Notas sobre imágenes, imágenes como notas. Audiovisual desde algún lugar interior en movimiento.
martes, 6 de noviembre de 2012
El mensajero del miedo (The manchurian candidate). John Frankenheimer. 1962.
Magnífica película, un gran relato hipnótico que singulariza una época fundamental en cuanto al delirio psicosocial y un modo de entender la sociedad o ideas tan incongruentes de una política edulcorada por el cuento frio y arbitrario de votos y una puesta en escena que linda con lo irrisorio, con lo patético.
La narración cuenta con una indudable y excelente puesta en escena, de recto cálculo y precisamente radiografiada dados los efectos hipnóticos o televisivos que el director introduce en el relato audiovisual y que le dotan de una originalidad y efectismo muy notables. Cada plano está medido en la arquitectura narrativa, cuando es necesario un corto, ahí está, con la angulación perfecta para determinar el efecto o sentimiento correspondiente, e igual si es menester otro encuadre para narrar y dejarnos ver la realidad fílmica en una historia poco creible, casi paranoica y que sin embargo no deja de ser verosímil.
Además se percibe claramente el objeto de denuncia, el retrato exuberante de una realidad ya casi lejana en el tiempo (cincuenta años cumple el film) que, sin embargo, nos parece irresistiblemente actual en demasiados modos (gastos militares desorbitados, políticos de tres al cuarto, medios de comunicación sirvientes, mundo polarizado, vidas supérfluas, etc.), y por ello la identificación es lograda, aún hoy, con mayor efectividad. Pareciera como si la sociedad en poco o nada hubiese avanzado o cambiado, y es qué realmente lo ha hecho, me pregunto a mí mismo sarcásticamente sabiendo que menos o más, algo lo ha hecho.
Y del amor, ¿con la historía de amor se salvará el Mayor de la frialdad de una época, de la vida en general?. Seguro que sí
lunes, 5 de noviembre de 2012
War horse (Caballo de batalla). Steven Spielberg. 2011.
Se nota la mano del maestro, pero la película carece de originalidad alguna, todo en ella es previsible, mucho más que previsible pues desde los primeros fotogramas adivinamos cual será el destino de ambos protagonistas. Solo faltan los accidentes con los que tendrán que lidiar, pero ellos también resultan demasiado predecibles, como si tras solamente insinuar el siguiente acontecimiento ya adivináramos la respuesta final.
Sin embargo, detrás de la cámara hay talento y apreciamos una muy buena fotografía, demasiado fantástica para mi gusto pero con un toque bélico, del cine inglés de los cincuenta, con un color mate que recrea una atmósfera peculiar, de tenue neblina y de un verde apagado por el horror al que asiste. Igualmente digno de elogiar es la composición fotográfica respecto al animal, que muchas veces con su mirada o su gesto remarca la acción como si de un profesional de las tablas se tratase. Así como también no desmerecen algunos pequeños giros dramáticos muy bien narrados e introducidos (me quedo con la vuelta de los alemanes por la granja y con el rescate del caballo de la alambrada, que ironía la cara y la cruz con la posterior aceptación), aunque sean los mínimos.
La película es muy digna de sábado por la tarde en televisión, con la famiia, los niños o echarse esa cultural "siestecita" mientras avanza la típica historia con la típica música épica. Ya lo has visto.
domingo, 4 de noviembre de 2012
Las nieves del Kilimanjaro (The Snows of Kilimanjaro). Robert Guédiguian. 2011.
Sencillez marcada por escasa profundidad
temática, personajes de talla media, ciertos tópicos y paisajes ya
antes mejor marcados, y sin embargo me parece un excelente film. Una
película directa, que a pesar de no hablar con la profundidad
necesaria de la enorme masa de problemas que afectan a los
personajes, y a casi cualquier ciudadano actual, plantea una solución
ética a esa pareja, descendiente de los sueños del 68, que
vinculándose a la sociedad para transformarla descubre que esa misma
sociedad le es ajena, que el tiempo y fuerzas más poderosas que los
propios ánimos desbancan cualquier intento de progreso, de mejora,
en un mundo donde la subjetividad mal entendida pretende entronizar
cualquier avatar, sin darse cuenta de que quien no conoce la historia
está condenado a repetirla.
Los jóvenes no tienen conciencia de
clase, como insinúan en la película creen que cualquier conquista
sobre la libertad, la igualdad, vienen de serie. Las luchas que
precedieron a cualquier cambio social significativo se desdibujan en
el imaginario contemporáneo. La individualidad exacerbada de hoy
otorga demasiada importancia a la resolución de los problemas vía
subjetividad, ya sea por parte emocional o racional, los problemas
vienen del individuo, último componente del entramado social. Sin
embargo, la película, y porqué no decirlo, yo también, apoya una
versión diferente de individuo, un sujeto que se sabe partícipe de
una comunidad, de una sociedad que a pesar de ser el individuo sujeto
último, la trama y sus interrelaciones se antojan más complejas y
determinantes para elementos individuales como la libertad,
solidaridad, justicia, etc. que no pueden ser dejados de lado a la
hora de configurar cualquier vida.
El film apenas se adentra en las
entrañas de los problemas y las soluciones dadas, la política ni
aparece, aunque sí lo político, por doquier. Por ello no es de
extrañar esa solución ética final, ya que la falta de política
actual, de su independencia respecto al mercado, hacen que la
solución ética, solidaria, a pesar de sus posibles consecuencias,
como muestra el film con la actitud de los propios hijos de esa
pareja, es la ínfima salida que tienen esos individuos ( no sólo
una generación como parece mostrar al final) soñadores de justicia
y buena vida, para poner en práctica los fines que persiguen en una
sociedad que no quiere escucharse en la voz de la conciencia
individual.
¿Pero realmente quién se atreve, a
escuchar e intentar cambiar el estado de cosas de su alrededor, a
actuar de esa manera tan altruista cuando estamos acostumbrados al
bienestar social que hoy nos burlan?
Por cierto, la película está
inspirada en el poema de Víctor Hugo “La gente pobre”.
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