domingo, 16 de agosto de 2015

Mad Men. AMC 7 Temporadas. 2008-2015.



El sueño americano en su puro estilo, el sueño como búsqueda de una felicidad siempre insatisfecha, siempre en el camino. Las lecturas que ofrece una gran serie son enormes, basta con aislar un solo episodio y retomar los temas que van floreciendo por cada personaje, con cada ademán o vestuario, con cada gesto o silencio. A mi se sirven varias anécdotas sobre el final para hacer la lectura que los tiempos necesitan; la primera arranca desde el protagonista principal que en su búsqueda encuentra su camino hacia sus deseos, y la epifania vía new age californiana le va a llevar a cumplir su sueño, desdeñando buena parte de otros, que no debían de ser muy suyos, aunque los sueños, sueños sean; la segunda responde al principal método educativo, la repetición. Y es que la hija mayor de Don, guapa como los padres está expuesta a unas tentaciones, según su propio padre, de las que los feos también disfrutamos digo yo, pero ella parece aprender por otra vía, la del error, y a pesar de seguir las convenciones, como la de los cuidados, su pensamiento y actuación dista mucho de la de sus padres. El tiempo madura los sueños; y la tercera, entroncada a este tiempo donde se instala el llamado desarrollo, tiene que ver con la madre, pura encarnación del conservadurismo donde los sueños son limitados y no afectan lo más mínimo a la vida. En su deseo de perecer en su plenitud, sin el cambio que establece la vejez se atisba el mismo deseo de cumplir un sueño, el sueño eterno de la trascendencia, el de la inmortalidad aunque sea en una forma de vida, en una historia, en un relato, en una fotografía que mostrar. 

Y en el lado opuesto dos mujeres, dos destinos similares y tan diferentes para ver que los sueños son alterables, maleables, adaptables a las circunstancias personales y sociales con la que hemos de lidiar cada día. Si Peggy va a cimentar su sueño desde el trabajo y el buen hacer por el camino que le viene surgiendo, la desbordante Joan va a darle la vuelta a su forma vital para fortalecer su vida y decisiones frente a la debilidad que le otorgaba su estatus de mujer exuberante. Y es que aquí anida un tema principal dentro de la serie, el feminismo (o la falta). Aquí, como generalmente suele pasar, la representación del tema no es todo lo representativa posible, pero las lecturas que salen de las cuatro féminas mencionadas dan para hacer un buen desglose de cómo se llegaba y se llega a ser mujer en nuestras sociedades. Aparecen tantos tipos de mujer como la ficción va permitiendo al igual que ocurre con los estereotipos raciales y homosexuales, aunque éstos en menor medida, y es que en las diferentes relaciones entre varones y mujeres es donde se inscribe el relato de lo que ha sido siendo ser mujer en occidente. Del objeto inmortal e imperecedero que sostiene a la señora Draper (Betty) hasta que se ve silenciada, a las tópicas armas de mujer en los negocios o el trabajo duro y cínico similar al del varón van a jalonar un retrato donde el espacio subversivo queda circunscrito en la moda o el sexo (que recuerde hay una mención a Friedman). Así, las mujeres pueden ser, pura experiencia como para Don, sostén familiar como para Peter o meros caprichos de niño bien como para Sterling... Todas ellas representan algún aspecto de lo que el patriarcado ha definido qué debe ser una mujer, de ahí el propio problema de los personajes, incapaces de asirse a una realidad que no sea la del sueño, la del propio relato elaborado desde un tiempo tan parado como el icono de un iglesia, como la imagen trágica del propio telediario de ayer. 

Los tiempos requieren de lecturas pertinentes, ya no leemos y creemos en las estrellas como el padre de Segismundo, y aunque sabemos leer y hablar idiomas en mayor medida que todo tiempo atrás, no nos diferencia mucho la manera en que nos insertamos en un relato para sucumbir en él, como organizamos un sueño para volver a casa, fabricando nuestras identidades desde la acucia vital más pertinente, por ello los sueños son variables, impertinentes, locuaces y demenciales, pero sueños son. Lo importante de la lectura, de la visión es ver más allá, saber leer e interpretar aquello que no dicen las estrellas, aquello que calla un encuadre, una frase, un estereotipo. Y aquí se dice tanto como no se dice, o ¿el multiculturalismo epifánico de Don en su gran hit le sobrevino del universo, generalmente, blanco, que recorre? Atender a los sueños es tan imprescindible como nuestro derredor, lleno de las circunstancias que pueblan sueños y pesadillas, esta es mi gran lectura siempre colgada de Hermes.

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