miércoles, 24 de junio de 2015

Inherent Vice. Paul Thomas Anderson. 2014.




Aún no he leído nada de Pynchon, adalid de la llamada posmodernidad literaria, pero la imagen que me ofrece el visionado del film me acerca a otro escritor como Bukowski y su Pulp, donde el humor y el cinismo adquiere junto a cierta irrealidad cartas de naturaleza en la propia historia detectivéstica de tintes irónicos que retrata la novela. Y es que estamos ante un film no tan novedoso en tanto estructura, personajes, acciones como a los celebrados últimamente del mismo género, y es que los géneros es lo que tienen, la sobrecarga de clichés. Sin embargo, se pueden apreciar ciertas novedades estilísticas, como el marcado acento musical, ya sea desde el rock a la música de patina épica que acompaña a ciertas escenas más psicológicas. O la diferente iluminación característica a estos films, dándole a la ciudad el brillo que la caracteriza bajo el sol reinante. 

Existen ya productos culturales, estéticos, intelectuales que prefijan y advierten las proclamas posmodernistas mucho más cercanos a éstas que lo que refleja el film ya que todo el arsenal teórico contra el proyecto modernista viene forjándose mucho más allá de lo que presuponen muchos críticos. Para ello es preciso saber rastrear ciertos rastros y sumergirse en un trabajo cuyo ámbito va más lejos que la intención del humilde post. No obstante, ya en el film podemos ver que la singularidad del personaje no es tan novedosa, el ambiente normalizado de la rareza tampoco es privilegio del film como tampoco lo es la enrevesada trama adscrita a la corrupción, drogas y sexo, vicios propios del género que no constituyen, o no debieran, un argumento válido para denigrar al ser humano como tampoco lo hace el santo contrario.

Así llegamos al tema principal, a la típica visión interesada de un ser humano atrapado por sus contradicciones, por la falta de guías únicas y exclusivas que prediquen la salvación u orientación de y hacia la felicidad. Un ser humano lobo para el propio ser humano pero con la capacidad de amar, con una redención que equivale al menos al instante decisivo del amor, del placer, del sexo, del ego. La búsqueda inmediata e interesada del placer nos lleva a creer que los vicios propios son innatos.

domingo, 14 de junio de 2015

20 retratos de activistas queer de la Radical gai, LSD y RQTR en el Madrid de los noventa. Andrés Serna. 2015.



Resultado de una residencia de investigación en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía el artista multidisciplinar Andrés Serna nos ofrece un retrato coherente dentro de la rica amalgama de valores, deseos y metas que ofrecen la veintena de perspectivas diferentes que pueblan el documento, en una época concreta que también ofrece, como todas, cierta pluralidad de cotas y clasificaciones para entender las propias metas que disponen las distintas cronologías en las que nos sumimos. Y decimos coherente pues el propio hecho del retrato así lo avala, no hay mucha más pretensión estética que la de dejar que las palabra fluyan y al fulgor de los recuerdos mezclados con un presente ciertamente grisáceo tomen una cartografía del personaje enfrentado a una cámara que reafirma distintos tiempos, los acontecidos y los no sucedidos, los perdidos y los vividos, para dotar a un retrato audiovisual de la escasa verosimilitud que ofrecen ciertos discursos más cercanos al propagandismo institucionalizado.

Guillermo Cobo, Sylvie Thomas, Sejo Carrascosa, Carmen Moreno, Ricardo López Elduayen, Ángeles Oliva, Jaime Tamarit, Ricardo Llamas, María Díaz, Eduardo Nabal, Guillermo Guenetxea, Fefa vila, Néstor Ibáñez, Isabel Echarren, Gabriel Cobo, Virginia Villaplana, Lucas Platero, José García, Jesús Bravo, Liliana Couso, Francis Orriols (Urri). 

Estos son los nombres de un retrato múltiple de un activismo tan oculto como descaradamente necesario. De una lucha drástica, que no dramática al menos en su forma, de un sentir tan variopinto como los diferentes egos que pueblan los caminos diferentes de entender sobre qué y cómo luchar, sobre cómo vivir la propia vida en la lucha de cada día pues al final todo retrato queda suspendido en las ramas del significante actual, de un presente que vive del pasado sin dejar de observar el futuro. Por ello el retrato aquí insinuado se asemeja más al retrato robot pintado de oídas que a la pulcra pero también engañosa fotografía, y ello no le quita un ápice de valor al retrato pues los rastros que pueden ser descubiertos en cada persona parecen hacer comprender aún más la necesidad del fracaso y la desilusión para el sempiterno asalto. Los diferentes grupos y personas que componen este activismo muestran que los modos de lucha y los diferentes ideales e intereses que mueven son tan variopintos como la propia vida, pretendidamente ordenada.

Para verlo:
https://www.youtube.com/watch?v=z-JrvnRwL44


miércoles, 13 de mayo de 2015

El destino (Al Massir). Youssef Chahine. 1997.



No creo que se pueda medir la cantidad del magnífico cine que desconocemos, por ello cuando descubres algo importante una de las principales cosas es agradecer el desvelamiento producido en este caso por el reportaje de Jean-Michel Frodon en la revista Caimán de febrero tras el atentado contra Charlie Hebdo. Ya no sólo por las fundadas razones que allí se ofrecen en torno a una temática difícil de abordar desde nuestra óptica generalmente etnocéntrica. Y es que el film alcanza grandes cotas cinematográficas dentro de un universo de cine industrial muy limitado desde la clave monetaria que presiden las grandes obras. Sirva de ejemplo la maravillosa influencia de la música en un film tan filosófico como un pequeño ensayo, narrado eso sí al más puro estilo clásico, estamos en las antípodas del cine ensayo teorizado por Bazin en torno a Marker.

Pero hablar de un filósofo en parte es hacer filosofía, realizar una correcta hermenéutica del pensamiento y vida de una figura clave como es la del cordobés Averroes requiere del estudio de la cuestión, acercar en secuencias, en giros de guión la cultura andalusí, la política del Califato, la diversidad cultural y religiosa de la segunda mitad del primer milenio es hacer un ejercicio de virtuosismo cinesófico. Hablar sobre el entendimiento, sobre las clases de éste distinguidas por el contemplativo médico sin caer en la erudición de sus propios textos hace fluir un cine acotado en la sensación, en la pura contemplación que emana en parte de la filosofía del, en parte, salvador de Aristóteles.

En la cinta por tanto van a confluir una filosofía de vida que va más allá del propio discurso teórico, más allá incluso que los propios actos, verdaderos significantes de nuestro pensamiento, pues la música, la danza, la vida expresada en los sentimientos simples que brotan del arte de vivir entendido desde la complejidad que lo caracteriza, pues la verdad anida tanto en el vino como en la buena filosofía que no se adscribe a ella. Regular todo este universo vital sin caer en los vicios que responden a toda generalización y a ciertas categorizaciones obstusas es la maestría que demuestra Youssef pasando del trasfondo político al amoroso o al filosófico mediante la cultura que rodea a toda circunstancia. Ensalzar la figura del Averroes humano, religioso, padre, marido y al tiempo darle a la mujer del filósofo el estrecho margen de importancia también resulta hoy un excelente ejercicio de reivindicación cuando algunas interpretaciones llegan a eliminar a la mujer musulmana. Además comprobamos como toda política se compromete con otras ideas, que la corrupción social emana de una figura, de un poder en cierto modo invisible que recorre el trasfondo de la ideas para desvirtuar ciertas correcciones en el mundo donde todo vale, pero no lo mismo.