miércoles, 4 de marzo de 2015

La isla mínima. Alberto Rodríguez. 2014.



Empecemos maximizando esta isla que no viene siendolo tanto en nuestro cine patrio, una isla que recoge todo el arsenal poético del cine negro, thriller o como queráis etiquetarlo, para empezar a mostrar historias dentro de los cánones hoy establecidos. En esta isla particular Alberto Rodríguez ya lleva remando a favor del género con particular maestría creando grandes películas como ésta, donde, a pesar de un par de calzadores en el guión, a mi gusto, encontramos unos personajes bien ajustados a una historia que demuestra como el mal está más cerca de lo que creemos. También fluye de manera sobresaliente gracias a una fotografía excelente, una virtud que acompaña a un montaje bien desarrollado, con unos mínimos imprescindibles que dirigen la mirada hacia el núcleo bien definido de un relato que apunta más allá del mero hecho, y que apela a la inteligencia del espectador curada del maniqueísmo preponderante.

De mínima entonces poco, en términos cinematográficos, pero ahondando en la narrativa podemos observar como la línea que separa el bien del mal a veces es difuminada por el estrato del tiempo y el del espacio. Las líneas que dibujan el territorio físico o emocional son como las ficciones que nos contamos cada mañana para sobrevivir, meros referentes que nos hacen reconocibles, a veces. El territorio y sus huellas son abordadas por las líneas que ofrecen las pruebas, los canales por los que viajan las informaciones y los sospechosos se bifurcan con otras líneas viejas, otras vetustas quizá anquilosadas. La isla mínima alude tanto al lugar físico del abandono, al derrumbe y despojo de una deslocalización del mundo rural y al tránsito ideológico que representa la reciente libertad tratada en la película. La transición de un punto a otro es como la propia historia de una democracia coagulada desde su seno, la poética pasa de la noche al acorde más lumínico a la par que el relato avanza sinuoso por el delta que lleva a los ríos a la mar.

Entre mínimos y máximos, el medio, el centro gravitacional donde se quedan muchos filmes, un centro que busca maximizar minimizando, un centro abierto a la interpretación de ese más allá que no se cuenta, una buena dosis de imaginación para ver desde el hoy más necio un pasado en transición que quizá sólo fue el sueño de un gran crédito, para comprobar que, como en estos extremos, todas las líneas que nos trazamos se bifurcan con el tiempo para, algunas, ser traspasadas sin saber ni cómo ni por qué...


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