lunes, 14 de octubre de 2013

Plan diabólico (Seconds). J. Frankenheimer. 1966.



Vivir una vida apenas es suficiente, en nuestro interior los deseos postergados. las ambiciones ocultas permanecen latentes para recordarnos que siempre se puede ser otra cosa, que siempre existe otro modo de instalarse en la realidad, pero ¿de verdad esto es así?

A nuestro directivo banquero se le ofrece la posibilidad de cambiar de vida, de mejorar el rumbo anodino que ha ido tomando su vida y empezar de nuevo, se le ofrece la posibilidad de renacer, de sentirse vivo de nuevo. Sin embargo, empezar de nuevo va a suponer un siempre lo mismo pues en la artificial vida que le ha sido preparada el éxito, el reconocimiento y el ser van a ser puestos igualmente por la indiscriminada mirada del otro. Decía Husserl que la subjetividad trascendental comienza cuando uno se hace cargo del otro, de la determinación que conlleva hacerse cargo de la existencia a través de la mirada de los otros, de la conciencia de mi en él y su reciprocidad. Y aquí nuestro personaje va a darse cuenta de una especie de sentido de la vida cuando se descubre a sí mismo a través de los ojos de su "ex mujer", ahora conoce que no ha sido, que quería ser y cómo ha llegado a ser no siendo. Pero quizá demasiado tarde.

El ejercicio filosófico de Frankenheimer se sirve de una poética muy cerrada, con un estilo muy parecido al género negro el relato se compone a través de un misterio que engancha al espectador una gran parte del metraje, y aunque la segunda parte es más débil dentro de ese universo misterioso y la vuelta a un posible renacer se verá truncada ante la imposibilidad de cambio de nuestro personaje, la película plantea ciertos interrogantes básicos que acompañan al ser humano desde el inicial asombro, o desde el verbo vertebrador de la cultura. La interrogación no es fácil, las dudas no se resuelven, nunca pueden hacerlo, pues el tiempo y el ser, el movimiento y la física son esos elementos característicos del pensar humano, del errar antropológico, del universo cerrado y afixiante de nuestra mente en el universo abierto y azarosos en el que nos desenvolvemos. De ahí esa proliferación de planos cerrados, de introspección contrapuesta a ese océano, primigenio o no, pero tan vasto y abierto como los deseos que en parte nos conforman y guían nuestras vidas y obsesiones. 

domingo, 13 de octubre de 2013

The Act of Killing. Joshua Oppenheimer, Christine Cynn. 2012.




Abróchense los cinturones, no coman antes ni durante el visionado y si tiene que maldecir hágalo con toda su rabia porque ellos lo merecen. La banalidad del mal que tratara Arendt en el archiconocido juicio en Jerusalem es un concepto que se me antoja corto para describir lo contemplado. No hay discurso que aguante tal horror humano, hay infinidad de palabras para describir actos violentos, pero como se suele decir una imagen vale más que mil palabras, y aquí las imágenes y las palabras van tan estrechamente unidas, tan profundamente conectadas que el estupor va ir in crescendo hasta el hastío total, hasta el vómito repulsivo y asqueroso que ofrece la realidad y que generalmente solemos disfrazar. Pero aquí no hay disfraces, lo real y lo imaginario son lo mismo treinta años después y a pesar de la teatralidad buscada, la realidad domina el film de principio a fin.

El odio, la violencia y el mal parecen tan idiosincrásicos para el ser humano como la bondad, la solidaridad y el bien, y quizá sea así, quizá no haya criterios eficaces y toda la figura posmoderna prevalezca ante el manifiesto del todo vale, ante la individualidad del hombre libre, del ser humano cuya voluntad está por encima de todo y que ha llegado a comprender que si fue, puede llegar a serlo.

Es lo malo de los ejemplos, del curso ejemplar de la historia, que está ahí, no solo para repetirla y tropezar con ella, sino también para seguirla a pies juntillas, con las pequeñas dosis de transformación individual que a veces hace que seamos genios y otras el mismo demonio. Aquí los demonios están allí, lejos, en el odio incorporado desde instancias que no nos son tan ajenas, desde lugares comunes bien conocidos entre nosotros pero incomprensibles a la vista de muchas mentes, no sólo de allí, sino de aquí. Pues a pesar de que la violencia y el odio puedan ser consustanciales a nuestra especie (está por ver), su difusión y profusión exagerada y esperpéntica es propio de una cultura, la nuestra. Si no olvidas esto, sufres más con este visionado, y si lo olvidas, pues eso...

sábado, 12 de octubre de 2013

Breaking Bad. Vince Gilligan. AMC. 5 temporadas.




Hace ya un par de semanas acababa la serie de moda, siempre hay algo tan especial que si no lo ves parece que no estés a la última, en el hilo de lo serio y de la vida actual. Sin embargo, en este país casi nadie debería poder hablar de ese último episodio pues no fue un evento global como en otras ocasiones y con otras series se ha hecho, y sin embargo se hace, se habla y habla de lo espectacular o decepcionante del fin de las aventuras de ese profesor de química convertido en villano y héroe, en criminal y moral y no sé cuantas polarizadas concepciones puedan darse. Como supongo que eres una de esas personas tan "piratas" como yo, y has acabado por ver el final de la serie antes de que la pasen por la televisión española (¿la ponen en algún sitio en el que no haya que pagar?), confío en que no te asustarás si ves desvelada la trama final así como algunos datos relevantes del mismo, pues en principio y como de costumbre no sé qué voy a escribir ni hacia donde van a ir dirigidas mis palabras.
En primer lugar comentar que a mi el final me parecía previsible, muy previsible, y que los dos últimos episodios le dan mil vueltas al último, pero sobre gustos colores. Y ello, porque seamos sinceros, han ido creando un monstruo, Walter White ha pasado de ser el pobre padre de familia que tiene que aunar sus pequeños esfuerzos cotidianos para sobrevivir en un mundo donde el dinero lo es todo, hasta la cura de una enfermedad (la ciencia no cura, lo hace la pasta), ha ser un personaje tan duro y despiadado que ha ordenado matar a su antiguo socio, ese Pinkman, ese chaval tan mediocre e inocente como para embaucarse en esa espiral de odio y violencia que genera el ansia de billetes verdes. Incluso el as de su enfermedad hacía mucho más previsible el final, la muerte de un profesor que ha dejado de morir en vida para sentirse vivo, para sentir lo que reclama la cultura occidental de nuestros días, siéntete vivo, viaja, muévete, sonríe, folla, grita, diviértete, y no mires cómo o porqué, "just do it". Y sí, efectivamente, como si de un anuncio más se tratase y a pesar de todo el dramatismo de la escena, Walter va a confesar que el egoísmo es quien ha guiado sus pasos, y a pesar de morir matando y cerrar un buen número de deudas, su muerte no dice nada, es tan poéticamente vacía y fría como ese último metal cuya mano palpa y ensangrenta.
Luego está la trama, una trama que si bien no ha escapado de las mentes de los guionistas y no se ha deslizado por ese mundo fantástico de hazañas imposibles al que nos acostumbra el mundo made in americanada, el final si deja un poco que desear. Mira que ha habido muertes en la serie, la del rey del pollo fue memorable, la de el viejo Mike también muy buena y sutil, pero el derroche armamentístico y de muerte de la última temporada me parece excesivo. El tiroteo en el lugar de la primera cocción con Walter esposado y con un muerto tras ¿200, 300 disparos?, me parece irrisorio, sobre todo contrapuesto a la genialidad inventiva del profesor, que al final también va a optar por un plan sutil y lleno de balas, posibilitado por la ignorancia de las mentes de unos nazis, que días atrás son tan estúpidos como para dejarle, vivo, y con más de diez millones de dólares, o indignarse por ser tachados de embusteros. Aquí no han jugado muy limpio, a mi me han tratado tan estúpidamente como la conversación final que desvela el asunto de la "Stevia", joder, con lo bien que habían quedado esos planos de ella echando los amargos polvos de ricino a su perenne bebida. ¿Qué se tenía que enterar Jesse? No creo que le hiciese mucha falta a alguien que acaba de empezar una nueva vida, si es que puede lograrlo tras todo lo que deja atrás y la culpabilidad que le debe corroer. ¿Un spin-off sobrevuela la mente de alguien? Al menos en la mía, jeje.
En fin, la serie ha mantenido el listón muy alto, con muy pocos personajes ha logrado crear esa especie de adicción que todo producto televisivo trata de mantener para sobrevivir en el poblado mundo de la imagen contemporánea. Y si de vez en cuando no ha podido quedarse dentro de los límites de la coherencia o de la realidad, abusando de algún giro, llamémosle increíble, también es verdad que los personajes no abandonan su parcela real, su contacto con el mundo que todos conocemos, ese mundo de policías que se creen salvadores de la justicia universal, el mundo de madres preocupadas por sus hijos, el mundo de la necesidad de dinero para todo menester pero que olvida que el amor, a la familia y a uno mismo, es más importante que la creación de una firma, de una empresa, de una falsa innovación que no hace sino repetir el engaño y aquella infidelidad que de joven tuvo que sufrir nuestro químico. El eterno retorno de lo mismo nietzscheano va a dibujar el halo de toda la serie, un retorno a los mismos problemas que van a enfrentar a todos los personajes con ellos mismos y de los que sólo uno sale con la mayor entereza, aquel a quien la sociedad considera inferior por su discapacidad va a ser el único capaz de mantener su entereza moral y no claudicar ante aquello que considera y sabe que está mal. Los ejemplos a seguir pueden ser muy peligrosos, pero hoy nadie mira a su alrededor, estamos demasiado ocupados en encontrar la fórmula de vivir en la comodidad.