jueves, 29 de diciembre de 2016

National Gallery. Frederick Wiseman. 2014.



Aún recuerdo de mi periplo londinense las tardes que pasé en esta institución deleitándome con su extensa colección, acercándome a un interés no tan vivo como otros pero siempre latente en mi forma de ser pues la imagen ocupa desde tiempo un pensamiento que si bien se acerca a las manifestaciones que nutren este blog no por ello ha denostado la originalidad pictórica, ni otras. Pensar la imagen es algo que va más allá de la poética y la historia, más allá de la estética y de la política porque en su conjunción pueden aparecer entrelazados diversos modos de ser. Y eso lo sabe bien nuestro director que como gran documentalista conoce las fatalidades de una imagen multiconnotativa, de una imagen pictórica arrinconada en un museo garante de la propia fuerza de la imagen y su propia historia.

Para ello Wiseman no va a profundizar en teorías sobre el uso museístico de la imagen y va dejar hablar a los representantes del museo, por una parte las obras y sus historias como por otra los interpretes entre los que se empieza a considerar al público real de carne y hueso no tan avezado en las cuestiones culturales que atraviesan cada obra, cada estilo o artista. Y hablando y dejando que la acción suceda ante la cámara vamos a descubrir el funcionamiento de una institución tan importante para la cultura como superflua en un mundo donde la imagen digital posibilita mucho más que la simple mirada a un vetusto cuadro. El célebre museo londinense para seguir siendo el referente cultural que se le presupone debe afrontar viejos problemas y nuevos retos, y en ellos vamos a descubrir un poco el funcionamiento interno de un museo atento a la transversalidad que rodea a todo ámbito humano. Hasta que punto se muestra el verdadero funcionamiento, la verdadera idiosincrasia de esta institución está más allá de las propias intenciones de un director sabedor de la imposibilidad de tales conclusiones holísticas. La verdad, el funcionamiento institucional supera la veracidad de unas imágenes que se saben grabadas, de una puesta en escena que se cuida ante el poder de la lente y la tijera posterior.

Imposible me resultó en su época conocer la colección completa del museo por mucho que lo visitase como fútil resulta esperar el amplio conocimiento que el título impone. Ni vas a ver todas las obras ni el ordenamiento interno de una institución que como la imagen, el cine, lo audiovisual está por encima de definiciones que lo demarquen como algo tangible. A veces las ideas expresan más que lo sensible y esta idea de la National Gallery dice mucho más que numerosos libros sobre ella que se venden en su propia librería.


martes, 27 de diciembre de 2016

Gente en sitios. Juan Cavestany. 2013.



Espacio y tiempo bien pudiese ser el título de esta obra que descubre a un ser humano descolocado ante la imprevisibilidad de lo anormal, de lo diferente ante una mirada que busca el orden lógico que no sigue a la naturaleza de las cosas. Tiempo y espacio que recorren los diferentes tipos en una normalidad que se deshace en el instante donde el orden presupone, unos personajes que dentro de lo normal son escuchados a media en un asiento de autobús, en la espera de la clínica dental o en las tramas de libros realistas. La gente en sitios trastoca toda naturalidad desde ella misma pues no hay nada más natural que el caos que intentamos manejar.

Cavestany se sirve de una gran elenco de actores y una poca dosis de un buen realizar para presentarnos este caótico mundo natural donde convivimos los seres humanos, donde nos transformamos en gente, en personas predictibles dotados del desorden que imponen nuestras inconmensurables ideas. No hay mucho que resaltar en una estética que ahonda en la propia naturalidad que pretende enganchar para normalizar el aparente mundo irracional que subyace a muchas de las acciones que se nos presentan.

Reaprender a andar, beber, dormir o respirar requieren de una dosis de voluntad para poder olvidar, encontrar el hilo de la madeja de un film como el presente quizá requiera de esa misma pasíon por aceptar.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Julieta. Pedro Almodovar. 2016.



Una historia sobre la culpa y poco más que decir pues el director manchego se sirve casi exclusivamente de una banda sonora sobrecargada, por el uso, de un misterio al que trocea en presentes y pasados para servirnos esta historia con cinco personajes, unas casas y un montón de euros. Y el misterio es el éxito del film, o quizá no tanto, pues que defraude a algunos no implica que lo haga a todos, al menos en este caso.

El cine se sirve habitualmente del recurso de graduar la información, de que el espectador sobreentienda al personaje que se crea para él, de saber contar con la experiencia de un espectador al que se le sitúa de manera inherente ante el personaje bien construido, pero el cine de este evasor se caracteriza por esos personajes débiles (no por ser mujer aún la típica representación que plasma habitualmente), por personajes que no son caracterizados fácilmente por su mera imposibilidad, por la apertura que representan o el caos al que el deseo les ha sometido. Personajes que nos pueden sacar de ese espacio creado para nosotros al salirse del guión normalizado, al someterse a la improvisación que necesita el director, la historia o la vuelta de tuerca que nos asombre hasta el aplauso. Pero aquí, ni vuelta de tuerca ni historia rocambolesca que ponga en visualización toda la impaciencia que ha ido generando el entramado musical que acompaña a cada pequeña escena. Evadir información no vasta para concurrir ante un público ávido de novedad, de sobresalto performativo, falto del rigor que acompaña a instancias superiores que cuspidan nombres por estética.

Película para ahorrarse si ya has visto grandes films del mismo autor, es decir, sólo para comparar, o para ver unas grandes interpretaciones.