada pequeña narración que es cada plano? Ser Mizoguchi, ser un japonés acertando a manejar el plano en sus dimensiones dramáticas sin caer en el sentimentalismo del primer plano ni en la verbigracia del montaje. Ser un virtuoso en la puesta en escena, en hacer sentir a la cámara en movimientos cuya candencia acompañan el ritmo de la acción, desde un enamoramiento sincero, hasta los entresijos de la farsa, de la promesa, y del círculo en que toda escena acaba. La calidad sintáctica de las imágenes de Mizoguchi está en esa categoría de perfección a la que toda escuela narrativa audiovisual debe rendir homenaje. Perderse en cada travelling al tiempo que descubrimos, un antes y un después delimitado por movimientos y acciones, es un ejercicio al que el maestro japonés nos invita con el especial estilo nipón.

Y aquello que nos narra es tan importante como esa estética audiovisual, y con la misma parsimonia nos introduce en el mundo del teatro japonés del siglo XIX, en la sociedad histórica japonesa donde la mujer, como en el resto del planeta, es relegada a mero objeto. El halago fácil por la posición heredada es un síntoma tan antiguo, como moderno, y aquí, en ese mundo del kibuki, pertenecer a una saga, igualmente que en la mayoría de sociedades, otorga esa posición dominante, muchas veces tan inane como prepotente. Sin embargo, nuestro actor va a recibir en forma de amor el halago de la verdad, del apoyo e inmolación a una idea. El amor como abandono al ser del otro, al deseo del ser amado que no debe confundirse con el de ser amado. Aquí radica la fuerza del personaje femenino que a pesar de las ataduras sociales logra dar un sentido a su vida desde ese deseo que nace de la honestidad. Ejemplo de amor moral, muy en consonancia con el ordo amoris spinoziano, donde el sujeto no espera tanto del amor sino que se entrega a él sin esperar la certera correspondencia y respuesta simple. La vida fluye igual, el halago al final viene a significar lo contrario al amor, al este amor de renuncia que nuestro actor tuvo un día, y perdió en los espejismos de todo sueño. 

Y en torno al teatro y su delicada relación con la representación, con la realidad y con la sociedad, el maestro japonés suscita muchas de las problemáticas conceptuales en torno a esas relaciones. Ya en su forma y estilo se advierte el valor de sinceridad que debe acompañar al ejercicio cinematográfico, compañero e hijo de la clásica representación teatral. La escena cuando se mueve indica también un estado de ánimo tan patente como el de la propia acción. El travelling de la búsqueda desesperada en el tren es fiel reflejo de esto. En esta secuencia se condensa la principal idea de cine, y de la historia, que nos narra Mizoguchi, una historia de amor donde la tradición impide la renovación, donde los honores, merecidos e inmerecidos dan sentido a una cultura en cambio.

Y aunque nuestro protagonista prefiera ser amado, simplemente, y pierda la oportunidad de vivir otro sueño, basado en la fuerza de la realidad como muestra ella en su lecho de muerte, nunca ya podrá evadirse de la crítica benevolente sin pensar, conscientemente, de que lugar del cuerpo saldrá, si del corazón que un día conoció o de las tripas del tirano respeto.

Quizá le faltara algo de ese hamor del procomún del que habla la isla de ColaBoraBora.


sábado, 26 de octubre de 2013

Relámpago sobre el agua (Lighting over water AKA Nick's Film). Win Wenders, Nicholas Ray. 1980.



¿De quien habla realmente la película, de Ray y su propio malestar hacia si mismo, o de Wenders y el malestar de una sociedad que ya no puede encontrar algo llamado arte? La película planea sobre dos figuras del llamado séptimo arte sin apenas rodearlas, buscando algo que contar al tiempo que narra demasiado, ya que la vida exprimida de Ray deja de ser importante ante el advenimiento de una muerte segura a la que sólo le falta la fecha concreta. Y aunque Nick quiere participar, no sólo como actor, y saque fuerzas para continuar y planificar ciertas secuencias que impliquen a Wenders personalmente, el resultado, como deja entrever el epílogo, parece mostrar el ego del director, el punto de vista del narrador, de quien pone la cámara a funcionar, pues entre cortar y no cortar, entre grabar y no grabar, siempre hay un autor, una persona que será quien marque el devenir de la filmación, aunque sea  a través del montaje. De ahí la ambigüedad del film, la ambivalencia proyectada a través del recurso al vídeo y al 35 mm. entre otros formatos narrativos, pues en esa propia mezcla de interés, autointerés y nostalgia por algo llamado cine se percibe aquello que pretende Ray, el reencontrarse consigo mismo y echarse sus propias cuentas al mismo tiempo que Wenders explora la idiosincrasia del nuevo cine posmoderno y todo su inane elenco poético.

Baudrillard y Lyotard, y la pornografía de la imagen debían de tener mucha razón cuando estos franceses caracterizaban la imagen posmoderna como una necesidad de satisfacer la realidad, como un acontecimiento creador de señales que solo sirven como modo de engatusar al pobre espectador que, indefenso ante la muestra parcial de un realidad acotada, sólo puede mirar sin aprender o reprender. ¿Pero entonces, nos es lícito hablar de esta película como espectadores, podemos acaso sacar algún sentido por precario que sea ante esa estética de la decrepitud representada por lo que fue, un autor, un arte, un estilo?

La pornografía de la imagen surge en el mismo acto en que Edison filma un beso, o los Lumiere nos acercan un tren, y no digamos con el mago de los viajes lunáticos, por tanto hablar de cine, de sus fantasmas, los nuestros o los de los protagonistas no es tan banal como quizá pensaras los distinguidos franceses. De ahí el valor de la película, que si bien no llega a encontrar el verdadero ser de Ray, su lucha y tormento tras la muerte de Dean y posterior viraje vital hacia lo "oscuro" de la realidad social, al menos deja claro los intereses de la nueva generación de cineastas, preocupados no ya por la gran forma, la pequeña forma o la poética instalada en el film, sino por la propia concepción de aquello qué es un film, de lo característico de eso que a veces llamamos arte y que tanto tiene que ver con la vida, con la sensibilidad. En la soterrada expresión de estas dudas es donde podemos encontrar el verdadero valor del film, pero para llegar a ello primero hay que desterrar demasiadas concepciones y prejuicios, pues servirse de la muerte de una persona, de su fama y de su halo artístico es tan sucio y coherente como practicar el travelling de Kapo o filmar besos y trenes.

P.D. Que pena de epílogo, con lo hermoso que hubiese sido filmar el junco en el agua, sin más...

viernes, 25 de octubre de 2013

Quemado por el sol (Utomlyonnye solntsem). Nikita Mikhalkov. 1994.



El amor y la ideología mueven el mundo, para bien o para mal pero su fuerza hace de catalizador de múltiples experiencias en la vida humana. A ellos se les unen otros aspectos, sentimientos, emociones y un largo etcétera de consabidas prácticas humanas (por muy inhumanas que algunas puedan ser) para colorear y teñir la complejidad de la vida humana. Y aquí Mikhalkov va a retratar esas dos pasiones humanas fundamentales para hacer un retrato de la sociedad soviética sometida por un fanático como Stalin. Las incoherencias y la doble moral presente en cualquier ámbito humano, relativo de por sí, aparecen bien delimitadas a través, por ejemplo, de esos nombres del cuento que va a contar el recién llegado tío Mitia. 

El relato es un flashback del suicida arrepentido, pues quizá como mostrara el coronel, siempre existe una elección ante la cobardía, ante el temor, ante cualquier situación. Así, las bolas de fuego que anuncian los noticiarios van a convertirse en alegoría de el especial incendio y destrucción que acompaña a toda cultura, a toda composición social movida desde los parámetros con los que empezábamos el post. Amor y odio, ideas y fanatismo, se mueven por todo corpus social para acabar arremetiendo contra ellos mismos. La dificultad de encauzar la fuerza de las pasiones, de las ideas, no suele acompañarse de buenos resultados pues la fe ciega de muchos seres por tener, poseer, ya sean amores o ideas, no suele compatibilizarse con el ejercicio reflexivo que debiera acontecer en el pensamiento y en la emoción humana (aquí estos día tras el acontecimiento Parot-Estrasburgo observamos demasiado sobre ello). Las bolas de fuego, de venganza por el amor perdido, arrebatado, las de un cuerpo político y policial adocenado y servil, van a acabar con el pequeño sueño amoroso que observamos en esa dacha demencial, pero sana. Y sin embargo, de nada servirá, pues la fuerza de estas ideas no muere, el amor ideológico, la idea del amor, continúan y continuarán moviendo el mundo con nuevas bolas de fuego transformadas en múltiples acontecimientos, pues la idea del amor y el amor a una idea son como las caras de una misma moneda que rueda de canto por esa superficie que llamamos tiempo.

La música, la pintura, la cultura, el arte, todo cabe en esta pequeña joya cinematográfica. Y ellas son tratadas con la misma precisión conceptual que ideología y amor presentan. Si por un lado la música refleja ese sol rojo falso, por otro sirve como elemento de contraespionaje, si la pintura costumbrista es reflejo de la decadencia, aquí los planos derrochan esa hermosura muy en contraposición a ese formalismo ruso, si el amor es hacia la patria, la tierra, la familia, la mujer, la correspondencia de éste es tan divina como un paseo en barca, el reconocimiento de la influencia, y la entereza moral de quien sabe despedirse con un simple beso. Y para eso, la hija del propio director y protagonista, es fundamental. Hay miradas que duelen por su amor, por su sencillez y que atrapan tanto como la mejor historia. 

Decía Clara Campoamor que la libertad se consigue practicándola, y yo me pregunto, y ¿la igualdad? Seguimos corriendo para huir.

martes, 22 de octubre de 2013

De óxido y hueso (De rouille et d'os). Jacques Audiard. 2012.



De dolor y fragilidad, de amor y sexo, de necesidad y desapego, de naturalidad y de miedo... Hay tantas palabras para poder caracterizar mediante una analogía con el título que no acabaríamos nunca pues, éste, es un film de muchas facturas, de variados contrastes, incluso en su fuero interno existen momentos de cine extasiantes y momentos sencillos, auténticos, pero sin la embriaguez de los primeros momentos, que con las luces y las sombras denotan el juego ambivalente y veraz de una historia melodramática sin el apego total a sus categorías, a sus modos narrativos pueriles y manidos. De ahí el extraño drama, la rudeza y falta de pasión que tan acostumbrados nos tiene cierto cine y que en la cinta de Audiard recorre los momentos más fríos y los más humanos con la sencillez de una mirada igualmente objetiva y sensual.

Todo cabe en la cinta, cualquier problema y toda esperanza, toda la alegría y toda la falta de amor, pues eso son cosas que nunca llenan por completo el ser de vivir, nunca describen en toda la amplitud la infinita soledad y humanidad que brota de cada acto de vivir. Los protagonistas son dos seres desvalidos, personas tan perdidas como el resto de la humanidad, cada uno con su drama, con su forma de instalarse en un mundo tan claustrofóbico como las sombras de la vieja caverna. El sentimiento es siempre intenso, es un cine de emociones, multitud de sentires filmados a través del arco iris emocional que son las imágenes de un autor que de lo más brutal, frío y despótico del ser humano suele sacar una poética propia, de alto calibre.

Trabajazo de Cotillard, que vamos a decir de esta gloriosa francesa. El principio, con su banda sonora y el trabajo espectacular visual es un momento tan grande, tan hermoso que quizá esperas más de eso, así, acierto o falta de fuerza queda libre a la interpretación. La dureza y el sentimentalismo en un cruce clásico del cine, pero aquí sin partido por ninguno de los dos. Toma partido quien juzga, y la cámara aquí encuadra, juega con la luz del amor y la del dolor, luz y vida en ambos casos. La banda sonora, mismo tono, es decir con el mismo contraste, a un plano, otro sentimiento. Excelente, por Marion, Audiard, el buen trabajo fotográfico y un buen guión, aunque personalmente el final, mmmmmm.

lunes, 21 de octubre de 2013

The Yes Men. Fix the world. 2009.



Si existe algo llamado arte que quiera cambiar, o simplemente atacar, nuestra sensibilidad, éste debería de estar tan influenciado por esa búsqueda y aliento como la industria artística lo está por el dinero. Por ello este film, sin estar especialmente atento a las poéticas de moda, a las narrativas tradicionales u originales de las que se sirven las máquinas de hacer dinero, debe de ser considerado como adalid de esa especial forma de entender el arte como medio de alertar a nuestro aparato sensible, de levantar nuestra emoción sin la necesidad de usar los recursos estilísticos propios del cine o de cualquier otra bella arte. La toma de conciencia bien se puede hacer cada día leyendo un diario al uso, hablando con el vecino en el bar sobre cualquier tema trascendente, o pueril, que surja de la constante labor humana comunicativa, pero el resultado nunca será el mismo.

Y ello porque se necesita valor para acometer una crítica feroz desde dentro habitando afuera, valor y coraje para hacerse pasar por los deseos que todos intuimos y que un puñado de mentiras pervierten desde que la avaricia es confundida con la libertad. Así, estos hombres no sólo se limitan a hacer unas bromas pesadas que pueden hacer caer las acciones de una gran empresa, o poner en duda los elementos orgánicos que rigen nuestros modos de vida. Desnudan cierta verdad para comprobar cómo es socavada por esa falsa libertad anunciada a bombo y platillo desde las instancias legitimidoras más influyentes (conocimiento, información, gobiernos). La objetividad, esa especie de parcela de la verdad, o las pequeñas verdades como hoy el mundo posmoderno quiere hacernos entender, parece no tener cabida salvo cuando es invocada desde la voz de los gurús de moda, desde posiciones dominantes que no hacen sino dejar todo tal y como está (cuanta razón exclamaba aquél príncipe que predicaba el cambio de todo y el de nada al mismo tiempo). Por ello, trastocar esa realidad se hace indispensable, arreglar el mundo necesita de pequeñas dosis de realidad, de la real y no de la supuesta, de esa planificada desde los deseos de unos por aplacar los de otros. Y en ello estos personajes se afanan en deconstruir ciertas paradojas que tienen que ver con las cosas más sencillas y de sentido común que existen para mostrar que el cambio, es posible.

Que la tragedia de Bhopal fuese admitida y solucionada por la empresa que la provocó debería ser una cuestión de perogrullo, de justicia a secas, casi sin participación de la hermana con mayúsculas, pero hete aquí que de ser así los accionistas dejarían de ganar tanto y quizá sólo ganasen más de las miserias que provocaron. Y los informadores, si bien algunos acuden rápidamente a contrastar la información, no vaya ser que el alcalde quede en ridículo, generalmente soslayan la crítica seria y olvidan acusar con nombres y apellidos, y la constancia interesada, a quienes ignoran y huyen de la simple justicia, por la que ellos mismos se suponen que luchan. Que el ser humano es usado como combustible, como un simple medio para un fin misero y pequeño al que solo unos pocos tienen alcance, es tan absurdo como buscar remedios para alguna cosa olvidándose de la cosa e inmolando esfuerzos en otras que nada tienen que ver con el asunto en sí. Porque medios y fines no pueden ser tratados de forma tan irracional y burda, es necesaria la práctica artística donde el medio y el fin son tan irresolubles como la verdad y la objetividad en el mundo paranoico que se nos vende día tras día en el bar de al lado o en el aula de la más prestigiosa universidad,

domingo, 20 de octubre de 2013

XXY. Lucía Puenzo. 2007.



Hablar de género, de identidad sexual, y hacerlo sin hablar apenas sobre ello merece un especial reconocimiento. Quizá sea esto lo grande de este film, o quizá lo sea la interpretación de los diferentes personajes que pueblan una historia de incomunicación, de amor y de vida, de fluir y dejar ser, de aislamiento y de orgullo, de prepotencia y prejuicio. Quizá en ese reflejo de la vida que acontece tras una buena historia cinematográfica se esconda alguna de las pequeñas mentiras y verdades, tan absolutas como relativas, que esconde y trasluce la vida. Sí, quizá la proyección de un destino no marque más que un perfil al que podamos asirnos o dejar pasar como una huella que marque, un destino, un placer, un ser. 

El destino marcado no deja de ser una instancia narrativa, un acontecimiento del que todos podemos escapar y al que de modo ineludible nos hemos de enfrentar, pero generalmente no somos conscientes de cuan duro puede ser enfrentarse al cuestionamiento de nuestro ser, de nuestra verdad, de nuestra ilusión. Se nace, ni mujer ni hombre, se llega a serlo, como bien ilustrara Simone de Beauvoir, y en ese camino cultural existen tantas bifurcaciones como engendros podamos soñar, y si de sueños hablamos, no haríamos mal en recordar las pesadillas principescas que idearan los enormes clásicos. Vivir y soñar, desear y amar se vuelven estériles si no son realizadas con la pasión de ser, de ser uno mismo desde el lugar donde no te dejan ser, donde no te quieren ver. 

Pocas palabras para una historia de incomunicación, de aislamiento forzado y buscado, de sexo y palabras, de ternura y odio, de representación en un mundo cruel de apertura de cuerpos donde el alma, el espíritu o el fondo de nuestro ser, como quieran llamarlo, aparece cohibido y encerrado en un medio tan abierto y plástico como el propio mar, como el origen del sexo. Gran trabajo de Lucía que adapta un cuento para contar mucho narrando tan poco, y enorme interpretación de Inés Efrón (nada fácil padecer el síndrome de Klinefelter).


viernes, 18 de octubre de 2013

El hombre que mató a Liberty Valance (The Man who Shot Liberty Valance). John Ford. 1962.



CINE con mayúsculas, del grande, de épica y de amor, del que descubre como la vida va abriéndose paso, como el tiempo humano transfigura el paisaje social, como la naturaleza es domesticada vía ley o ciencia, como las emociones de ser humano apenas varían y como la pasión de vivir, de ser, de amar lo que eres y tu entorno son etéreas respecto al cronos impuesto.

Ford es el maestro del western y con este crepuscular episodio narra la historia completa de ese imaginario social que es el viejo oeste en norteamérica. Sí faltan elementos clásicos en pantalla, pero ahí están, dando forma a una historia fundadora y con un síntoma claro de defunción. El vaquero, el rudo protagonista, el que aplicaba la poca ley existente en ese vasto territorio ha muerto, en la ficción y en esa realidad plasmada en lo que conocemos historia. La leyenda continúa y el tren ayuda a difundirla junto a su compañero cuarto poder. La diligencia carcomida por el polvo sólo es un recuerdo más, un recuerdo de algo que ya no es, de algo que el tiempo ha variado, a cambiado su contorno, hasta su materia se ha deslizado del crudo desierto al vergel donde ir a descansar en la vejez. La fundación del orden frente a la violencia, la imposición de la legalidad, esa desde la que teorizaban Hobbes, Locke o Rousseau recibe aquí un pequeño impulso testimonial, una visión ruda de la formación de la voluntad política y de como la fuerza, la violencia le han sido consustanciales.

Siempre me pregunté qué habría sido de Tom, de John Wayne, tras el abandono total al que es arrastrado, por la vida y por la mujer que ama. La conciencia no le pesaría, sin duda, pero un vaquero moral de esa estirpe, ¿cuáles hubieran sido sus andanzas quijotéscas finales?, ¿contra qué molinos iría a parar? Ese el destino de las leyendas, el de perderse y agrandarse con la razón atrofiada que el mundo les otorga...

miércoles, 16 de octubre de 2013

Searching for sugar man. Malik Bendjelloul. 2012.



Arte y fama no tienen necesidad de conjugar, ¿o sí?

Detroit, Sudáfrica, dos lugares muy diferentes en los que una persona puede habitar de manera muy dispar.
Leyendas y ficciones, investigaciones y realidades.

Con unos pocos parámetros vamos a entrar en el mundo de Sixto Rodríguez, un mendigo o un obrero, un cantante suicida o un filósofo de la vida. La historia comienza en Sudáfrica y comienza como toda historia que se precie por una pregunta, por una admiración, por la falta de respuestas y las ganas de conocer. Saltamos a Detroit, ciudad depresiva tras el ocaso industrial norteamericano, y a su música, más bien a un músico que toca de espaldas y atrae a un par de buenos productores, incluso a un gran productor, que sin embargo no saben o entienden como sacar rendimiento económico y artístico a la joya que poseen. Un pequeño misterio que en el otro lado del mundo acaba siendo otro enigma muy diferente. Y cómo hoy no me apetece contar aquí el final, el desenlace del misterio arcano del arte, de la música, de la cultura, primero porque sería incapaz, como cualquier otro que lo intentase, y segundo porque la cinta merece un visionado para apreciar ese secretismo y genialidad que acontecen en las cosas insignificantes con las que paliamos nuestros momentos menos insospechados.
Juzgue usted mismo.

lunes, 14 de octubre de 2013

Plan diabólico (Seconds). J. Frankenheimer. 1966.



Vivir una vida apenas es suficiente, en nuestro interior los deseos postergados. las ambiciones ocultas permanecen latentes para recordarnos que siempre se puede ser otra cosa, que siempre existe otro modo de instalarse en la realidad, pero ¿de verdad esto es así?

A nuestro directivo banquero se le ofrece la posibilidad de cambiar de vida, de mejorar el rumbo anodino que ha ido tomando su vida y empezar de nuevo, se le ofrece la posibilidad de renacer, de sentirse vivo de nuevo. Sin embargo, empezar de nuevo va a suponer un siempre lo mismo pues en la artificial vida que le ha sido preparada el éxito, el reconocimiento y el ser van a ser puestos igualmente por la indiscriminada mirada del otro. Decía Husserl que la subjetividad trascendental comienza cuando uno se hace cargo del otro, de la determinación que conlleva hacerse cargo de la existencia a través de la mirada de los otros, de la conciencia de mi en él y su reciprocidad. Y aquí nuestro personaje va a darse cuenta de una especie de sentido de la vida cuando se descubre a sí mismo a través de los ojos de su "ex mujer", ahora conoce que no ha sido, que quería ser y cómo ha llegado a ser no siendo. Pero quizá demasiado tarde.

El ejercicio filosófico de Frankenheimer se sirve de una poética muy cerrada, con un estilo muy parecido al género negro el relato se compone a través de un misterio que engancha al espectador una gran parte del metraje, y aunque la segunda parte es más débil dentro de ese universo misterioso y la vuelta a un posible renacer se verá truncada ante la imposibilidad de cambio de nuestro personaje, la película plantea ciertos interrogantes básicos que acompañan al ser humano desde el inicial asombro, o desde el verbo vertebrador de la cultura. La interrogación no es fácil, las dudas no se resuelven, nunca pueden hacerlo, pues el tiempo y el ser, el movimiento y la física son esos elementos característicos del pensar humano, del errar antropológico, del universo cerrado y afixiante de nuestra mente en el universo abierto y azarosos en el que nos desenvolvemos. De ahí esa proliferación de planos cerrados, de introspección contrapuesta a ese océano, primigenio o no, pero tan vasto y abierto como los deseos que en parte nos conforman y guían nuestras vidas y obsesiones. 

domingo, 13 de octubre de 2013

The Act of Killing. Joshua Oppenheimer, Christine Cynn. 2012.




Abróchense los cinturones, no coman antes ni durante el visionado y si tiene que maldecir hágalo con toda su rabia porque ellos lo merecen. La banalidad del mal que tratara Arendt en el archiconocido juicio en Jerusalem es un concepto que se me antoja corto para describir lo contemplado. No hay discurso que aguante tal horror humano, hay infinidad de palabras para describir actos violentos, pero como se suele decir una imagen vale más que mil palabras, y aquí las imágenes y las palabras van tan estrechamente unidas, tan profundamente conectadas que el estupor va ir in crescendo hasta el hastío total, hasta el vómito repulsivo y asqueroso que ofrece la realidad y que generalmente solemos disfrazar. Pero aquí no hay disfraces, lo real y lo imaginario son lo mismo treinta años después y a pesar de la teatralidad buscada, la realidad domina el film de principio a fin.

El odio, la violencia y el mal parecen tan idiosincrásicos para el ser humano como la bondad, la solidaridad y el bien, y quizá sea así, quizá no haya criterios eficaces y toda la figura posmoderna prevalezca ante el manifiesto del todo vale, ante la individualidad del hombre libre, del ser humano cuya voluntad está por encima de todo y que ha llegado a comprender que si fue, puede llegar a serlo.

Es lo malo de los ejemplos, del curso ejemplar de la historia, que está ahí, no solo para repetirla y tropezar con ella, sino también para seguirla a pies juntillas, con las pequeñas dosis de transformación individual que a veces hace que seamos genios y otras el mismo demonio. Aquí los demonios están allí, lejos, en el odio incorporado desde instancias que no nos son tan ajenas, desde lugares comunes bien conocidos entre nosotros pero incomprensibles a la vista de muchas mentes, no sólo de allí, sino de aquí. Pues a pesar de que la violencia y el odio puedan ser consustanciales a nuestra especie (está por ver), su difusión y profusión exagerada y esperpéntica es propio de una cultura, la nuestra. Si no olvidas esto, sufres más con este visionado, y si lo olvidas, pues eso...

sábado, 12 de octubre de 2013

Breaking Bad. Vince Gilligan. AMC. 5 temporadas.




Hace ya un par de semanas acababa la serie de moda, siempre hay algo tan especial que si no lo ves parece que no estés a la última, en el hilo de lo serio y de la vida actual. Sin embargo, en este país casi nadie debería poder hablar de ese último episodio pues no fue un evento global como en otras ocasiones y con otras series se ha hecho, y sin embargo se hace, se habla y habla de lo espectacular o decepcionante del fin de las aventuras de ese profesor de química convertido en villano y héroe, en criminal y moral y no sé cuantas polarizadas concepciones puedan darse. Como supongo que eres una de esas personas tan "piratas" como yo, y has acabado por ver el final de la serie antes de que la pasen por la televisión española (¿la ponen en algún sitio en el que no haya que pagar?), confío en que no te asustarás si ves desvelada la trama final así como algunos datos relevantes del mismo, pues en principio y como de costumbre no sé qué voy a escribir ni hacia donde van a ir dirigidas mis palabras.
En primer lugar comentar que a mi el final me parecía previsible, muy previsible, y que los dos últimos episodios le dan mil vueltas al último, pero sobre gustos colores. Y ello, porque seamos sinceros, han ido creando un monstruo, Walter White ha pasado de ser el pobre padre de familia que tiene que aunar sus pequeños esfuerzos cotidianos para sobrevivir en un mundo donde el dinero lo es todo, hasta la cura de una enfermedad (la ciencia no cura, lo hace la pasta), ha ser un personaje tan duro y despiadado que ha ordenado matar a su antiguo socio, ese Pinkman, ese chaval tan mediocre e inocente como para embaucarse en esa espiral de odio y violencia que genera el ansia de billetes verdes. Incluso el as de su enfermedad hacía mucho más previsible el final, la muerte de un profesor que ha dejado de morir en vida para sentirse vivo, para sentir lo que reclama la cultura occidental de nuestros días, siéntete vivo, viaja, muévete, sonríe, folla, grita, diviértete, y no mires cómo o porqué, "just do it". Y sí, efectivamente, como si de un anuncio más se tratase y a pesar de todo el dramatismo de la escena, Walter va a confesar que el egoísmo es quien ha guiado sus pasos, y a pesar de morir matando y cerrar un buen número de deudas, su muerte no dice nada, es tan poéticamente vacía y fría como ese último metal cuya mano palpa y ensangrenta.
Luego está la trama, una trama que si bien no ha escapado de las mentes de los guionistas y no se ha deslizado por ese mundo fantástico de hazañas imposibles al que nos acostumbra el mundo made in americanada, el final si deja un poco que desear. Mira que ha habido muertes en la serie, la del rey del pollo fue memorable, la de el viejo Mike también muy buena y sutil, pero el derroche armamentístico y de muerte de la última temporada me parece excesivo. El tiroteo en el lugar de la primera cocción con Walter esposado y con un muerto tras ¿200, 300 disparos?, me parece irrisorio, sobre todo contrapuesto a la genialidad inventiva del profesor, que al final también va a optar por un plan sutil y lleno de balas, posibilitado por la ignorancia de las mentes de unos nazis, que días atrás son tan estúpidos como para dejarle, vivo, y con más de diez millones de dólares, o indignarse por ser tachados de embusteros. Aquí no han jugado muy limpio, a mi me han tratado tan estúpidamente como la conversación final que desvela el asunto de la "Stevia", joder, con lo bien que habían quedado esos planos de ella echando los amargos polvos de ricino a su perenne bebida. ¿Qué se tenía que enterar Jesse? No creo que le hiciese mucha falta a alguien que acaba de empezar una nueva vida, si es que puede lograrlo tras todo lo que deja atrás y la culpabilidad que le debe corroer. ¿Un spin-off sobrevuela la mente de alguien? Al menos en la mía, jeje.
En fin, la serie ha mantenido el listón muy alto, con muy pocos personajes ha logrado crear esa especie de adicción que todo producto televisivo trata de mantener para sobrevivir en el poblado mundo de la imagen contemporánea. Y si de vez en cuando no ha podido quedarse dentro de los límites de la coherencia o de la realidad, abusando de algún giro, llamémosle increíble, también es verdad que los personajes no abandonan su parcela real, su contacto con el mundo que todos conocemos, ese mundo de policías que se creen salvadores de la justicia universal, el mundo de madres preocupadas por sus hijos, el mundo de la necesidad de dinero para todo menester pero que olvida que el amor, a la familia y a uno mismo, es más importante que la creación de una firma, de una empresa, de una falsa innovación que no hace sino repetir el engaño y aquella infidelidad que de joven tuvo que sufrir nuestro químico. El eterno retorno de lo mismo nietzscheano va a dibujar el halo de toda la serie, un retorno a los mismos problemas que van a enfrentar a todos los personajes con ellos mismos y de los que sólo uno sale con la mayor entereza, aquel a quien la sociedad considera inferior por su discapacidad va a ser el único capaz de mantener su entereza moral y no claudicar ante aquello que considera y sabe que está mal. Los ejemplos a seguir pueden ser muy peligrosos, pero hoy nadie mira a su alrededor, estamos demasiado ocupados en encontrar la fórmula de vivir en la comodidad.