domingo, 23 de noviembre de 2014

Fantástico Sr. Fox (Fantastic Mr. Fox). Wes Anderson. 2009.



¿Es la fantasía, el sueño, el anhelo de libertad aquello que asume la interdependencia que abriga a la humanidad, o son por el contrario el egoísmo, el cinismo y su contrapunto dogmático, por ejemplo, los valores que aúnan a los hombres por encima de sus culturas? ¿Son las películas animadas el reducto donde soñar y valorar de forma diferente el ámbito de la libertad humana, o es en ellas donde se dan las propias contradicciones de la identidad y la libertad al obligar a observar las acciones humanas desde otro prisma incomensurable con las realidades humanas que ofrecen otras poéticas audiovisuales? Ni la ficción ni la representación natural de la realidad pueden ofrecer una respuesta a las preguntas que ofrecen las diferentes manifestaciones artísticas, ninguna de las dos puede dar la clave para mostrar y demostrar la aparente falta de instinto natural en el ser humano. Un zorro puede conocer perfectamente su cometido, su función y modo de actuar ante los eventos que la vida contiene para él, sin embargo, un hombre apenas es capaz de discernir entre la opción más racional dentro del manojo de posibilidades que le abre la misma vida. Puedes ser un free-ryder y cabalgar a lomos de los demás, aprovecharte del trabajo ajeno y aún así nadie garantiza que ese sea ni el mejor ni el peor plan de actuación dentro del entramado social al que nos enfrentamos, a la propia interdependencia que determina nuestra relación con lo demás, con el resto de la sociedad y el entorno que la circunscribe, incluidos zorros. El destino del hombre no está determinado, no está ligado a la simple llamada a la supervivencia (los lazos a un amor, a una patria, a una idea pueden superar ese impulso que desde una mala interpretación darwinista, quiere convertirse en el motor de una ideología algo marcial), pues el destino del hombre es el propio interrogar, la infinita polémica que supone el estar dotado de esa autoconsciencia que permite albergar la posibilidad de salir del atolladero al que las falsas relaciones nos están llevando. No se puede escapar de lo que no se sabe qué es uno si no se llega a la definición que marque la dirección a continuar, no se puede luchar y seguir el movimiento señalado por una sola idea cuando la realidad fragmentada disecciona el ser de cada asunto desde la óptica del tiempo y el cuestionamiento eternos que forman el devenir humano.

Como el film no aburre ya estoy yo para dar la tabarra, para recordar que por muy chulo que sea el stop-motion utilizado y por muy construidos que parezcan los personajes, en ellos se desliza el tópico de la sociedad burguesa en todo su apogeo. La libertad parece sustituir al complejo social que lo posibilita, las cadenas del zorro son las propias que azotan a nuestra conciencia ante la pregunta vital, y que hacen de nuestra especie la narradora de cuentos, la necesitada de representaciones que guíen nuestro actuar, aquella que carece de referentes y los suple con algo que llama cultura, e incluso entretenimiento. La película visualmente es una delicia, con un ritmo que a golpe de astuto cineasta llega a ilustrar esas características luchas en las que nos enfrentamos los humanos al desconocer nuestro Ítaca, al desconocer hacia donde arriar nuestras velas. Pero ello no impide que la historia (Roald Dahl) sea vista a mi manera como la enunciación de los tópicos que nos tienen aislados y sometidos frente a una supuesta libertad, frente a la astucia que determina hoy quien es el referente, quien es tan fantástico como para imitarle y hacer de él camino, estrella oriental que impide nuestra determinación, nuestra innata dependencia por muy bien que tengamos elaborado nuestro plan.

Pero la típica crítica de fondo que se le puede sustraer a la inmensa mayoría de productos audiovisuales actuales no puede ocultar el trabajo cinematográfico de un film que sabiéndose inferior a otros del mismo año puede levantar sonrisas y un amplio juzgar sobre las bondades humanas y naturales que componen nuestro pedazo de tiempo aquí en la tierra. La repetición de clichés y tópicos no la borran las formas a la hora de comer en la mesa, ni las supuestas aspiraciones que la sociedad parece configurar a nuestra forma de actuar, la repetición es tan infinita que a veces asusta ver lo asumido que parecen conceptos elementales, o no ¿zorras?.


No hay comentarios:

Publicar un comentario