Volver a ver obras maestras como esta siempre es gratificante, ver una película llena de intriga, tanto visual como dramática mantiene el tono psíquico adecuado, es como un entrenamiento para los sentidos, un modo de gozar con planos oblicuos, con magistrales luces y tétricas sombras, con giros inesperados e irremisible continuidad, en fin disfrutar con una cinta que habría podido firmar el propio Welles pero que sin embargo lo hace un lúcido Carol Reed, autor al que siempre he tenido en alta estima simplemente por el hecho de dejar el mundo el día que yo llegaba. Baste citar la prodigiosa aparición del amigo muerto sobre el que gira la trama, o la conversación en la noria, desde donde los puntitos negros no importan más que desde otra perspectiva aún más cercana.
Así es la vida, una gran noria que gira sin fin, continua y eterna, dando relevancia unas veces a una cosa, ora a otra, focalizando según propios y ajenos intereses, pero que vuelve sobre si misma inexorablemente posibilitando la capacidad de aprender, la disposición a volver a ver, tal como acaba de plasmar en mi revisión de este gran film.
Así es la vida, una gran noria que gira sin fin, continua y eterna, dando relevancia unas veces a una cosa, ora a otra, focalizando según propios y ajenos intereses, pero que vuelve sobre si misma inexorablemente posibilitando la capacidad de aprender, la disposición a volver a ver, tal como acaba de plasmar en mi revisión de este gran film.