viernes, 28 de noviembre de 2014

Blast of silence. Allen Baron. 1961.



Sales de un túnel oscuro como buenamente puedes y cuando te quieres dar cuenta de las necesidades que abordan en un momento u otro al ser humano como tú compruebas que quizás no seas tan humano, o que ese concepto de humanidad está tan desgastado por la hipocresía que acompaña al actuar que no puede sostener la luz que ilumina tu deambular por los túneles que provee la vida. Entonces lo mejor es volver al túnel, a esa oscuridad fría y negra de la que todos nacemos y a la que volvemos a llegar cuales ríos desbordando la mar. 

La película se sostiene por una narración en off de corte literario, contándonos un pedazo de vida que intuye en sí el todo, el nacer y llegar a vivir en un orfanato y las supuestas consecuencias estereotipadas que lo siguen. Pero la narración no es el típico relato moralizador, ni busca el perdón del espectador, es la fría y oscura y última aventura asesina de un hombre cualquiera, de un hombre que tuvo algo de vida pero al que las circunstancias le llevan por un camino que bien podría haber sido el camino de un ingeniero o un arquitecto, pero el camino será trazar un plan y construir la ocasión para trabajar en un camino, el que sea, el aprendido. Sin embargo, los recuerdos del pasado van a aflorar en una navidad tan injusta con el resto del año como todas las vividas, salvo que las circunstancias van a volver a jugar un papel principal dándole a nuestro personaje el valor para entenderlas pero no comprender y hacerlas efectivas en su totalidad. El amor es para el que sabe amar, quien no ha sido amar difícilmente puede corresponder al acto recíproco por excelencia, por ello la solución está en sus manos, esa manos sudorosas que tornan frías ante el hechizo que supone aniquilar. El camino es un billete sólo de ida pero con parada en la misma parada, un camino circular en el que viajar recto parece lo más fiable aunque el desvío sea necesario e imposible. 

Lo que más me ha gustado ha sido una excelente fotografía que nos sumerge en una metrópoli tan realista como elemental para confirmar los rasgos de los personajes, la esencia negra del film. La gran variedad de planos que acentúan la expresividad del protagonista sin llegar a caer en el psicologismo del primer plano o la sobreactuación le dan un carácter a la vez dinámico creando un fondo de Manhattan que ya quisieran muchos films del llamado realismo social. No hay muchas concesiones a la poesía cuando se quiere filmar la crudeza, una realidad que mucho amante del noble manejo del decir tan siquiera intenta comprender, pero las pinceladas poéticas son las justas para hacernos ver que un pobre asesino, un sicario es tan persona como cualquiera de nosotros, que en su infinita humanidad también alberga una historia y un camino, un trazo de ser y no ser, un destino circular.

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