domingo, 26 de octubre de 2014

Sans soleil. Chris Marker. 1983.



Los abismos entre la realidad y la ficción son como los desiertos que cubren la distancia entre la belleza y la verdad, grandes lagunas dulcificadas con teorías y paisajes conceptuales, enormes océanos donde las mareas poéticas dejan al descubierto pequeños islotes donde asirnos y desde los cuales nos es posible escribir nuestro relato, nuestra particular visión de la luz que baña el mundo.
Y en esas profundidades Marker es el maestro, el vehículo imprescindible para un debate sobre la imagen y su poder para decir y desdecir, para aliviar y dañar, para mezclar y unir los polos en la que podemos descomponerla sin por ello destruirla ni sacralizarla. 

No poder unir una imagen bella con otra sin transformarla en nuevo significado dada la naturaleza de la primera supone el rompecabezas del editor, el pensar las relaciones que desencadena la simple conjunción de los movimientos, los colores, los gestos, las miradas. Desde esta dificultad vamos a viajar a través de la lectura de unas cartas enviadas desde lugares que perturban nuestra pequeña conjunción social, desde la mirada lúcida de un cámara y la lectura comprensiva del receptor, y si lo deseas del espectador. Recorreremos así una forma de hacer etnografía más bien introspectiva, del alma europea que quiere poseer el conocimiento escaso que acontece en el devenir que escapa como el propio sol, nos desplazaremos hasta rincones inconexos en nuestra experiencia pero con ciertas conexiones de mayor generalización para con nuestro género e identidad. El viaje quizá produzca ese propio vértigo que busca el realizador, la vorágine de imágenes y hechos concominantes que la materializan, la preceden o anteceden es tal que cualquier refugio en una comprensión global y unitaria está abocado a sentir la propia pena de la espera, del tiempo huidizo ante el dictador futuro, como el perro de la estación japonesa esperando inútilmente al amo muerto.

Personalmente es la obra que más aprecio de uno de los cineastas que más me ha enseñado sobre el valor de la imagen, sobre la escritura que conforma el tomavistas actual en una sociedad donde las plumas publicitarias han devenido en una forma bella sin más, en una poesía de imágenes tan estandarizada que no llega ni a ser prosa para los que demandan más, y son mera dramaturgia para los que demandan otra cosa. Marker escribe con la cámara y sobre todo con el montaje, escribe ficción al tiempo que documenta, actúa con la realidad como intérprete al tiempo que dirigiendo nos hace viajar desde el pensamiento primitivo y mágico a ese mundo donde gatos y electrónica se dan la mano para comprender las propias listas que nos hacemos cada día. Y como en éstas, la interpretación es débil, carente de la fuerza totalizadora que propone el cine generalista, aquí la vida es mostrada inconexa, sin ese carácter contemporáneao donde hay que clarificar el bosque subjetivo para hacer de la identidad, del arte, de la vida algo único, soberano, narrable bajo el singular catecismo racional. Las cartas, las expresiones que van más allá del puro estado facebookariano no son simples datos, relaciones sentimentales de la subjetividad, muestran una forma distinta de ver y observar dentro del propio ejercicio de crear, de escribir, de grabar, de narrar, de ver... pues en ellas se habla desde una experiencia verdadera, desde las entrañas del objetivo que sabe que siempre deja algo en sus márgenes, que conoce la existencia temporal y por ello valora la memoria y el olvido, lo claro y lo oscuro.

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