lunes, 27 de octubre de 2014

Las damas del bosque de Bolonia (Les Dames du bois de Boulogne). Robert Bresson. 1945.



El poder se manifiesta de muchos modos, se disfraza y camufla entre los entresijos que recorren nuestras vidas y acaba por limar la libertad soñada y anhelada. Las damas del bosque puede que ni sean damas, quizá precisamente por ese bosque que vela con su frondosidad las intenciones de los protagonistas, quizá las damas siempre lo sean y en la propia distinción de clase se esconda el verdadero bosque interpretativo desde donde el poder y la identidad pugnan por dar cabida a la expresividad humana, ya sea en forma vengativa o en la más afectiva de todas, y así manifestar el influjo poderoso que recorre cualquier historia. La frondosidad del bosque no permite vislumbrar el fondo que lo determina, las luces que nutren su belleza interior, no deja distinguir la verdadera intención que adquiere la propia belleza muy a pesar de Kant.

La lectura contemporánea del film nos lleva como ocurre sistemáticamente con estos films antiguos a observar asimismo esa capacidad del poder, masculino, patriarcal, sobre las mujeres. La representación llevada a cabo es un singular de tópicos en los que la mujer deviene en un sujeto adscrito a las circunstancias de otros poderes, del masculino ante todo con sus supuestos sobre una femeneidad perversa en esa clase ilustrada, emancipada y libre de las serviles ataduras y exigencias vitales de la inmensa mayoría.

Lo mejor del film aparece tanto en la atmósfera negra, intrigista y psicológica que recoge un buen guión y en los diálogos, firmados por un surrealista como Cocteau y que recuerdan que el decir y hablar puede ser un arte y una sofistería, que encubrir el afecto y el sentimiento tras las palabras precisas es un hecho tan arcaico como el propio habla y que por lo tanto las consideraciones de la gran interpretación asumida por crítica o público son sólo un asidero para transmitir ideas apegadas a los verdaderos sentimientos que las impulsan.

domingo, 26 de octubre de 2014

Sans soleil. Chris Marker. 1983.



Los abismos entre la realidad y la ficción son como los desiertos que cubren la distancia entre la belleza y la verdad, grandes lagunas dulcificadas con teorías y paisajes conceptuales, enormes océanos donde las mareas poéticas dejan al descubierto pequeños islotes donde asirnos y desde los cuales nos es posible escribir nuestro relato, nuestra particular visión de la luz que baña el mundo.
Y en esas profundidades Marker es el maestro, el vehículo imprescindible para un debate sobre la imagen y su poder para decir y desdecir, para aliviar y dañar, para mezclar y unir los polos en la que podemos descomponerla sin por ello destruirla ni sacralizarla. 

No poder unir una imagen bella con otra sin transformarla en nuevo significado dada la naturaleza de la primera supone el rompecabezas del editor, el pensar las relaciones que desencadena la simple conjunción de los movimientos, los colores, los gestos, las miradas. Desde esta dificultad vamos a viajar a través de la lectura de unas cartas enviadas desde lugares que perturban nuestra pequeña conjunción social, desde la mirada lúcida de un cámara y la lectura comprensiva del receptor, y si lo deseas del espectador. Recorreremos así una forma de hacer etnografía más bien introspectiva, del alma europea que quiere poseer el conocimiento escaso que acontece en el devenir que escapa como el propio sol, nos desplazaremos hasta rincones inconexos en nuestra experiencia pero con ciertas conexiones de mayor generalización para con nuestro género e identidad. El viaje quizá produzca ese propio vértigo que busca el realizador, la vorágine de imágenes y hechos concominantes que la materializan, la preceden o anteceden es tal que cualquier refugio en una comprensión global y unitaria está abocado a sentir la propia pena de la espera, del tiempo huidizo ante el dictador futuro, como el perro de la estación japonesa esperando inútilmente al amo muerto.

Personalmente es la obra que más aprecio de uno de los cineastas que más me ha enseñado sobre el valor de la imagen, sobre la escritura que conforma el tomavistas actual en una sociedad donde las plumas publicitarias han devenido en una forma bella sin más, en una poesía de imágenes tan estandarizada que no llega ni a ser prosa para los que demandan más, y son mera dramaturgia para los que demandan otra cosa. Marker escribe con la cámara y sobre todo con el montaje, escribe ficción al tiempo que documenta, actúa con la realidad como intérprete al tiempo que dirigiendo nos hace viajar desde el pensamiento primitivo y mágico a ese mundo donde gatos y electrónica se dan la mano para comprender las propias listas que nos hacemos cada día. Y como en éstas, la interpretación es débil, carente de la fuerza totalizadora que propone el cine generalista, aquí la vida es mostrada inconexa, sin ese carácter contemporáneao donde hay que clarificar el bosque subjetivo para hacer de la identidad, del arte, de la vida algo único, soberano, narrable bajo el singular catecismo racional. Las cartas, las expresiones que van más allá del puro estado facebookariano no son simples datos, relaciones sentimentales de la subjetividad, muestran una forma distinta de ver y observar dentro del propio ejercicio de crear, de escribir, de grabar, de narrar, de ver... pues en ellas se habla desde una experiencia verdadera, desde las entrañas del objetivo que sabe que siempre deja algo en sus márgenes, que conoce la existencia temporal y por ello valora la memoria y el olvido, lo claro y lo oscuro.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Los conspiradores del placer (Spiklenci slasti). Jan Svankmajer. 1996.



El placer del sexo es algo tan elástico como la poética visual de este gran film, el placer en general es algo que determinan los sentidos, los mismos que perciben el orgasmo sinfonado de imágenes que nos muestra Svankmajer, tanto en su faceta narrativa tradicional como en el stop-motion onírico y fantasioso como el propio sentimiento de acelerar el placer comiendo de la fruta prohibida. De ese plural sentido que proporcionan los datos brutos de nuestro primer acercamiento a la realidad el placer suele ocupar un privilegiado lugar, pero aunque no podamos hablar de una absolutización del placer en sí dada la subjetividad del que nace, su búsqueda e inclusión en nuestros pequeños quehaceres cotidianos y en nuestros sueños más lejanos y profundos es universal.

Aquí el juego de la búsqueda de placer, carnal sobre todo, es concebido como una especie de círculo o espiral que envuelve a los diferentes protagonistas vinculando de manera bastante natural las peripecias que envuelven las propias historias con las sucesivas búsquedas de un placer, si bien nunca alcanzable en su totalidad, que amenaza a una identidad tan precaria como la torpe investigación que requiere su satisfacción. De la complicidad de una mirada pasamos a hacernos los desinteresados, los inocentes hipócritas que para no salir de algún armario urden artes para emular aquello con lo que soñamos, la plena concreción del efímero placer. Los protagonistas en una gran trama muda invaden la imagen para cerciorarnos que la oscuridad del placer puede ser tan artística como la propia vida, o ¿es al revés?. Sus vidas son atendidas en esa búsqueda que les va a llevar a una confluencia narrativa donde el placer es trasladado de unos a otros como si de una consecuencia lógica se tratase, no desde una trama coherentemente orquestada, sino desde la propia imprecisión que remite la propia vida, desde los sinsabores que permiten esos momentos donde uno es otro, donde la sociedad permite en el calor hogareño expresar todo aquello que sanciona en la plaza y que suele estar en disonancia con el estatus racional que se la supone.

Sin embargo, toda esa racionalidad que se le puede extraer incluso al propio placer es invocada aquí en su reverso, en la propia racionalidad que sustentada en la individualidad que abre el propio racionalismo marca y parcela actos e ideas que expuestas en abierto toman una carta de naturaleza paradójica o incongruente con sí misma. Los placeres ni pueden ser universales ni personales, son placeres nada más para el que los busca, encuentra y disfruta, pecado para el que ni los entiende, ni busca y prohíbe. El placer, como el sentido, surge de la plurivalencia que nuestro mundo inserta en nuestra mente y modos de hacer, surge de ver obras como ésta donde el cine acoplado, en y por las demás artes, puede reunir teoría y práctica, vida y pensamiento sin dejar de entretener y divulgar.