Por arriba de nuestras cabezas hay algo más que puro decorado, aquello que corta el encuadre formal puede convertirse en la auténtica relación con el cuadro completo pues después, siempre después, quizá no sea más que ese retorno impasible que nos dedica la vida, las ideas que guían cualquier vida, como esta propia manía de reservar como un buen vino algo de la mejor cosecha cinematográfica para esta noche de reyes.
Una vida, la vida y su gobernanza desde las ideas que tratan de amoldar la parcela de realidad en que nos toca vivir hace del ejercicio fílmico una búsqueda, siempre la búsqueda inmemorial de la imagen, de la propia savia que destila en cada afecto, en cada suposición tácita sin llegar a contraponer la otra realidad allende los muros más que con las notas de la mezcla musical que supone la sospecha del jazz y su propia valía ontológica para los tiempos que empiezan a correr. Búsqueda vital la del personaje y la de la imagen y una historia que va más allá de la ideología, que se acerca más a ese todo del que nuestra inexperta salvaje no puede ni querrá escapar.
¿Se puede decir más con tan poco? Hora y poco de planos tranquilos, de sonidos y voces escasas pero efectivas, de reacciones sutiles, espontáneas, esperadas, sorprendentes al final. ¿Y luego, qué más?
La película, nada, más.
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