jueves, 18 de septiembre de 2014

Boyhood. Richard Linklater. 2014.



Si sabes utilizar las redes sociales puedes conocer qué estreno merece la pena ver de verdad, así me ha pasado alguna que otra vez y a pesar del cierto prejuicio que puedes formarte por la anticipación de expectativas, siguiendo lo significativamente bueno acabas por acertar como ocurre con el arriesgado y dilatado proyecto de Linklater, conocido por su virtuísmo experimental. 

Experimento en cuanto a esa dilatación de la grabación, pues su film parece solo experimentar con la realidad, que no es poco ni nada. Querer palpar la realidad de la vida, la sustancia que componen todos esos momentos que marcan indefectiblemente a los seres que habitamos este mundo requiere de dotar de la mayor verosimilitud a los actores, manejar el tiempo fílmico al hilo del real, anotar los cambios que obedecen en los cuerpos, no sólo en las ideas. Quizá algunos señalen que este sea el mérito de un film, que sin saberse a más, tampoco se postula para menos, alimentándose no sólo del cuidado aparente de unos actores y sus temporalidades, sino de un plan y un guión basados en esos momentos difusos que nos delinean, de ese momentum latino que nos impulsa a renacer cada día, a aprender y cambiar sin dañar en demasía ese original si lo hubiere. 

La base de la realidad está atravesada por ese tiempo que nos azota y apremia, por cierta naturalidad, a veces ficticia pues orden y caos juegan su papel en las mentes, en los roles, en las películas y en los espectadores. Visionar tal naturalidad como ocurre en el metraje muy bien llevado de esta historia es un lujo para los sentidos a pesar de no enfrascarse en los tonos melodramáticos que adquieren muchas apuestas audiovisuales recientes. La vida, dura, la americana o la española, la temporal o la de la mente están para ser enfrentadas con las armas que dispone el artista, el espectador. Con mi modesto arsenal solo puedo agradecer ver un estreno, que ni es mucho ni todo, a todo aquel que encendió esa llama de la naturalidad que preside a veces nuestro discurrir por la vida, por el cine.


miércoles, 17 de septiembre de 2014

A Serbian Film. Srdjan Spasojevic. 2010.


Hacía tiempo que quería ver este film prohibido. Lo prohibido, como niño que soy, siempre atrae y despierta la curiosidad tan sana. Y la verdad es que no me ha disgustado para nada al tiempo que compruebo, una vez más, lo puritana que puede ser la sociedad en un tiempo en que pueden verse más cosas reprochables en la dulce cajita del salón de estar.

Como película, como cine bien hecho en su conjunto, la verdad no creo que merezca un recordatorio excelente, ni siquiera mediocre, pero la audacia de tratar el tema pornográfico y la violencia en un mismo mensaje me parece de buen ver. Y más aconteciendo bajo el influjo de la crueldad balcánica donde recientemente se cometieron los crímenes y genocidios más cercanos a nuestra casa, a nuestra gran civilizada cultura (carraspero doble). Poder, violencia enfrentados a un "arte" capitalizado por don dinero y cierta banalidad estética inserta en un supuesto terreno común.


La solución final, aunque un tanto débil, me cogió por sorpresa pues andaba empecinado en un inentendible fallo de guión a causa de unas cintas, pero hete aquí la respuesta, quizá facilona y no muy apropiada para eso que llaman un gran guión pero que, al menos, corrige la presunta brecha en el mismo, dándole al tema la profundidad del eco que recorre un tema por excelencia, y tan tabú en nuestros días en cierto estrecho espacio común.

martes, 16 de septiembre de 2014

El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons). Orson Welles. 1942.


El siglo XIX quizá tenía estas cosas, un buen día borracho te caes sobre el contrabajo delante de tu prometida y la vida cambia y se transforma por completo aun sobreviviendo el mutuo amor profesado. La decadencia aristocrática en su declive y la nueva ola transformadora tecnocrática asomándose por el quicio de nuestras siempre imperfectas e indecisas vidas.

Quizá trate de esto el gran filme del siempre genuino Welles, pero en la cinta apreciamos muchas más cosas que delatan esa escasa racionalidad que queremos atribuir al ser humano y sus precarias relaciones pues la vida social está más impregnada de ese egoísmo del que nos gustaría admitir, aunque también lo está menos del que ciertas teorías pretender atribuir, pero como diría el barman wilderiano, esa es otra historia.


Orson audaz como pocos realiza aquí un equilibrio para aunar el remodelado artístico que intuía en este medio con la poca permisividad que se le otorga tras el “fracaso” y menosprecio de “la obra” anterior cuyas repercusiones parece, sin embargo, que le perseguirían hasta el polvo rondeño. Si con Kane ya exploró ese universo cinematográfico de planos y profundidades hasta un límite insospechado, aquí vuelve a hacer acopio de un repertorio de luces y campos para retratar la impertinencia juvenil y vetusta al tiempo de un tiempo que no espera a nadie, el crecimiento de un amor imposible donde los chismes y la perfidia truncan la posibilidad de unos lazos naturales, a la par que rompen otros mucho más artificiales (a pesar de ese final edulcorado). La horma del zapato nunca es total para quien puede, a otros ni siquiera les hace falta llegar a comprenderla para sufrirla.