jueves, 8 de junio de 2017

Cafe Society. Woody Allen. 2016.



El último post sobre una película del director neoyorkino ya se refería al universo poético que rezuma el cine de Allen. No clarificaba los elementos de éste como el tema judío, ese amor sofisticado a la par que auténtico, la música jazz y es añoramiento de lo clásico como modelo. Estos y otros más aparecen nuevamente en la cinta y ya redundamos en las palabras más que esa nota autoral, por lo que hablar del cine de este ingenioso judío puede resultar obvio.

Personalmente el cine de Allen siempre entretiene, películas cortas y con historias complejas, ligeras y versátiles, aunque alguna de ellas parezcan mezclas, parodias y copias de sí mismo. Y este film me ha agradado notablemente, incluidas poéticas repetitivas y temas similares, pues la gracia y la fuerza están en este doble juego que propone la ficción, la del film y todo relato. El cambio es y no es, se cambia porque el tiempo juega con nosotros anulando lo queda de las alternativas que dejamos en la elección como menciona el intelectual cuñado de un personaje, alter ego de un narrador en cuyos modos descubrimos el cine al que nos acostumbra este cineasta.

Acertar en el doble juego ante la vida, ante la forma de hacer cine, no es cuestión badalí y sin embargo nada garantiza ni el yerro ni la satisfacción pues el cambio, como el cine o cualquier otra actividad dependen del libre albedrío y no de ninguna forma de regulación, a pesar del necesario orden que requiere nuestra vida en sociedad. Complejidades que afectan a nuestros deseos.

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