Entre el negro del carbón y el blanco del hielo se extiende un manto de infinito gris, un amplio terreno donde las opiniones y subjetividades humanas coinciden con sus respectivos paisajes grisáceos. Con esta premisa Yinan trata de retratar el paisaje humano de una China desconocida para la mayoría de espectadores haciendo del relato policíaco un simple recurso para captar las emociones decoloridas que transmite el norte del país a través de su espacio vital, entre una industrialización exacerbada y una geografía tan inhóspita como fría.
Utilizando los recursos que ofrece el género negro por excelencia la historia va a narrar las vidas desgastadas que han confluido en el policía (corrupto-violador) venido a menos y en una mujer que se declara culpable, quizá por amor, ante los crímenes que vuelven a cruzarse en el camino del ahora venido a jefe de seguridad. Quiero creer que esto es así, que el simple culpabilizarse es algo más hondo que el mero declarar lo que bien pudo otro cometer. Y en ello, en esta interpretación juega un papel decisivo el director, que con su hacer otorga al espectador la capacidad imaginativa, la capacidad de reconstrucción de todo aquello que se esconde, que falta entre las sutiles conexiones en las que se desenvuelve la trama y que es restituida por ese derecho interpretativo que ofrece toda buena obra. Sin embargo, la vuelta al redil, al tiempo o lugar donde una vez se nos escapó la felicidad que parece surgir ante el baile final de nuestro desagradable protagonista, presenta mi tesis interpretativa como la locura del que aún escuchando una sentencia y su lógica, la niega. Y es que es en este tipo de films donde conceptos como verdad, realidad y ficción quedan libremente sueltos a los designios de la recepción, al lugar ineludible donde cada uno monta los resquicios dejados al aire, los entornos que recubren la marcha de los acontecimientos, y los alecciona en la propia tesis que legitime, o no, la película. La falsedad hace tiempo que es una valor inestimable en la producción cultural, los asesinos pueden ser, o no ser, padecer y alinearse a cualquier parte, jugar al despiste y despistar jugando mediante el fenómeno fake, haciendo de éste otro gran recurso para el aprovisionamiento recursivo del film. Y aquí la falsedad interviene desde el propio desengaño amoroso "acordado"de nuestro policía hasta la simulación de la propia muerte y los crímenes pasionales a los que conducen los celos. Quizá esté todo ahí para dejar volar la imaginación sin alguna relación con el todo, sin una pequeña concesión a la valoración conjunta de un acto, de una imagen, de una secuencia, de lo no mostrado.
Entre el negro y el blanco no sólo están los artículos y el operador de la conjunción pues en el film la coma que separa ambos mundos, sendos crímenes van a resultar estar tan emparentados como la propia letra griega une. Las comas, resueltas por el espectador dejan paso a una visión de conjunto más precisa que la propia definición de la trama policial o la precisión detectivesca que aflora generalmente en este tipo de películas. De ahí la coherencia de una historia que no pasa del gris, que buscando el negro o el blanco denuncia la imperfección de toda monocromidad, la falta de visión humana que acompaña al desarrollo económico que transforma no sólo espacios oscuros y fríos en los colores apagados de los reflejos fluorescentes, si no también a las personas que son pasto de una radicalización ideológica sin apenas darse cuenta, decolorándose al haz de los acontecimientos.
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