La mirada de la guerra requiere de ojos, de prismas que trasciendan el conflicto más allá del propio campo de batalla, más allá de los intereses propagandísticos que requieren la aceptación trágica de un arma humana tan cultural como la propia paz. Sin unos ojos libre de prejuicios, libres para mirar desde un corazón humano es imposible asistir a la vergüenza que provoca el arte marcial cuando es invocado desde odios ilegítimos e intereses más económicos que culturales. Sobre todo cuando no es el cuerpo marcial el encargado de recibir el castigo, el pago por la profesionalidad servida, si no que es el pueblo, los ciudadanos los que sufren tal destino fatal. El fotoperiodismo (de guerra) se nutre de la pintura de guerra, de los bocetos que los ilustradores servían a los incipientes diarios hace ya dos siglos, de la incansable sed por acontecimientos que demanda la sociedad, ya sea para obtener redención o para luchar por ideales, pero la acción informativa demandada es innegable. E informar ya no es lo que era antes, la verdad parece sepultada por la cantidad, por el espectáculo, por la suma de incoherencias que nos atenazan esclavizando nuestro discernir. De ahí la demanda por la ficción, por el cuento desde el corazón, por el discurso desde la entraña del que se sabe inferior, no asumido en la intemporal y definitiva verdad si no en la duda que acompaña a ser humano, de ahí la pluralidad de ojos españoles que nos muestran un fenómeno tan inexplicable como definitivo. La suma de sus ojos es completada con otras voces que también saber mirar, que narran como una fotografía o un vídeo aquello que deja tras de sí la violencia arrastrada por un conflicto armado, la lucha inveterada que acompaña a la propia razón que la determina.
Dentro de esa voces encontramos a David Beriain y la visión guerrera de un pueblo al que no nos es lícito juzgar desde unos parámetros para nada universales, por muy universalizables que puedan parecer. Con su fixer o el reportero local como conector, como instructor de tu mirada, como el colirio que necesita la vista enferma.Con su visión de la fotografía para que las víctimas suden, que tengan el control, que importe, que el interés sea real aunque no todo salga, aunque no todo influya en el resultado final, en las expectativas. Con él asistimos al orgasmo del matar, y grabarlo te ensucia. Al enfoque de las víctimas y también al que dispara, al qué va a pasar con él pues la distancia con un talibán, con un criminal, no es tanta en persona y en un conflicto estás entre dos bandos, un día con uno y al siguiente quizá con otro.
Junto a Gervasio Sánchez observamos a los políticos miedosos, a la mitificación del periodismo de guerra, donde el estrellato puede ser enfrentado a la muerte de los locales. Asistimos a un fotoperiodismo de posguerra donde hay historias que documentar sin soberbia, sin hacer un circo feriante donde ganar aplausos ergo dinero, un fotoperiodismo que sabe del escaso derecho a fotografiar, de la humanidad que tiene el sufrir en soledad. Por ello hay que sufrir el dolor de las víctimas para transmitir, no al ritmo de los editores sino como van pasando las cosas. Descubrimos así "dentro de ti" una zona oscura que tras digerir la profesión cuestiona con una mayor profundidad ese cinismo que lleva inserto la vida por encima de la guerra. Las vidas minadas influyen también en la propia tras el impacto de la guerra, de ahí la necesidad de información para no volver a repetir. una vez más, tras Nuremberg una historia donde la culpabilidad política nunca ha sido prioritaria.
Con Mikel Ayestaran aprenderemos el miedo del principiante, del cambio cultural. los diferentes free-lance que existen y miran de diferente forma la guerra. Como su fixer "el doctor", persona de confianza extrema es acusado y encarcelado y como es la honestidad el arma para intentar no quedar en olvido, en que esa mirada pueda ser revelada en los laboratorios que son nuestras mentes actuales.
De Sergio Caro, compañero de David, observaremos como el propio choque con el compañero cuestiona la propia labor informativa, como una foto puede resultar como la poesía, ese vehículo narrativo de lo incomprensible, esa licencia para ver más allá de lo representado. Veremos como el concentrarse ante la indignación es el drama al que se enfrenta el reportero, el humano que sólo se encuentra allí para testimoniar, para enfrentar una realidad ajena y propia, paradójica como la vida misma.
Hernán Zin en África nos traslada a guerras colaterales a nuestro modo de vida, léase coltán o diamantes. O a la violación de la mujer en el Congo, un terrible suceso que aún aquí no es visto en su gravedad. Nos hablará de la resignación y cómo ésta ayuda al miedo al tiempo que la adrelanina forma adictos, pues la profesión engancha y cual droga dura mata. Para ello la necesidad de construir sin posición ideológica de fondo concreta y determinada es principal para asumir sanamente el vicio de mostrar aquello que no quieren que se vea.
Unos puntos de vista morales diferentes referenciados por Pérez Reverte, personaje construido en esa batalla de ser ojo pero deformado recientemente con cierto aire literato alejado de la mirada construida. Periodista sincero que afirma el valor lúdico que para él poseía la profesión en sus inicios pero que la distancia hace comprender a una mirada como la de Goya que busca el corazón complejo del hombre sabiendo que no hay buenos ni malos.
Pero no sólo de ellos vamos a ver el reflejo de sus ojos, también aparecen Enrique Meneses, maestro generacional y su fotoperiodimo en Vietnam. Manu Leguineche, otra referencia an cuanto a ojos que muestran conflictos. A Olga Rodríguez manifestando la uniformidad de las agencias en cuanto problemático para la libre información. Rosa María Calaf hablándonos del infoentretenimiento que surge con la espectacularización de todo ámbito humano haciendo que la empatía, a veces simpatía excluya la responsabilidad, haciendo de la información mercantilizada un ente más para el valor económico y monetario que rige cada vez con mayor presión todo ámbito humano. Aparece Mayte Carrasco denunciando que el fotoperiodismo de guerra prácticamente ha muerto, ya no sólo por razones anteriormente expuestas en tanto procesos económicos de las grandes editoriales, pues incluso los periodistas cambian, hay incluso periodistas empotrados, los que se ven seguros y simpatizan con los ejércitos que les cuidan, aquellos que no apuestan más allá de un salario y obedecen únicamente a lo que se espera de ellos.
Pero los ojos que de verdad miran se sienten desprotegidos pues el riesgo es inmenso en una profesión vocacional y humana como pocas, hay tenemos la referencia mediática de Couso, una referencia que no debiera convertirse en mártir, una referencia para la búsqueda de justicia, para operar de cataratas a una profesión digna y necesaria y como nos recuerda otra eminencia del periodismo español contemporáneo, Ramón Lobo, herida de muerte con la pena que arrastra la pérdida de amigos como Miguel Gil, Julio Fuentes o Ricardo Ortega. Un fotoperiodismo de guerra requiere que la impunidad no sea tolerada, que la justicia, donde pretende ser estatus, sea. Pero como la desigualdad no es una casualidad y las coincidencias son hilvanadas como si de un experimento científico se tratase no queda si no tirar esas piedras al estanque, hacer vibrar las aguas que como las ondas de la luz reflejen algo de verdad para interpretar.
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