miércoles, 21 de octubre de 2015

Her. Spike Jonce. 2013.



El amor puede ser tan indeterminado como los tiempos que nos recorren y definen, líquidos, híbridos, enraizados dentro de la amalgama de situaciones que ponemos en juego en cada acción, en cada emoción, en cada pensamiento. El amor y las personas que lo sustentan se han convertido, como el resto de asuntos humanos, en un libre albedrío donde la mezcolanza ataca a la auténtica subjetividad que lo incorpora y materializa con su acción, con su verbo, con su caricia y mirada. Arrinconado en el cajón donde se quiere aún menospreciar a la mujer el amor ha sido una facultad de escasa virilidad enfrentándose, aquí, a un personaje que representa esta algarabía de los tiempos donde la individualidad puede representar tanto lo mejor como lo peor. La sensibilidad va a flotar en unas imágenes que nos dejan bien claro la piel nueva de una varón por llegar, un varón atento a la ética de los cuidados que corresponde al hombre en su particular estado natural de primacía. Una sensibilidad universal difícil de alcanzar, casi de fútil intento, pero que aquí sirve para enmarcar cómo el amor ha generado algunos de los motores del mundo, de la historia, de la vida individual de algunas personas que, desde más allá de Platón incluso, conciben una idea como guía y necesidad para el transcurso vital que ocupamos en este espacio singular que es nuestro cuerpo y que la protagonista virtual no puede percibir acercándose silenciosamente a ese no lugar que a veces se asemeja a ciertos refugios que ofrece la filosofía ante la indeterminación del mundo, del cuerpo.

El amor puede ser tan asombroso como el descubrimiento, es la novedad interpretada desde las miras de las singularidades de los afectados y desafectados. Se aprecia ese sentimiento incluso asociándolo fisiológicamente al incipiente sexo que florece junto a esa novedad del amor correspondido y consumado inicial, o puede ser apreciado mediante la constante renovación de un sentimiento en conflicto con la multitud de eventos que se relacionan con él y lo atraviesan. Por ello, las respuestas ante tal emoción son tan variables como los seres que las soportan, la universalidad tropieza con la variabilidad cultural e histórica de un fenómeno estereotipado en cupidos y corazones, en familias e hipocresías. En el propio film vamos a observar distintas respuestas, aunque todas ellas muy vinculadas a un concepto de amor ligado a una filosofía entre platónica y spinozista donde el conocimiento adquiere un valor anexo al propio sentimiento, y es necesaria una comunicación para desvelar ambas características del hecho amoroso, su faceta misteriosa, subjetiva, privada, y su faceta inteligible desde la universalidad del logos, del expresar un hecho que conlleva dentro de sí todos los opuestos que pueda uno imaginar. Theodore es un comunicador de estos sentimientos, un esteta para otros incapaz de asumir que en la sensibilidad también se ven afectadas negatividades que deben ser expresadas, localizadas y neutralizadas por ese cambio posible que detenta toda relación.


El amor puede ser, dentro de este azar y gracias a la curiosidad humana, el escaso elemento ancestral que guíe nuestras conductas, que amplíe reorganizando el desencantado espacio vital social desde una individualidad humana, demasiado humana quizá, que atienda a la expresión de un arte amatorio lejos de corsés y tan plural como falto del cinismo y la hipocresía que recorre tal sentimiento en la actualidad. 

Vale amar todo, no todo por igual. 

Dilucidar cómo efectuar esta tarea, la de aprender a amar, debe ser nuestro escaso mapa para no confundir meros caprichos con las verdaderas afecciones que te hacen crecer, creer, cambiar, volver a soñar.

domingo, 16 de agosto de 2015

Mad Men. AMC 7 Temporadas. 2008-2015.



El sueño americano en su puro estilo, el sueño como búsqueda de una felicidad siempre insatisfecha, siempre en el camino. Las lecturas que ofrece una gran serie son enormes, basta con aislar un solo episodio y retomar los temas que van floreciendo por cada personaje, con cada ademán o vestuario, con cada gesto o silencio. A mi se sirven varias anécdotas sobre el final para hacer la lectura que los tiempos necesitan; la primera arranca desde el protagonista principal que en su búsqueda encuentra su camino hacia sus deseos, y la epifania vía new age californiana le va a llevar a cumplir su sueño, desdeñando buena parte de otros, que no debían de ser muy suyos, aunque los sueños, sueños sean; la segunda responde al principal método educativo, la repetición. Y es que la hija mayor de Don, guapa como los padres está expuesta a unas tentaciones, según su propio padre, de las que los feos también disfrutamos digo yo, pero ella parece aprender por otra vía, la del error, y a pesar de seguir las convenciones, como la de los cuidados, su pensamiento y actuación dista mucho de la de sus padres. El tiempo madura los sueños; y la tercera, entroncada a este tiempo donde se instala el llamado desarrollo, tiene que ver con la madre, pura encarnación del conservadurismo donde los sueños son limitados y no afectan lo más mínimo a la vida. En su deseo de perecer en su plenitud, sin el cambio que establece la vejez se atisba el mismo deseo de cumplir un sueño, el sueño eterno de la trascendencia, el de la inmortalidad aunque sea en una forma de vida, en una historia, en un relato, en una fotografía que mostrar. 

Y en el lado opuesto dos mujeres, dos destinos similares y tan diferentes para ver que los sueños son alterables, maleables, adaptables a las circunstancias personales y sociales con la que hemos de lidiar cada día. Si Peggy va a cimentar su sueño desde el trabajo y el buen hacer por el camino que le viene surgiendo, la desbordante Joan va a darle la vuelta a su forma vital para fortalecer su vida y decisiones frente a la debilidad que le otorgaba su estatus de mujer exuberante. Y es que aquí anida un tema principal dentro de la serie, el feminismo (o la falta). Aquí, como generalmente suele pasar, la representación del tema no es todo lo representativa posible, pero las lecturas que salen de las cuatro féminas mencionadas dan para hacer un buen desglose de cómo se llegaba y se llega a ser mujer en nuestras sociedades. Aparecen tantos tipos de mujer como la ficción va permitiendo al igual que ocurre con los estereotipos raciales y homosexuales, aunque éstos en menor medida, y es que en las diferentes relaciones entre varones y mujeres es donde se inscribe el relato de lo que ha sido siendo ser mujer en occidente. Del objeto inmortal e imperecedero que sostiene a la señora Draper (Betty) hasta que se ve silenciada, a las tópicas armas de mujer en los negocios o el trabajo duro y cínico similar al del varón van a jalonar un retrato donde el espacio subversivo queda circunscrito en la moda o el sexo (que recuerde hay una mención a Friedman). Así, las mujeres pueden ser, pura experiencia como para Don, sostén familiar como para Peter o meros caprichos de niño bien como para Sterling... Todas ellas representan algún aspecto de lo que el patriarcado ha definido qué debe ser una mujer, de ahí el propio problema de los personajes, incapaces de asirse a una realidad que no sea la del sueño, la del propio relato elaborado desde un tiempo tan parado como el icono de un iglesia, como la imagen trágica del propio telediario de ayer. 

Los tiempos requieren de lecturas pertinentes, ya no leemos y creemos en las estrellas como el padre de Segismundo, y aunque sabemos leer y hablar idiomas en mayor medida que todo tiempo atrás, no nos diferencia mucho la manera en que nos insertamos en un relato para sucumbir en él, como organizamos un sueño para volver a casa, fabricando nuestras identidades desde la acucia vital más pertinente, por ello los sueños son variables, impertinentes, locuaces y demenciales, pero sueños son. Lo importante de la lectura, de la visión es ver más allá, saber leer e interpretar aquello que no dicen las estrellas, aquello que calla un encuadre, una frase, un estereotipo. Y aquí se dice tanto como no se dice, o ¿el multiculturalismo epifánico de Don en su gran hit le sobrevino del universo, generalmente, blanco, que recorre? Atender a los sueños es tan imprescindible como nuestro derredor, lleno de las circunstancias que pueblan sueños y pesadillas, esta es mi gran lectura siempre colgada de Hermes.

lunes, 10 de agosto de 2015

Leviatán (Leviafan). Andrei Zvyagintsev. 2014.



La corrupción política no es una cosa exclusivamente nacional, ni aparece en lugares donde la democracia aún no ha conseguido un mínimo de estabilidad, como tampoco es cuestión del sistema político concreto. Es el mayor lastre para la humanidad, la pesada carga que desequilibra la escasa igualdad y justicia que declaman los principales derechos del hombre. Y lo es porque arrastra a su vez a los demás ámbitos donde todo estado de derecho se arroga, es decir, cualquiera. Las leyes y normas que nos caracterizan como sociedad son producto del ambivalente juego político, ya sea desde el ámbito participativo al más autoritario, y éste puede limitarse a quedar ciego ante hechos, a modificar párrafos legislativos y valores para que el bordeo a la ley pueda ser tutelado, e incluso puede directamente saltarse la leyes, modificar hechos y hacer del escaso contrato social que queda un sucedáneo lavado desde la propaganda precisa.

En el film vamos a observar la corrupción en Rusia pero el fenómeno ha sido tan generalizado que puedes poner cualquier otro país o época que los resultados van a ser bastante similares. La connivencia estatal y de grupos afines a esa especie de conservadurismo demencial frente a la corrupción llenan portadas de diarios hoy día en  nuestro país. por ejemplo, sin ese alarmismo social prescrito en otros frentes (léase terrorismo) con la precisión de cierta comunicación. Allí, la iglesia ortodoxa y el estado representado en el cacique provincial van a conjugarse para luchar contra la amenaza occidental representada en el imperio de la ley y en el triunfo del esfuerzo y la ambición. Y sin embargo, va a luchar con las mismas armas, con el imperio de una ley y la misma fuerza y dedicación que requiere el abordaje de cualquier asunto. Esta ha sido la gran tragedia rusa, esa esperanza de vencer a un sistema capitalista con las mismas armas pero distinta estrategia, con los mismos errores pero de mayor dimensión. 

La polémica se instaló en un país donde años de un mal llamado comunismo han provocado que la generalización de la parcela corrupta sea un problema de mayor calado cuya solución hoy día resulta fácilmente asumible desde una verdadera transparencia (allí, aquí y en Pekín lo de la solución, que sea un problema mayor ocurre como aquí, que venimos de un mundo caciquil). Entre peticiones de prohibiciones, manifiestos y nuevas legislaciones recortadoras de creatividad y realidad, la cinta sólo clama al cielo por el verdadero problema del siglo, la visibilidad de la relaciones y decisiones políticas. El retrato que se ofrece en la película no difiere mucho del dibujo que hacía el filósofo inglés en la obra homónima y que, puesto en la pertinente discusión, puede ayudar mucho más que los ríos de tinta y estupideces que se pueden decir respecto al ser humano, su libertad y su forma de dársela asimismo en torno a esta película o cualquier conversación de bar desde donde se sacan multitud de representaciones intermediadas que no hacen si no afianzar el problema.