lunes, 30 de marzo de 2015

Citizenfour. Laura Poitras. 2014.



Conozco la importancia de este caso desde el día en que se empezaron a publicar los datos en el diario británico The Guardian y he estado informado al respecto pues desde hace tiempo venimos asistiendo a pequeños escarceos públicos de una información y de unos datos que sirven para observar como el ejército estadounidense se las gasta alrededor del mundo, de cómo los paraísos fiscales son una amenaza para la fiscalización de los estados y en este caso como empresas de comunicaciones y estados se alían para perpetrar el mayor control a la población jamás visto. Sin embargo, a pesar de la importancia del asunto no me creo que en los últimos premios Oscar no hubiesen mejores documentales para llevarse el galardón.

Vuelvo a repetir que el valor de la historia es de lo más alto a nivel periodístico e informativo de los últimos tiempos donde son necesarias decenas de bombas periodísticas a la semana para alimentar una industria que se devora a sí misma. Pero el documental en sí deja mucho que desear, una historia cronológica donde ya sabemos qué y cómo va a ocurrir, donde lo único valioso que nos ofrece son las dudas y métodos usados para la elaboración de tan impactante información. Es justo ahí donde alcanza un valor más alto al mostrar cómo es la relación entre la fuente, la información y el periodista desde un plano deontológico muy profesional. Valor en aumento al retratar a un Snowden tan seguro de lo que hace como vulnerable ante cualquier movimiento en falso de incluso los seres a los que confía su secreto. Por eso no alcanza un grado de efectividad total pues no llega a valorizar en cotas máximas la totalidad de paradojas, incertidumbres, cuestiones, dudas que surgen de un proceso como este, ni tampoco llega a ser una representación de la figura del confidente, cosa que por otra parte no desea el propio afectado, pero es que tampoco llega ser el documental informativo e hiriente que puede ser una vez que ha sido puesto en escena.

Me parece más trabajo de Pullitzer que de Oscar pero es indudable que el trabajo de Laura es digno de elogio más allá de la virtud de la imagen como ilustradora de historias. Además que el periodismo en estos días de crisis de todo sea bendecido con un documental premiado en esas alturas es bueno para una profesión que ve cómo cada día el triunfo del dinero prevalece ante cualquier verdad y ya luce desdibujando sus propias fronteras y moldeando su autodestrucción. No estamos ante un documental novedoso por su estructura, forma o cualquier cosa que lo haga especial salvo la valiosa información que revela. Imprescindible.




miércoles, 4 de marzo de 2015

La isla mínima. Alberto Rodríguez. 2014.



Empecemos maximizando esta isla que no viene siendolo tanto en nuestro cine patrio, una isla que recoge todo el arsenal poético del cine negro, thriller o como queráis etiquetarlo, para empezar a mostrar historias dentro de los cánones hoy establecidos. En esta isla particular Alberto Rodríguez ya lleva remando a favor del género con particular maestría creando grandes películas como ésta, donde, a pesar de un par de calzadores en el guión, a mi gusto, encontramos unos personajes bien ajustados a una historia que demuestra como el mal está más cerca de lo que creemos. También fluye de manera sobresaliente gracias a una fotografía excelente, una virtud que acompaña a un montaje bien desarrollado, con unos mínimos imprescindibles que dirigen la mirada hacia el núcleo bien definido de un relato que apunta más allá del mero hecho, y que apela a la inteligencia del espectador curada del maniqueísmo preponderante.

De mínima entonces poco, en términos cinematográficos, pero ahondando en la narrativa podemos observar como la línea que separa el bien del mal a veces es difuminada por el estrato del tiempo y el del espacio. Las líneas que dibujan el territorio físico o emocional son como las ficciones que nos contamos cada mañana para sobrevivir, meros referentes que nos hacen reconocibles, a veces. El territorio y sus huellas son abordadas por las líneas que ofrecen las pruebas, los canales por los que viajan las informaciones y los sospechosos se bifurcan con otras líneas viejas, otras vetustas quizá anquilosadas. La isla mínima alude tanto al lugar físico del abandono, al derrumbe y despojo de una deslocalización del mundo rural y al tránsito ideológico que representa la reciente libertad tratada en la película. La transición de un punto a otro es como la propia historia de una democracia coagulada desde su seno, la poética pasa de la noche al acorde más lumínico a la par que el relato avanza sinuoso por el delta que lleva a los ríos a la mar.

Entre mínimos y máximos, el medio, el centro gravitacional donde se quedan muchos filmes, un centro que busca maximizar minimizando, un centro abierto a la interpretación de ese más allá que no se cuenta, una buena dosis de imaginación para ver desde el hoy más necio un pasado en transición que quizá sólo fue el sueño de un gran crédito, para comprobar que, como en estos extremos, todas las líneas que nos trazamos se bifurcan con el tiempo para, algunas, ser traspasadas sin saber ni cómo ni por qué...


domingo, 22 de febrero de 2015

Belleville Baby. Mia Engberg. 2013.



Esta obra condensa muchos de los aspectos que caracterizan al arte audiovisual actual, por una parte la mirada documental como intento de acercarse a la esquiva verdad que ilumina nuestros días, y por otra parte el personalismo como parte deconstructiva en el intento de ahondar en la filiación artística, en sus mediaciones con la representación tanto de la realidad como de la parte subjetiva que interpreta. Así, Mia Engberg vehicula la relación amorosa pasada para indagar en su identidad, en la visión diferente que se tiene de la misma historia, de la aparente relatividad que puede otorgar pertenecer a un mundo distinto, sea este una clase social, un género o el mero hecho de poseer distintas ideas. La antigua relación sentimental es documentada como recuerdos en la indagación del nuevo ser al que han sido trasladados los personajes tras un romance interrumpido por el cine y por la cárcel, por un tiempo diferente que años después vuelve a tejer el hilo tras la llamada inquisitora por esa búsqueda de la propia identidad a la que nos enfrentamos cada mañana casi sin observarlo. El documento visual dota a la historia de esa credibilidad que dan las tomas sin destino previo, sirve para hilvanar el relato autobiográfico a esa realidad cambiante que siempre se nos escapa, aún siendo dos en uno como se llegan a sentir en Marsella. Pero el personalismo que otorga el propio tiempo también ha tenido su propio hilo temporal que desdibujándose por otros senderos ha ido enderezando un nuevo rumbo, quizá no tan distinto del pretendido inicialmente en cuyo seno albergaba cosas tan distintas. El cambio de rumbo quizá ya estuviera elegido en el guión que escribimos cada mañana frente al espejo, el preguntarse por sí mismo es algo que tiene que ver con el tiempo, con ese autoengaño del que precisamente hoy leía en palabras de Fernando Broncano

Y es que el individualismo cinematográfico está al alza, sobre todo en estas cuestiones identitarias, ya sea como reflejo de cierto posmodernismo, a mi gusto paralizante, o ya sea como investigación de un ser individual mucho más allá de la caracterización por etiquetas rígidas que le conviene al pertinente orden. Y aunque no todo es oro lo que reluce, aquí encontramos esas pinceladas lumínicas dentro de tanta sombra, en el juego entre la luces y las sombras se puede descubrir ciertas preguntas de veras pertinentes, pues a veces sólo importa la pregunta. Podemos observar como parte de ese autoengaño es parte importante de nuestras vidas, como la comunión perfecta con otro ser es siempre obstaculizada por nuestro propio ego imponente, como la diferente visión, ya sea ésta idealizada o mediatizada por un pasado sin invocar, interfiere en nuestro modo de asimilar un situación, una relación, de como el pasado es un invento que nos proporciona otra seguridad, la misma seguridad que la propia autora y protagonista podía sentir, o no, en una relación peligrosa, con un amante colonizado y al que finalmente, podemos preguntarnos, ¿llega a descolonizar?

Aquí las trampas siempre presentes de la imagen, del relato audiovisual. La verdad de un relato no depende ni de la imagen ni de lo representado por ella o sus correlatos audiovisuales. El cine como el tiempo otorga al menos el poder de conversación, con uno mismo y nunca con el otro, el otro comenta, dice, interpreta pero su visión siempre mediatizada por la nuestra se interpone a la necesidad de un relato siempre incompleto, siempre a expensas de la verificación que el propio tiempo almacena para cuando sea pertinente ver el propio autoengaño. Sortear estas trampas es el equilibrio que mantiene hoy el autor de estos ensayos fílmicos y aquí Mia como cualquier otro cineasta que se precie esquiva con maestría las dificultades del relato abriendo preguntas e interrogantes sobre las cuestiones particulares de su vida que la llevan a preguntarse por su ser, que nos llevan a preguntarnos a nosotros por su ser, por su modo de expresión e infinidad de cosas más, porque lo promete este film es preguntar desde el recuerdo, sabiendo de la propia representación de éste, de la particular insidia que es saberse exiliado cada mañana y por ende la necesidad del preguntar.