domingo, 9 de agosto de 2015

Mandarinas (Mandariinid; Tangerines). Zaza Urushadze. 2013.



La guerra echa todo a perder, desde una cosecha a la pequeña porción de humanidad que llevamos inscrito cada uno de nosotros. El conflicto se abre cual mandarina desgajando en su seno toda culturalidad en tono totalitario, ofreciendo un olor atractivo para la identidad y putrefacto para la solidaridad una vez destruida la diversidad en favor de las nuevas diferencias estructurales. 

El cine ya ha tratado con anterioridad la lucha entre dos individuos tan enemigos como hermanos, las espurias razones de unos y otros en beneficio de sus propias ideas y excusas para danzar con la muerte y la destrucción. Lo ha hecho con mayor o menor acierto, tratando el problema desde diferentes puntos, desde la objetividad, desde la realidad, desde la fantasía, pero lo que sobresale aquí quizá no sea el propio punto de vista, tan diverso como los personajes e ideas que pueblan el film, si no esa propia mezcolanza de actitudes frente al conflicto bélico, frente a la vida. En ellas vamos a encontrar la fuerza del film, en el destino, tan cruel como real es lo feliz, de unos personajes movidos por los hilos que tienden la cercanía, lo común y el ejemplo.

Personalmente agradezco este tipo de cine donde la realidad se deja atrapar sin grandes ficciones, con los elementos justos y necesarios para rellenar una parcela de realidad generalmente ignorada por el público. Un cine que cuestiona sin hacer un llamamiento a ideas parceladoras, un cine que compromete y enseña que la realidad es mucho más diversa que la propia identidad que vamos formando tomando ideas y sentimientos de aquí y allá cual gajos de una mandarina tan sabrosa como desaprovechada.

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