jueves, 29 de diciembre de 2011

The Artist. Michel Hazanavicius. 2011.




Las críticas elevaban a esta arriesgada película al rango máximo y no podía dejar de caer en la tentación de ver buen cine asi que pertrechado con el entusiasmo necesario fui al cine para comprobar que los elogios no están infundados, que la cinta desborda fotogramas a cada paso e incluso el sonido juega un papel totalmente dramático, ya sea en sus ausencia o en su escasa presencia. La historia, la del film, demuestra que no todo en el cine está regido por la narración textual, ni por la novedad dramática, pues con un relato tan simple y manido como el aquí expuesto se logra conectar con el público, con su sensibilidad más profunda. La imagen, ayudada por una excelente banda sonora, va mostrando la desgracia de ese artista venido a menos por la llegada del cine sonoro, y lo hace de manera magistral con un inicio al que podríamos calificar "de película" al mezclar magistralmente cine y realidad fílmica. Todo el peso lo lleva la imagen, y como no, unos actores estupendos que tratan de devolvernos a esas sobreactuaciones presentes en buena parte del mudo. La sugerencia de los planos, apoyada mínimamente en postproducción, es máxima en tan humilde proyecto, y por ahí destila todo su aroma el film proponiendo una realización más moderna en la variedad y en el montaje pero dotando a cada plano de su significado para el avance de la trama.
Me encantó profundamente el plano de las escaleras de la productora, que inflexión rodada con una puesta en escena maravillosa y simple. El mentado inicio con el cine y su orquesta, ella enamorada y la chaqueta objeto de su deseo, la secuencia del sueño casi al alcance de aquella que protagonizara nuestro Isbert, el sonido del disparo que silencia la película y que nos lleva acto seguido a la carcajada tan característica de ese truco viejo. Tan viejo como cada uno de los recursos presentados, pues si de algo se sirve esta especie de reivindicación de la imagen y su discurso es de todo aquel contenido ya plasmado por grandes cineastas. Melies, Eisenstein, Griffith, Gance, Lubitsch, Murnau, Lang, Dreyer, Chaplin, Pabst, De Mille, Ford, Renoir, Wilder...y tantos otros con los que he disfrutado y aprendido, hoy os he vuelto a ver, de un modo u otro gracias a Hazanavicius.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Luces de ciudad (City lights). Charles Chaplin. 1931.




¿Es posible que la pantomima incite a la lágrima y a la sensibilidad? Claro que sí, y el mejor ejemplo es este film donde Chaplin nos acerca al teatro hipócrita de nuestra sociedad occidental en muchas de sus vertientes. La película se inicia con un alegato contra la estupidez e indiferencia que muestran los políticos con sus semidiscursos, vacios de todo contenido y bien representados por esos pitos de feria que ahora el cine sonoro puede traslucir. El amor, esa pasión poderosa y vital que se apodera de nosotros, es la guía de nuestro protagonista, ese vagabundo infinito (bueno, hasta El gran dictador) que es Charlot y que le lleva a amar a esa violetera ciega a pesar del conocimiento de la imposibilidad real de tal unión dado el orden social al que se ve sometido nuestro personaje. También hay una crítica a toda la fingida amistad, a esa necesidad de afectos a la que nos enfrentamos y que no puede ser remediada en coherencia pues no existen apenas lazos afectivos verdaderos, carentes de interés. Incluso actos nobles y grandes son minimizados por nuestro ego hasta ser obviados y suprimidos en su valor pues sólo damos valor a lo que la sociedad impone (dinero y materia desde hace demasiado tiempo ya). Igualmente existe una crítica a nuestro mayor opresor, ese trabajo desganado al que hemos de someternos para poder continuar en este mundo, a su pretendido valor que escapa a cualquier comprensión racional si no es elegido en plena voluntad. Misma puesta en duda la que realiza del mundo del espectáculo, de los contratos y amaños que regulan cada plano vital restando cualquier valor a una reflexión por mor del beneficio inmediato (la secuencia del boxeador en el ring es de lo mejor del cine).
La vida, retratada con humor, puede resultar incluso más trágica que la propia realidad y aquí Chaplin y muchos de los maestros del cine mudo eran auténticos genios, así nos invade el corazón con representaciones de las más execrables miserias humanas a la par que conjuga cierto sentimentalismo con el más hilarante humor, y todo para llegar a una de las escenas más bellas y dramáticas de la historia de este arte, ese encuentro del vagabundo y su amada a través del cristal de una tienda, ese roce de piel, esa conexión no visual que hace reconocer el verdadero sentimiento fuera de toda apariencia. Con esos planos que transmiten todo el sentir, de una misma flor, se cierra una de las más bellas obras de arte de todos los tiempos, gracias Charlot por todos esos momentos mágicos de pantomima.
Ayer, leía un post de una amiga que rezaba algo así como que las personas pueden olvidar lo que dijiste, lo que hiciste, pero en cambio nunca olvidarán cómo les hiciste sentir, y hoy no puedo hacer sino aplicar tal máxima a este film, porque en su esencia transmite este ideal genialmente y porque el director hace que no pueda olvidar jamás lo que me hizo sentir con la mayoría de sus películas, no creo que nunca pueda dejar de hacerlo...

domingo, 18 de diciembre de 2011

Sacrificio (Offret). Andrei Tarkovski. 1986.



Ay mísero de mí, infelice... declaraba el personaje calderoniano para congratularse con un mundo irreconciliable con el hombre, con su mayor virtud, la racional que tantos aprietos supone. Aquí el maestro soviético vuelve al mito, a esa especie de ritual natural que comienza con la palabra, para ofrecernos una visión de la vida, de su sinsentido o aprehensión certera, a través de ese actor, crítico y docente universitario y sus dudas metafísicas y existenciales ante esa realidad siempre desbordante. Ante una realidad destructora, siempre amenazante, ambivalente, llena de incomprensiones, superechía, maldad... pero con todos sus contrarios confirmando la amenaza del libre albedrío.
La película, rodada fuera del andamiaje soviético, fue concebida gracias a la colaboración sueca y el máximo representante del cine de ese país. La fotografía, del operador de Bergman, trasluce todo ese mundo gris, melancólico y carente de brillo que trasluce una crítica de la verdad, así como la gran puesta en escena, lenta, parsimoniosa pero de gran efectismo (valgan como ejemplo las múltiples referencias al cuadro de Da Vinci y al reflejo en el cristal, el plano inicial de títulos y el subsiguiente en general con un travelling casi infinito), portan a la película esa característica que poseen las pequeñas obras de arte y que como el mismo autor escribía no es nada más que una narración. Las vanguardias terminaron por destrozar la maltrecha idea de belleza natural, la belleza más que nunca queda al arbitrio de la mera subjetividad y sin embargo el cine de Tarkovski es una esperanza en volver a la materialidad del fenómeno sin tener que abandonar el botín individual, de ahí esos planos naturales y dramatizados por la escenificación casi teatral, donde el tiempo cinematográfico se acerca al real. Pues nada es más natural que el propio tiempo, ese furtivo que por terminar con clasicismo español tan bien retrataba Manrique en sus coplas...

 Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando...