¿De quien habla realmente la película, de Ray y su propio malestar hacia si mismo, o de Wenders y el malestar de una sociedad que ya no puede encontrar algo llamado arte? La película planea sobre dos figuras del llamado séptimo arte sin apenas rodearlas, buscando algo que contar al tiempo que narra demasiado, ya que la vida exprimida de Ray deja de ser importante ante el advenimiento de una muerte segura a la que sólo le falta la fecha concreta. Y aunque Nick quiere participar, no sólo como actor, y saque fuerzas para continuar y planificar ciertas secuencias que impliquen a Wenders personalmente, el resultado, como deja entrever el epílogo, parece mostrar el ego del director, el punto de vista del narrador, de quien pone la cámara a funcionar, pues entre cortar y no cortar, entre grabar y no grabar, siempre hay un autor, una persona que será quien marque el devenir de la filmación, aunque sea a través del montaje. De ahí la ambigüedad del film, la ambivalencia proyectada a través del recurso al vídeo y al 35 mm. entre otros formatos narrativos, pues en esa propia mezcla de interés, autointerés y nostalgia por algo llamado cine se percibe aquello que pretende Ray, el reencontrarse consigo mismo y echarse sus propias cuentas al mismo tiempo que Wenders explora la idiosincrasia del nuevo cine posmoderno y todo su inane elenco poético.
Baudrillard y Lyotard, y la pornografía de la imagen debían de tener mucha razón cuando estos franceses caracterizaban la imagen posmoderna como una necesidad de satisfacer la realidad, como un acontecimiento creador de señales que solo sirven como modo de engatusar al pobre espectador que, indefenso ante la muestra parcial de un realidad acotada, sólo puede mirar sin aprender o reprender. ¿Pero entonces, nos es lícito hablar de esta película como espectadores, podemos acaso sacar algún sentido por precario que sea ante esa estética de la decrepitud representada por lo que fue, un autor, un arte, un estilo?
La pornografía de la imagen surge en el mismo acto en que Edison filma un beso, o los Lumiere nos acercan un tren, y no digamos con el mago de los viajes lunáticos, por tanto hablar de cine, de sus fantasmas, los nuestros o los de los protagonistas no es tan banal como quizá pensaras los distinguidos franceses. De ahí el valor de la película, que si bien no llega a encontrar el verdadero ser de Ray, su lucha y tormento tras la muerte de Dean y posterior viraje vital hacia lo "oscuro" de la realidad social, al menos deja claro los intereses de la nueva generación de cineastas, preocupados no ya por la gran forma, la pequeña forma o la poética instalada en el film, sino por la propia concepción de aquello qué es un film, de lo característico de eso que a veces llamamos arte y que tanto tiene que ver con la vida, con la sensibilidad. En la soterrada expresión de estas dudas es donde podemos encontrar el verdadero valor del film, pero para llegar a ello primero hay que desterrar demasiadas concepciones y prejuicios, pues servirse de la muerte de una persona, de su fama y de su halo artístico es tan sucio y coherente como practicar el travelling de Kapo o filmar besos y trenes.
P.D. Que pena de epílogo, con lo hermoso que hubiese sido filmar el junco en el agua, sin más...
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