martes, 31 de mayo de 2016

La novia. Paula Ortiz. 2015.



Hablar de La novia es hacerlo de Bodas de sangre, por tanto, es inmiscuirse en ese universo lorquiano donde lo lírico enmascara lo trágico, donde arribar es luchar con la expectación de una sala, de un libro, de unos versos sueltos que flotan en el ambiente de aquél que ya padeció tantos crímenes a la hora de la luna. Pero como venimos a hablar de cine comenzaremos aplaudiendo la acertada labor de Paula que a mi parecer ha sabido llevar a unas imágenes, que cruzan la realidad y el versado lirismo, el universo de una obra teatral cargada de un simbolismo y una puesta en escena muy marcada por un lugar que lleva a los personajes a esa sinrazón que mueve los juncos a su antojo.

La misma libertad creativa que permite una adaptación ha podido ejercer aquí un papel muy decoroso frente a las limitaciones de una escenografía plasmadas en el mismo papel que en "el murmullo de sus venas" ya dicta elocuencias como ésta, y que la directora ha sabido trasladar a unas imágenes con un ritmo preciso, donde la historia traza los vaivenes de un amor y distintas tragedias al compás de una acertada banda sonora con guiño inexcusable al maestro Cohen. Y como si de ese mismo vals acompasado se tratase el odio y la tierra se conjugan en una imagen entre vetusta y cargada, entre colorida y árida, entre la noche y la luna, y el verde que todo lo calma. Una imagen a veces bella y profunda como la oniria que retrata, otras real y plana encarnado un contexto tan duro como verdadero.

Todo lector, como antes insinuaba, podrá disentir frente a la adaptación de una obra muy interpretativa, como es en si misma el conjunto de la obra de Federico. Sin embargo, abriendo el corsé que impone la propia imaginación puede percibir con toda claridad el sentido y la fuerza de una obra que debiera de tener tantas lecturas como interpretaciones posibles pues ahí radica la grandeza de una obra, en multiplicar las posibilidades, en hacer de la necesidad casi un fin para volver a poner en la palestra temas candentes que aún hoy, en caduca visión, parecen tener atenazadas más de un alma. Y el film logra transmitir ese mensaje donde relaciones inmateriales ponen en jaque a la libertad e igualdad a las mujeres, donde ideas del amor heteronormativas y violencia patriarcal dejan en entredicho que los tiempos hayan cambiado.


sábado, 30 de abril de 2016

Orígenes (I Origins). Mike Cahill. 2014.



La batalla entre la ciencia y la religión, o más precisamente el espíritu, se sirve a través de una historia de amor narrada a través de una ciencia ficción que en nada desmerece a los efectos especiales que suelen concurrir en este género. Incluso se agradece que el discurso sea muy acorde a una visión de la ciencia tan dogmática como exigen algunas teorías de la ciencia, pero tan abierto al propio conocimiento como postulan otras, creando un personaje, que tras unas experiencias personales donde la concatenación de hechos llevan a unas supuestas lógicas, va a sufrir la experiencia de la perdida, del dolor para abrir esa puerta que toda mente abierta debe traspasar para ver qué luz crea el umbral.

Y es que el quicio desde donde observamos nuestras vidas siempre está iluminado con esa luz que dan nuestras propias certezas, nuestras experiencias que determinan en cierta medida el modo en que vamos a responder. Por ello, el vehículo del amor aparece como hilo conductor de una historia donde las respuestas van a diferir ante las preguntas incómodas que suscita lo desconocido, ante la cuestión donde la misma pregunta ya parece una trampa.

El sentir como primer medio de intelección puede parecer algo primitivo ante el poderoso razonamiento empírico y sin embargo no podemos desligar ese mismo sentimiento del camino y guía del propio razonamiento, de ser el impulso que lleva a un estado diferente. El motor del cambio, de toda revolución está en el origen, en un saber sentir donde la razón sea ese instrumento para un mejor gozar.

miércoles, 20 de abril de 2016

Ayer no termina nunca. Isabel Coixet. 2013.



Los rastros del pasado lastran en cierto modo el futuro pero determinar la forma en que el dolor o la felicidad pretéritas moldean el presente es un ejercicio vano sin la cooperación del sintiente, del individuo que alberga su peculiar manera de entender y sentir su propio camino. De ahí el duelo interpretativo que mantienen Javier Cámara y Candela Peña por desbrozar unos personajes y una pareja que tras la pérdida de un hijo arrastran otras vidas, o la misma, pues desligar el pasado de una persona cuando éste marca indeleblemente puede parecer algo fácil, o difícil, tan diferente como intentan demostrar estos dos grandes actores en la piel del dolor.

La cinta se conjuga a partir de lo no dicho, de un silencio que va ir completando una espera que va a deparar sorpresas en un reencuentro que narra la crisis de una pareja dentro de la crisis de un país que sometido a organismos supranacionales devalúa a sus ciudadanos reduciendo el estado de bienestar que garantiza el futuro. Un futuro dislocado por unas tijeras, por una fatalidad, por una posibilidad truncada tras la falta de visión, tras la falta de un diálogo que en vez de imponer el silencio, la violencia, pudiese ofrecer aquellas demandas que sólo florecen al final, cuando el abandono ya abonó al olvido, que no a la pena.

No es fácil retratar todas las crisis de las que habla Coixet con sólo dos personajes pero las palabras cuidadas que suelen florecen en la filmografía de la directora también hacen aquí su maravillosa labor  comunicativa para ir desgranando una historia simple, una historia de esas que también están en crisis ante el apabullante ritmo contemporáneo. Las palabras, los silencios y las emociones de las interpretaciones maximizan un film que visualmente dice poco a la par que narra y suscita todo lo contrario.