Dicen que el terrorismo es algo global, estamos hartos de escuchar y soportar innumerables medidas para luchar contra una lacra que dicen nos afecta de manera tangible y presente. Sin embargo, apenas nos ponemos en la piel de quien de verdad sufre el terrorismo y su sinrazón a diario. Casi no existen historias y relatos de aquellos a quienes a veces llamamos refugiados y nuestros gobiernos numeran para algún día intentar repartírselos como si la solución fuese un parche habitacional del que aún son incapaces de ponerse de acuerdo. Existe una lucha y una visión muy diferente del alcance del mal que representa el terrorismo, la sinrazón de matar en nombre de cualquier idea, ya que los relatos a los que nos acostumbramos nos hacen ver generalmente la necesidad de vigilancia y reglamentación. Y no es que quiera ver relatos de justificación, que los podría haber y buenos, pero si reclamo cintas que expresen, a su manera como ésta, otras vidas en torno a un problema acuciante, pero menor si queremos de verdad luchar contra él mismo, pues quizá las soluciones vengan de otras partes y mediante otras maneras, pero hablemos de cine.
Y es que Sissako en su condición de cineasta, de musulmán, de persona en definitiva ha sabido recrear aquello que demandaba arriba, un relato del verdadero terror, un terror tan irracional como muchos de los deseos que habitan al protagonista del lado oscuro (ISIS, EI, DAESH, AlQuaeda o como lo quieran denominar), deseos que son desterrados por una razón, no fría, si no inexistente a veces. Aunque a mí me parezca que el guión decaiga un poco hacia un idealismo poco habitado en estos días, la película realiza un pequeño viaje a través del sufrimiento del terror en todas sus vertientes y en su origen para desgranar sin mucho efectismo el rostro humano del propio terror, la sinrazón que se instala en un dogmatismo que ya ni siquiera es eso, pues el dogma de las armas aniquilan cualquier pretensión de ser eso mismo. Por ello, las historias entre sí guardan esa relación con el mal, personificado en una persona que sin saber conducir pretende vehicular la vida de los demás, pues en esa relación vemos la frágil humanidad del cantar, el rostro de la violencia que emana del hambre, el refugio y el exilio ante bienes escasos tan importantes como el agua o la amenaza, el valor de una bala frente a un argumento, el azote del poder.
Destacar sobre todo los modos en que el pueblo, las personas luchan y pervierten toda aquella reglamentación terrorista, y entre ellas ese partido de fútbol donde la idea es más importante que el hecho en sí. Muy platónico todo, quizá, pero si analizamos la conjugación que hacen esos muchachos para acabar un juego de equipo, tan individual y azaroso como contradictorio, de forma positiva, es decir con un gol tras la elaboración de un par de jugadas indica que los sueños y la imaginación cuando son comunes, son realizables solo que retenidos por alguna razón.