jueves, 5 de febrero de 2015

Un lugar en el cine. Alberto Morais. 2007.



¿Referir al espacio determinado, aún por un misterioso y siempre anodino lugar, puede acercar a la experiencia cinematográfica a la falta de absolutismo conceptual que arrincona al llamado séptimo arte? ¿Deberían ser lugares los elementos donde sustentar una teoría cinematográfica o el sueño por la abarcadora comprensión del fenómeno fílmico ha nublado no sólo la pretensión teórica y por tanto de lugar, de espacio físico, de persona y vitalismo que transmiten las imágenes, esa metarepresentación de la representación con la que vivimos? ¿Un título describe o prescribe lo anunciado en la narración, en la representación o es un juego más con el que buscar el pretendido sentido que acompaña generalmente a nuestra visión? Llevo un rato pensando tanto en el film como en el nombre que lo acompaña sin poder decidir si existe una brecha entre ambos o si la brecha está situada en el borde del lugar desde el cual contemplamos la propia obra. No sé si el lugar del cine está más cercano a ese mito que lo acerca al arte para fagotizar la precaria esencia de la imagen en movimiento, o a los lugares que emanan de un autor, de un estilo, de una forma de atender a las cuestiones estéticas que van más allá del mercantilismo y que, sin embargo, siguen el modelo de éste en cierta medida. Quizá de ahí el lugar, la búsqueda de un sitio para las esperanzas, deseos e ilusiones no sólo del cine sino del propio hombre que desde los inicios nos sostienen, la búsqueda de un lugar múltiple tan indefinido como presente.

 La reflexión sobre el título sólo anticipa la misma sensación tras el visionado donde la imagen va a oscilar entre diferentes puntos tan cinéfilos, ávidos por una historia que los reconozca así como del tiempo que las propias imágenes detienen en palabras magistrales del compañero italiano por el que se inicia esta investigación espacial tan especial.
En estos espacios abiertos la imagen va a hilvanar unos tiempos abiertos tanto por los espacios físicos que componen las obras que se ponen en juego, como las personas que participan en una reflexión sobre cuestiones cinematográficas que van más allá de la pura cinefilia, que acercan el tiempo a su rastro más espontáneo, al rastro que el documentalista intenta captar no sin conocer la propia falsificación que toda huella padece. No hay ese lugar determinado para incluir y aislar una concepción cinematográfica acorde siempre a nuestra idea estética sobre lo que debe ser la experiencia cinematográfica, los lugares que van del neorrealismo a Pasolini vistos desde las diferentes ópticas que configuran el relato de aquel lugar dejan entrever el conflicto que conlleva el cine y el arte, la estética y la economía, la sociedad y el ser humano. Escuchar a los maestros y a los aprendices, a los usuarios o partícipes otorga la posibilidad de esta interpretación sobre la falta de definición del lugar concreto, del nombre propio de la teoría y la confabulada recepción, las notas que lleva inscrita la imagen en movimiento se escriben en lenguaje cultural, las matemáticas no ayudan a la ciencia social, por eso el lugar no puede ser el eje cartesiano, la concreción del mito, incluso del propiamente representado, del que no nos abandona ni tiene pensado hacerlo.

Para mi gusto ligeramente larga, pero el tiempo como el espacio, el lugar, es tan indefinido como los planos que componen la búsqueda de esa lugar donde se comete un asesinato, donde el cine adquiere nuevos mitos que se han de unir a los beneficios económicos, a la industria alimentada desde los propios sueños. La longitud tampoco ha de tener cabida en aquel lugar donde aún es posible extraer algo de la poesía y su conocimiento precario del que la propia filosofía es deudor. El lugar del cine espera siempre ser recorrido desde una mirada flexible y enfocada, que juegue más allá de la profundidad de campo de las circunstancias para con la escasa luz que ofrece el inabarcable audiovisual encontrar el destello estético de encontrase como Ulises ante el espacio perdido, anhelado, y que no puede dejar de soñarse.

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