miércoles, 13 de enero de 2016

Steve Jobs: The Man in the Machine. Alex Gibney. 2015.



Intentar comprender el drama que para muchas personas ocurrió tras la muerte del genio de Apple a través de la escueta biografía pública y unas cuantas entrevistas es un ejercicio difícil de realizar y mucho más cuando no llegas a entender el principal meollo de la cuestión. Como si el relato biográfico reseñara en sí el sentir de cada persona individual, fascinada con un personaje y una marca que pueden haber cambiado muchos rumbos en los senderos humanos, pero cuyas direcciones están aún por ver si son tan eficaces.

Al menos no estamos ante el típico documento glorificador, ante el retrato abanderado de una especie de mesías que tanto abunda sobre el personaje en cuestión. Pero las dudas que brotan en el relato están tan a la orden del día que es difícil pensar de alguna compañía o personaje que no realice alguna práctica tan ilegítima como legal.

Mi pregunta es, si quieres comprender a la gente, su drama ante tal desaparición, por qué no ir directamente a ellas, a su mundo, al mecanismo que organiza los tótems del nuevo siglo.


domingo, 1 de noviembre de 2015

La Ciénaga. Lucrecia Martel. 2001.



La metáfora del río como recurso para narrar el devenir vital del ser humano bien podría servir al gran Renoir en su aventura por las tierras del Ganges, sin embargo, hoy esta visión del río que al mar nos ha de llevar sin más se antoja falta de la realidad del agua, ya no de sus estados o formas, si no de las implicaciones que todo devenir material encuentra en el tiempo. Por ello, la toponimia y el lugar elegidos por Lucrecia para contarnos esta historia de bebida, decadencia y amor, parece acomodarse mejor a los datos de una realidad diversa, tan desacoplada como fluida, en el cieno de un pantano.


Ahora somos barro de verdad, para algunos de polvo de estrellas, otros seguirán recurriendo a ancianos dioses y figuras de todo tipo, otros se inundarán permanentemente ante la falta de referentes, pero todos continuaremos el viaje hacia la mar observando que los saltos, los valles y meandros que hemos de pasar no son la quintaesencia del navegar sino todo un arsenal que parece conspirar contra la vanidad que ofrece el último sustrato referencial que maneja el timón, el ego. En la maraña de situaciones que ofrece la vida cada cual va a buscar refugio en su propio lodadal, invirtiendo sus esfuerzos en esclarecerse asímismo, en mirarse en el espejo para poder encontrarse. Así es un retrato de familia coherente donde el idilio conservador deja paso a una realidad tajante y abierta, que golpea a unos y a otros, repartiendo agua y barro para que moldeemos una figura distinta de la misma pieza para pasear.

La curiosidad y el mal fario ya no son los únicos indicadores de una nueva realidad en la que estar atentos y a la escucha puede parecer pueril, pues el sonido sordo del mundo acelerado ciega a una crítica de nuestro propio ser en devenir, de una realidad que se nos escapa dentro de nuestros ideologemas más rudos y elementales. La vida ya no es el mero transcurso de estaciones, ni el sentido fluvial del movimiento, es el puro barro en el que crecemos, una ciénaga de la que brota todo un mundo para oír. 

miércoles, 21 de octubre de 2015

Her. Spike Jonce. 2013.



El amor puede ser tan indeterminado como los tiempos que nos recorren y definen, líquidos, híbridos, enraizados dentro de la amalgama de situaciones que ponemos en juego en cada acción, en cada emoción, en cada pensamiento. El amor y las personas que lo sustentan se han convertido, como el resto de asuntos humanos, en un libre albedrío donde la mezcolanza ataca a la auténtica subjetividad que lo incorpora y materializa con su acción, con su verbo, con su caricia y mirada. Arrinconado en el cajón donde se quiere aún menospreciar a la mujer el amor ha sido una facultad de escasa virilidad enfrentándose, aquí, a un personaje que representa esta algarabía de los tiempos donde la individualidad puede representar tanto lo mejor como lo peor. La sensibilidad va a flotar en unas imágenes que nos dejan bien claro la piel nueva de una varón por llegar, un varón atento a la ética de los cuidados que corresponde al hombre en su particular estado natural de primacía. Una sensibilidad universal difícil de alcanzar, casi de fútil intento, pero que aquí sirve para enmarcar cómo el amor ha generado algunos de los motores del mundo, de la historia, de la vida individual de algunas personas que, desde más allá de Platón incluso, conciben una idea como guía y necesidad para el transcurso vital que ocupamos en este espacio singular que es nuestro cuerpo y que la protagonista virtual no puede percibir acercándose silenciosamente a ese no lugar que a veces se asemeja a ciertos refugios que ofrece la filosofía ante la indeterminación del mundo, del cuerpo.

El amor puede ser tan asombroso como el descubrimiento, es la novedad interpretada desde las miras de las singularidades de los afectados y desafectados. Se aprecia ese sentimiento incluso asociándolo fisiológicamente al incipiente sexo que florece junto a esa novedad del amor correspondido y consumado inicial, o puede ser apreciado mediante la constante renovación de un sentimiento en conflicto con la multitud de eventos que se relacionan con él y lo atraviesan. Por ello, las respuestas ante tal emoción son tan variables como los seres que las soportan, la universalidad tropieza con la variabilidad cultural e histórica de un fenómeno estereotipado en cupidos y corazones, en familias e hipocresías. En el propio film vamos a observar distintas respuestas, aunque todas ellas muy vinculadas a un concepto de amor ligado a una filosofía entre platónica y spinozista donde el conocimiento adquiere un valor anexo al propio sentimiento, y es necesaria una comunicación para desvelar ambas características del hecho amoroso, su faceta misteriosa, subjetiva, privada, y su faceta inteligible desde la universalidad del logos, del expresar un hecho que conlleva dentro de sí todos los opuestos que pueda uno imaginar. Theodore es un comunicador de estos sentimientos, un esteta para otros incapaz de asumir que en la sensibilidad también se ven afectadas negatividades que deben ser expresadas, localizadas y neutralizadas por ese cambio posible que detenta toda relación.


El amor puede ser, dentro de este azar y gracias a la curiosidad humana, el escaso elemento ancestral que guíe nuestras conductas, que amplíe reorganizando el desencantado espacio vital social desde una individualidad humana, demasiado humana quizá, que atienda a la expresión de un arte amatorio lejos de corsés y tan plural como falto del cinismo y la hipocresía que recorre tal sentimiento en la actualidad. 

Vale amar todo, no todo por igual. 

Dilucidar cómo efectuar esta tarea, la de aprender a amar, debe ser nuestro escaso mapa para no confundir meros caprichos con las verdaderas afecciones que te hacen crecer, creer, cambiar, volver a soñar.