martes, 2 de marzo de 2010

Troya. Troy. Wolfgang Petersen. 2003.


Homero quiso transmitir una historia de dioses donde estos encontraran la legitimidad que les correspondía, el mito nacía y contra él siglos después se sublevaron célebres griegos pensantes. Hoy, desde el nuevo mito instalado en los media se subvierte la historia para humanizar más al héroe, asemejarlo a ciertos patrones actuales e intentar conseguir en oro monetario cualquier desviación del clásico. Lo pobre de la historia es que sigue habiendo pocos que se subleven contra este tipo de cine tajante y acreedor de la verdad absoluta, y menos aún los que lo hacen contra el mito supremo globalizador que pretende dormir e instalar una sinrazón apoyada en la fuerza visual que exige el hombre de hoy, el “homo videns” del que tiempo atrás leí.
En eso consiste todo en trocar a nuestra conveniencia la más pausible realidad y deformarla hasta hacerla deseable por cualquier camino, aún cuando sea antagonista y no se antoje fría en otro contexto. Así podemos merecer la fuerza y astucia de Aquiles, la voluntad de Héctor o la belleza de Paris, pues no es tangible por el contacto que ese otro héroe de carne y hueso mantiene ficticiamente con el clásico.
Entretener, entretiene, aleccionar, poco que pensar, educar, más bien inculturiza, pues lo instructivo siempre secundariamente, tras las perras gordas, que son las que importan.

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