lunes, 21 de octubre de 2013

The Yes Men. Fix the world. 2009.



Si existe algo llamado arte que quiera cambiar, o simplemente atacar, nuestra sensibilidad, éste debería de estar tan influenciado por esa búsqueda y aliento como la industria artística lo está por el dinero. Por ello este film, sin estar especialmente atento a las poéticas de moda, a las narrativas tradicionales u originales de las que se sirven las máquinas de hacer dinero, debe de ser considerado como adalid de esa especial forma de entender el arte como medio de alertar a nuestro aparato sensible, de levantar nuestra emoción sin la necesidad de usar los recursos estilísticos propios del cine o de cualquier otra bella arte. La toma de conciencia bien se puede hacer cada día leyendo un diario al uso, hablando con el vecino en el bar sobre cualquier tema trascendente, o pueril, que surja de la constante labor humana comunicativa, pero el resultado nunca será el mismo.

Y ello porque se necesita valor para acometer una crítica feroz desde dentro habitando afuera, valor y coraje para hacerse pasar por los deseos que todos intuimos y que un puñado de mentiras pervierten desde que la avaricia es confundida con la libertad. Así, estos hombres no sólo se limitan a hacer unas bromas pesadas que pueden hacer caer las acciones de una gran empresa, o poner en duda los elementos orgánicos que rigen nuestros modos de vida. Desnudan cierta verdad para comprobar cómo es socavada por esa falsa libertad anunciada a bombo y platillo desde las instancias legitimidoras más influyentes (conocimiento, información, gobiernos). La objetividad, esa especie de parcela de la verdad, o las pequeñas verdades como hoy el mundo posmoderno quiere hacernos entender, parece no tener cabida salvo cuando es invocada desde la voz de los gurús de moda, desde posiciones dominantes que no hacen sino dejar todo tal y como está (cuanta razón exclamaba aquél príncipe que predicaba el cambio de todo y el de nada al mismo tiempo). Por ello, trastocar esa realidad se hace indispensable, arreglar el mundo necesita de pequeñas dosis de realidad, de la real y no de la supuesta, de esa planificada desde los deseos de unos por aplacar los de otros. Y en ello estos personajes se afanan en deconstruir ciertas paradojas que tienen que ver con las cosas más sencillas y de sentido común que existen para mostrar que el cambio, es posible.

Que la tragedia de Bhopal fuese admitida y solucionada por la empresa que la provocó debería ser una cuestión de perogrullo, de justicia a secas, casi sin participación de la hermana con mayúsculas, pero hete aquí que de ser así los accionistas dejarían de ganar tanto y quizá sólo ganasen más de las miserias que provocaron. Y los informadores, si bien algunos acuden rápidamente a contrastar la información, no vaya ser que el alcalde quede en ridículo, generalmente soslayan la crítica seria y olvidan acusar con nombres y apellidos, y la constancia interesada, a quienes ignoran y huyen de la simple justicia, por la que ellos mismos se suponen que luchan. Que el ser humano es usado como combustible, como un simple medio para un fin misero y pequeño al que solo unos pocos tienen alcance, es tan absurdo como buscar remedios para alguna cosa olvidándose de la cosa e inmolando esfuerzos en otras que nada tienen que ver con el asunto en sí. Porque medios y fines no pueden ser tratados de forma tan irracional y burda, es necesaria la práctica artística donde el medio y el fin son tan irresolubles como la verdad y la objetividad en el mundo paranoico que se nos vende día tras día en el bar de al lado o en el aula de la más prestigiosa universidad,

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