El placer del sexo es algo tan elástico como la poética visual de este gran film, el placer en general es algo que determinan los sentidos, los mismos que perciben el orgasmo sinfonado de imágenes que nos muestra Svankmajer, tanto en su faceta narrativa tradicional como en el stop-motion onírico y fantasioso como el propio sentimiento de acelerar el placer comiendo de la fruta prohibida. De ese plural sentido que proporcionan los datos brutos de nuestro primer acercamiento a la realidad el placer suele ocupar un privilegiado lugar, pero aunque no podamos hablar de una absolutización del placer en sí dada la subjetividad del que nace, su búsqueda e inclusión en nuestros pequeños quehaceres cotidianos y en nuestros sueños más lejanos y profundos es universal.
Aquí el juego de la búsqueda de placer, carnal sobre todo, es concebido como una especie de círculo o espiral que envuelve a los diferentes protagonistas vinculando de manera bastante natural las peripecias que envuelven las propias historias con las sucesivas búsquedas de un placer, si bien nunca alcanzable en su totalidad, que amenaza a una identidad tan precaria como la torpe investigación que requiere su satisfacción. De la complicidad de una mirada pasamos a hacernos los desinteresados, los inocentes hipócritas que para no salir de algún armario urden artes para emular aquello con lo que soñamos, la plena concreción del efímero placer. Los protagonistas en una gran trama muda invaden la imagen para cerciorarnos que la oscuridad del placer puede ser tan artística como la propia vida, o ¿es al revés?. Sus vidas son atendidas en esa búsqueda que les va a llevar a una confluencia narrativa donde el placer es trasladado de unos a otros como si de una consecuencia lógica se tratase, no desde una trama coherentemente orquestada, sino desde la propia imprecisión que remite la propia vida, desde los sinsabores que permiten esos momentos donde uno es otro, donde la sociedad permite en el calor hogareño expresar todo aquello que sanciona en la plaza y que suele estar en disonancia con el estatus racional que se la supone.
Sin embargo, toda esa racionalidad que se le puede extraer incluso al propio placer es invocada aquí en su reverso, en la propia racionalidad que sustentada en la individualidad que abre el propio racionalismo marca y parcela actos e ideas que expuestas en abierto toman una carta de naturaleza paradójica o incongruente con sí misma. Los placeres ni pueden ser universales ni personales, son placeres nada más para el que los busca, encuentra y disfruta, pecado para el que ni los entiende, ni busca y prohíbe. El placer, como el sentido, surge de la plurivalencia que nuestro mundo inserta en nuestra mente y modos de hacer, surge de ver obras como ésta donde el cine acoplado, en y por las demás artes, puede reunir teoría y práctica, vida y pensamiento sin dejar de entretener y divulgar.
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