Ay mísero de mí, infelice... declaraba el personaje calderoniano para congratularse con un mundo irreconciliable con el hombre, con su mayor virtud, la racional que tantos aprietos supone. Aquí el maestro soviético vuelve al mito, a esa especie de ritual natural que comienza con la palabra, para ofrecernos una visión de la vida, de su sinsentido o aprehensión certera, a través de ese actor, crítico y docente universitario y sus dudas metafísicas y existenciales ante esa realidad siempre desbordante. Ante una realidad destructora, siempre amenazante, ambivalente, llena de incomprensiones, superechía, maldad... pero con todos sus contrarios confirmando la amenaza del libre albedrío.
La película, rodada fuera del andamiaje soviético, fue concebida gracias a la colaboración sueca y el máximo representante del cine de ese país. La fotografía, del operador de Bergman, trasluce todo ese mundo gris, melancólico y carente de brillo que trasluce una crítica de la verdad, así como la gran puesta en escena, lenta, parsimoniosa pero de gran efectismo (valgan como ejemplo las múltiples referencias al cuadro de Da Vinci y al reflejo en el cristal, el plano inicial de títulos y el subsiguiente en general con un travelling casi infinito), portan a la película esa característica que poseen las pequeñas obras de arte y que como el mismo autor escribía no es nada más que una narración. Las vanguardias terminaron por destrozar la maltrecha idea de belleza natural, la belleza más que nunca queda al arbitrio de la mera subjetividad y sin embargo el cine de Tarkovski es una esperanza en volver a la materialidad del fenómeno sin tener que abandonar el botín individual, de ahí esos planos naturales y dramatizados por la escenificación casi teatral, donde el tiempo cinematográfico se acerca al real. Pues nada es más natural que el propio tiempo, ese furtivo que por terminar con clasicismo español tan bien retrataba Manrique en sus coplas...
Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando...
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