miércoles, 5 de noviembre de 2014

Black Coal (Bai ri yan huo. Black Coat, Thin Ice). Diao Yinan. 2014.



Entre el negro del carbón y el blanco del hielo se extiende un manto de infinito gris, un amplio terreno donde las opiniones y subjetividades humanas coinciden con sus respectivos paisajes grisáceos. Con esta premisa Yinan trata de retratar el paisaje humano de una China desconocida para la mayoría de espectadores haciendo del relato policíaco un simple recurso para captar las emociones decoloridas que transmite el norte del país a través de su espacio vital, entre una industrialización exacerbada y una geografía tan inhóspita como fría.

Utilizando los recursos que ofrece el género negro por excelencia la historia va a narrar las vidas desgastadas que han confluido en el policía (corrupto-violador) venido a menos y en una mujer que se declara culpable, quizá por amor, ante los crímenes que vuelven a cruzarse en el camino del ahora venido a jefe de seguridad. Quiero creer que esto es así, que el simple culpabilizarse es algo más hondo que el mero declarar lo que bien pudo otro cometer. Y en ello, en esta interpretación juega un papel decisivo el director, que con su hacer otorga al espectador la capacidad imaginativa, la capacidad de reconstrucción de todo aquello que se esconde, que falta entre las sutiles conexiones en las que se desenvuelve la trama y que es restituida por ese derecho interpretativo que ofrece toda buena obra. Sin embargo, la vuelta al redil, al tiempo o lugar donde una vez se nos escapó la felicidad que parece surgir ante el baile final de nuestro desagradable protagonista, presenta mi tesis interpretativa como la locura del que aún escuchando una sentencia y su lógica, la niega. Y es que es en este tipo de films donde conceptos como verdad, realidad y ficción quedan libremente sueltos a los designios de la recepción, al lugar ineludible donde cada uno monta los resquicios dejados al aire, los entornos que recubren la marcha de los acontecimientos, y los alecciona en la propia tesis que legitime, o no, la película. La falsedad hace tiempo que es una valor inestimable en la producción cultural, los asesinos pueden ser, o no ser, padecer y alinearse a cualquier parte, jugar al despiste y despistar jugando mediante el fenómeno fake, haciendo de éste otro gran recurso para el aprovisionamiento recursivo del film. Y aquí la falsedad interviene desde el propio desengaño amoroso "acordado"de nuestro policía hasta la simulación de la propia muerte y los crímenes pasionales a los que conducen los celos. Quizá esté todo ahí para dejar volar la imaginación sin alguna relación con el todo, sin una pequeña concesión a la valoración conjunta de un acto, de una imagen, de una secuencia, de lo no mostrado.

Entre el negro y el blanco no sólo están los artículos y el operador de la conjunción pues en el film la coma que separa ambos mundos, sendos crímenes van a resultar estar tan emparentados como la propia letra griega une. Las comas, resueltas por el espectador dejan paso a una visión de conjunto más precisa que la propia definición de la trama policial o la precisión detectivesca que aflora generalmente en este tipo de películas. De ahí la coherencia de una historia que no pasa del gris, que buscando el negro o el blanco denuncia la imperfección de toda monocromidad, la falta de visión humana que acompaña al desarrollo económico que transforma no sólo espacios oscuros y fríos en los colores apagados de los reflejos fluorescentes, si no también a las personas que son pasto de una radicalización ideológica sin apenas darse cuenta, decolorándose al haz de los acontecimientos.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Pacto de honor (The Indian Fighter). André De Toth. 1955.



-Oye, llevo veinte carros, setenta cabezas de ganado y noventa y cuatro personas subiendo montañas desviándolas de su ruta sólo por verte, ¿quieres despedirme sonriendo?

-¿Por qué, no quieres que el oeste abras sus puertas a la civilización?
-Ven aquí, es posible que no entiendas esto para mi el oeste es como una mujer hermosa, una mujer mía... y me gusta como es. sin influencias extrañas, soy muy celoso y no quiero compartirla con nadie. Odiaría un oeste civilizado.
-Entonces ¿no quieres que haga ninguna foto?
-Si no las haces tú las harán otros.

En estos dos diálogos se resume gran parte de la problemática que aborda este film, una película que usando el género legendario viene a mover un poco la conciencia de esa ilusión libertaria de la que padece el país norteamericano. El western aquí reivindica ese espacio abierto natural para contraponerlo a una naturaleza humana egoísta y peligrosa que logra imponer, a vista de los resultados actuales, un orden artificial dentro de las propias contradicciones que mueven a los personajes los cuales buscan en la propia satisfacción esa promesa de libertad y prosperidad tan alejadas del propio edulcorado final. No posee la maestría de ciertos títulos sagrados ni hace una defensa consciente y a ultranza del mundo virginal que saquean los colonos, tampoco tiene la fuerza expresiva de otros filmes de sus años, pero la historia en sí, las buenas interpretaciones, unos correctos y arreglados diálogos junto al buen hacer del para mi desconocido André, colman una entretenida película que permite pensar más allá de la historia romántica y dramática que vamos a ver, si no la ves tú, ya la verán otros.



domingo, 2 de noviembre de 2014

Los hombres detrás del sol (Hei Tan Yang 731). Tun Fei Mou. 1988.



La luna siempre vuelve a salir para los pueblos que resisten, al menos eso se indica en el prólogo de la obra de Steinbeck La luna se ha puesto, pero aquí es el sol el que en su aparente quietud transforma la sentencia para definir casi su contrario donde la infamia golpea una y otra vez a esos mismos pueblos, a los invasores y los vencidos. El invasor empieza por uno mismo, nutriéndose de las carencias con las que llegamos, y pasa al cuerpo social de forma doctrinal de múltiples formas, desde el nacionalismo imperial hasta el adocenamiento del cuerpo militar juvenil. Las consecuencias pueden ser devastadoras, pero como sabemos el hombre es el único animal capaz de tropezar con la misma piedra y hacer de la virtud científica un terreno tan efectivo como desastroso. De todo esto en nuestro universo occidental estamos acostumbrados a comprobarlo desde la óptica que ofrecen los testimonios sobre el holocausto y los más recientes casos de locura genocida, que los hay en gran número. Sin embargo, el caso japonés es menos en esta materia es menos conocido, a pesar de los grandes filmes tanto chino como japoneses que muestran de modo magistral los acontecimientos, lamentables. Por ello, como documento histórico hay que otorgarle el justo valor a una película que a pesar de pecar en elementos cruciales como son el guión; la excesiva muestra realista de órganos y pruebas letales; las deficiencias fotográficas, contiene un cierto poso de buen hacer en su mezcla documental-ficción y el simbolismo de muchas de sus imágenes. También demuestra como el presupuesto no impide poder hacer un cuadro creíble, una representación básica con un lenguaje cinematográfico ágil y vivo cercano al terror para que el sentimentalismo deje paso a una razón anquilosada de esperar día tras día a la luna con el sol detrás.

Pero también demuestra otras cosas como son la propia barbarie humana y el relativismo moral que acoge en su seno el poder. Sobre la primera con mencionar el abuso sangriento, sin haber tanta como en otros documentos, bastaría, pero el summum se lo lleva el uso de animales para realizar las propias prácticas que se quieren denunciar. Puede que el círculo de la simpatía se expanda con las generaciones, pero el de la infamia es ineliminable. Y aquí entra el relativismo, no sólo en el propio tema animal en forma de especismo, sino cuando puedes comprobar como el doctor Shiro Ishii queda impune ante las decisiones poderosas del vencedor, del invasor que ciegamente, como en la novela de escritor norteamericano, no puede ver la resistencia de frente ante su eficiente fe.