domingo, 16 de noviembre de 2014

La imagen perdida (L'image manquante. The Missing Picture) Rithy Panh. 2013.



La imagen de una mano trabajando laboriosamente ese barro primordial arrastra en la propia piel el hilo conductor de una historia en primera persona que nos conduce al propio labrar humano donde el moldeado ideológico que lo preside crea monstruos y pesadillas así como esperanzas y felicidades. Las huellas dactilares no sólo identifican a una persona mecánicamente, imprimen además esa patina que dejan tras de sí los propios actos del maniobrar, señales vivas si pueden llegar a ser escuchadas, si pueden revivirse y no perderse en el álbum secreto de la infamia humana. Pero la impresión pertenece al lector, al intérprete ecuánime que por encima de los vencedores puede no sentir la derrota de sus propias carnes leyendo la improbabilidad de una imagen perdida que sólo pervive en nuestros hondos pensamientos. La realidad vivida jamás superará a cualquier ficción por mucha virtualidad que esta disponga, de ahí la hazaña poética que propone Pahn para desvelar su historia, su resistencia sin rencor, de tono incluso pedagógico, que nos traslada al genocidio jemer al tiempo que asistimos a un ejercicio metafílmico observando la imposibilidad de contar fehacientemente las heridas de la propia piel, los daños que ocasionan esas imágenes que no nos abandonan pero que se convierten en la propia resistencia que nos mantiene en pie equiparándose incluso a algunos silencios, pues la memoría incluso con sus traiciones mantiene la mecha de muchas vidas.

"No se puede filmar impunemente" y al mismo tiempo no dejar pruebas de lo que se quiere ocultar, no se puede reeducar sin educación, sin la necesaria reflexión que germina no sólo desde un plan educativo si no de un proyecto vital tanto social como individual al que asociaciones conceptuales como trabajo, salario, hambre, etc. en el totalitarismo de su significado y su praxis, acotan el desarrollo autónomo que deberían poseer tales proyecciones. Cuántas imágenes perdidas que están en el interior de todos nosotros, no de estas alimenticias de cada noticiario, de cada film acertado, de los archivos, si no aquellas vividas que pugnan por identificarse dentro de la personalidad. Esas imágenes que deseamos en cierto modo perder pero que, sin embargo, definen una comprensión honda de nuestro modo de ser y entender, y en su búsqueda recreativa ni mil palabras son suficientes cuanto mucho menos la creación de un imaginario del pasado siempre perdido, olvidado y algunas veces no contado. De ahí el reto de vivir para contarla, para buscar y buscar en el interior la forma de mostrar una imagen ni borrada, ni reproducible, con la intención de que siga perdida, irrealizable al mismo tiempo que enseña ciertos píxeles, cierta materia primordial que encarna la propia realidad. La carne del director es la imagen perdida, esa que no deja de buscar pues sabe que la memoria cinematográfica puede ser un aliado tanto como un enemigo, de ahí la importancia de "descubrir lo que ha inventado" en un film, en una narración tras el grito silencioso de resistencia en el que ha estado inmerso.

El ejercicio poético y plástico van más allá de mero recurso narrativo, se instalan en el interior de una voz que de primera persona presta su auxilio a aquellos que no pudieron gritar, que como el padre resistieron dejando la vida por encima de ideas que usan a las personas como escudos, por encima y por debajo de esa pureza que algunos pretenden instalar en cualquier orden humano. El estribillo que es una infancia es amoldado en esas figuras de barro que un día acabarán como las propias películas, muertas, descatalogadas, reutilizadas, incomprendidas, falsificadas. Pues como bien indica Rithy puedes robar una imagen pero no un pensamiento, y el pensar y sus reglas por precarias que sean en el ámbito humanista no pueden ser vencidas por la barbarie totalitaria de la que la historia nos deja cientos de ejemplos. Contraponer esos dos estribillos, el de la alegría familiar y social junto al más horroroso que proporciona la visión de la atrocidad le da a la obra esa visión compuesta de maravillosa sinfonía que transmiten generalmente los buenos films, y este es uno grande, enorme...


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