jueves, 30 de abril de 2015

La teoría del todo (The Theory of Everything). James Marsh. 2014.



Personalmente no me gustan los biopic de gente aún viva y aunque en este el tema es acotado al primer matrimonio de Hawking la grandeza del título le otorga un halo que después no va a poder cubrir tratando de unificar en la ecuación fílmica una vida más compleja que los pequeños momentos retratados, ya sean estos en el plano físico o intelectual. 

Destacar la interpretación, sin la cual la cinta no alcanzaría ni la mitad de donde llega. Unas interpretaciones muy logradas, con un detalle muy imponente ante las limitaciones físicas que impone una enfermedad como es la ELA (esclerosis lateral amiotrófica). Pero no sólo en el apartado masculino se queda la cosa pues la mujer del científico va a componer el verdadero rostro del desgaste, la cara del desánimo ante una imposibilidad tan tangible como es la pérdida de la pasión, ante el marchitamiento de los mínimos deseos. Y es que el valor del film anida precisamente aquí, en mostrar la humanidad de una relación, ya sea espiritual, racional o soportada sólo como un sentimiento vehicular. La valía de enseñar ejemplarmente que a pesar de los errores que se puedan cometer, de las diferencias que puedan surgir, hay algo que los atraviesa transversalmente para hacernos ver que todo importa tanto como nada a la vez. 

Lo dicho, una historia al uso, para el gusto clásico de superación, creación e innovación que tan mal entendidos resuenan hoy en un lenguaje que a veces parece tomarse en serio la brevedad del tiempo de la que hablará Stephen para despachar la historia de los conceptos y evitar la reflexión que determina toda buena práctica.

jueves, 23 de abril de 2015

Whiplash. Damien Chazelle. 2014.



Interpretar, una partitura, una película, es algo muy diferente como bien demuestra la película, en el segundo caso hay mucho de subjetivo, y este no es le lugar para abordar debates sobre la crítica cinéfila, literaria o de cualquier otro asunto. Sin embargo, para interpretar necesitamos un texto, un partitura, una película, en todos los casos partimos de una generalidad, unos la tocan a rajatabla otros miramos las diversas capas que atraviesan todo producto cultural, y a éste le atraviesan infinitas, tantas como personas puedan observarla. Dentro de las muchas parcelas que componen esta gran sinfonía jazzística donde el orden quiere imponerse a la música de la improvisación. Y es que la principal arteria que recorre el film es la relación entre el genio y la educación, entre el talento y el pudor de éste para manifestarse plenamente ante la multitud de impulsos que nos rodean.

Aquí ya comenzamos a interpretar de modo diferente, mientras los número y las cadencias determinan las notas en el compás, las vivencias y los aprendizajes van a forjar una interpretación nunca satisfecha plenamente por el retrato del cine actual. Mi visión del hecho educativo no coincide con la visión profética pero ensangrentada del profesor, director. Ni con su idea del fin del jazz ante el poco empeño del talento por brotar de las innumerables mentes y manos que lo pueblan. El sangre, sudor y lágrimas aplicados a un individualismo mal entendido determina prácticas incoherentes con el proceso de socialización que marca también nuestro devenir, y ha formado incluso críticas a una cultura del esfuerzo que aplicada de forma metódico racional puede ser más efectiva que el actual soborno de esta misma idea de superación ante el afán capital monetario. Las notas surgidas de ciertas lecturas, de ciertas comparaciones no pueden ser igualadas en pretensión precisa al ritmo perfecto de una sintonía, al golpe de pedal preciso o al súbito redoblar de los platillos, pero al menos iluminan desde ángulos pertinentes y argumentados desde cierta coherencia racional otras formas de ver siempre insinuadas aún en el reverso de la más perversa o bella imagen.

Lo mejor del film, la música y el montaje, respetando el sobresaliente trabajo de ambos actores que transmiten con sobriedad los distintos estado de ánimo por los que pasa principalmente el joven estudiante. Y es que el montaje es de una precisión milimétrica, acompasado por una música diegética que nos acerca a un jazz puro, de auténtica big band pero exclusivamente interpretado por una batería, alma del ritmo y de la cadencia de imágenes que van a ir acompañando las diferentes situaciones por las que debe ir pasando aquel que quiere ser un genio de lo suyo. ¿Y lo demás? Improvisar.

miércoles, 15 de abril de 2015

Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia). Alejandro González Iñarritu. 2014.



Te pueden gustar el gran plano secuencia o puedes preferir los adecuados cortes y su montaje. Igualmente puedes elegir entre un espacio real o uno virtual, incluso puedes elegir la mezcla o concanetación de planos físicos o vitales en el interior de un film. Asimismo te encanta un protagonismo solitario o la coralidad en la historia narrada o quizá sea lo explícito de la solución, o su ambigüedad lo que prefieres separar ante lo que te complace. Por ello mismo ante esta cinta uno se siente algo desvalido, salvo ante la primera afirmación aquí descrita, pues en ella se dan en conjunción ciertas tesituras, dualidades, confrontaciones, que, formando un conjunto, hablan sobre la fama, sobre el arte y sus formas donde cobra protagonismo la interpretación. Y aunque lo hace de modo visualmente inteligente no parece existir mucha novedad en el frente de los discursos narrativos y representativos en tanto al tema(s) se refieren.

Rescatar a un personaje mediático para interpretar algo parecido a lo sucedido (es lo que tiene el sistema, muchas de sus autoprofecías se cumplen y hoy la metaficción está a la orden del día) es el primer paso para dotar al personaje y a la historia de una verosimilitud de la que va a carecer cronológicamente y narrativamente tras el sarcasmo e histrionismo en el que se instala la óptica del director. En eso la elección es perfecta y el choque producido por la realidad de un actor hace más creíble una notable interpretación de otro protagonista fuera de lo común. Los recursos técnicos van a apoyar esa visión ácida sobre los problemas que ofrecen las tablas al cine, empezando por una interpretación que va más allá de la propia vida, que confunde los mundos hasta el paroxismo en el personaje notablemente interpretado por Michael Keaton. Pero a veces, estos elementos técnicos, no ofrecen sino un recurso visual que no añade nada a la historia e incluso ralentiza los pasos donde el recurso ha de ser estirado para el engarce siguiente.

Rodar los delirios de grandeza, los egos de personajes tan débiles en la vida como enormes en el escenario, los miedos y paranoias de una industria menor en cantidad pero ansiosa de más por un convencimiento de su mayor valía artística, las relaciones entre un mundo tan diferente de lo que quiere representar y ese propio mundo encarnado no ya en el público si no en la crítica. En fin tanto rodar no es fácil y el mexicano afronta excelentemente su plan de fantasear a aquellos que provocan tales fantasías de realidad. Pero la propia crítica y la fantasía que ha ido creando ha sido, sin embargo, la culpable de mi pequeña decepción ante un gran rodaje descafeinado por exceso de fantasía. Esperar tanto y no ver más que buena fantasía angosta mi elocución y quizá la cinta requiera de la maduración pertinente que otorga un segundo visionado, pues las hay que lo merecen.


viernes, 10 de abril de 2015

Pasolini. Abel Ferrara. 2014.



Intentar acercar la complejidad del mundo de Pasolini retratando los últimos momentos de su vida, entre la familia y la intelectualidad, entre la realidad y la ficción, es un ejercicio que necesita de una óptica diferente, quizá para esos profanos del arte que atisban más allá de lo que uno pudiera interpretar, pero Ferrara suele estar apegado a la realidad, quizá demasiado drástica en su cine, entre una violencia y una poesía que acompaña igualmente al ser humano en su historia. Así el film es una mezcla de intentos, de reflejos de una figura clave del pensamiento estético audiovisual, de una figura prolífica en su país cuando hablamos de la relación entre política y arte, de un referente en entender lo que puede y vale un cuerpo. Y es que acotar en poco más de 80 minutos tal figura es tarea ardua, en la que sólo dibujando a pinceladas, entre realismo e impresionismo, entre costumbrismo y vanguardia, se puede acercar a atisbar una sombra que debiera ser más alargada para comprender el universo artístico y plástico de nuestros días sin caer en el extremismo del cómo debiera ser cualquier relación.

No es un biopic al uso, ni un pretendido documental de sus trágicas últimas horas, no desprende el halo perturbador que manifestaba en su discurso el escritor, ni la rica imaginería que brotaba de sus imágenes, pero el conjunto acerca el universo humano, demasiado humano, que desprenden ciertas personas, un universo poblado de esperanzas por el otro, por el amigo inesperado en el que se puede convertir cualquier desconocido, principio ético desde la antigüedad y de cuya pérdida advierte el autor italiano en su defensa del nuevo esteticismo más allá de la banalidad del capitalismo.

En cuanto a lo estrictamente fílmico, a veces un excesivo uso musical perturba el ambiente dramático puramente visual, otras veces lo acompaña diegéticamente de manera maravillosa, y con la imagen ocurre algo similar, pasa de una realidad poética asombrosa a un edulcorado sueño entre la oniria y la realidad, o a ciertos montajes en forma de collage para mostrar un tiempo poético en forma de recuerdos e imaginación. Se puede quedar corta, pero más quizá se convierta en exceso, sin embargo, sólo el intento de tal retrato merece la pena ser disfrutado y aplaudido, a pesar de las notas de alta cultura que desprende siempre todo halo italiano.

lunes, 6 de abril de 2015

Interstellar. Christopher Nolan. 2014.



El problema se dirige a la propia ambición que representa la película y quizá por ello en esa desmedida pretensión se derrumbe en parte una historia que necesita de más explicaciones que de apelaciones a un espectador aturdido por comprobar que todo cambia porque algunos pretenden seguir haciendo lo mismo de siempre parafraseando malamente a Lampedusa. Nolan nos dibuja un futuro donde la salida hacia delante es la única opción, el salto científico de lo incomprendido va a restituir nuestros errores gracias a una ayuda postridimensional posibilitando el triunfo del pensar científico, el triunfo del ser humano ante cualquier adversidad (aunque sea él mismo la propia plaga). Ya dentro de esa mesiánica esperanza hay tan buen cine como precario pues todo aquello que engrandece al film es absorbido por cada explicación literal donde no sólo se le falta el respeto a la ciencia sino que desarticula el ritmo más intrigante y misterioso que suele caracterizar a las películas de género espacial.

De lo bueno, como siempre en Nolan, remarcar el tratamiento visual de sus películas, con unos planos muy cuidados, generalmente de gran formato y usando las más novedosas técnicas de rodaje. Una historia bien contada, a pesar de la desmedida ambición, que cuenta con momentos excelentes donde la luz juega un papel decisivo y quizá por ello se le perdone cierta saturación, también habitual en su cine, pero que aquí sí juega un papel decisivo en tanto luz somos. No obstante la importancia del film radica en también en el tiempo, elemento clave en el cine del autor, y aquí es donde conjunta expresivamente los planos de luz y de tiempo para jugar con ellos y ofrecernos la materialidad del tiempo gracias a teorías cuánticas que aún no han podido salir a la infinidad de lo inmensurable y al ejercicio visual fotográfico y de efectos digitales.

Y lo malo va más allá del propio cine, más allá de las imágenes pero no tan alejado, pues en la representación conjunta aparecen los distintos significados e ideas que luego vienen a ser proyectados a la sociedad en general. Y aquí el conjunto peca de un falta de autocrítica omnipresente en el cine americano, y en general, no sólo en el cine ni en ese país. La huida hacia delante por muy prometedor que sea nuestro futuro tecnológico y científico no es la mejor forma de afrontar los problemas presentes, pero quizás no sea si no que no somos mas que el propio virus de un planeta herido que no sabe reconocer su verdadero papel en medio de las estrellas que nos han visto nacer. 

P.D. Ni punto de comparación.

sábado, 4 de abril de 2015

Millenium actress (Sennen joyû). Satoshi Kon. 2001.



Comparar este film con el cine de animación nipón puede ser un ejercicio crítico indispensable pero quizá dejaríamos de lado la propia grandeza de un film que con poco cuenta mucho y a veces es lo único que le pido a un film, que muestre y muestre. Y aquí hay qué mostrar pues los más de mil años que van a emerger de la memoria de la anciana actriz y del propio celuloide retratado van a narrar la magia de un interés muy diferente de aquel con el que nos quieren hacer comprender el mecanismo del mundo.

Un interés que parte de cierta admiración, de cierta pleitesía hacia el ente valorado en una medida irreductible a la lógica juvenil del éxito rápido y fugaz, y que viene marcado por el reconocimiento de un documentalista en cuyo ejercicio fílmico va a llegar a protagonizar los sueños de la antaño aclamada actriz para hacernos ver no sólo el material de los sueños de celuloide si no también recuperar el aliento perdido a una protagonista de tantos filmes en busca propia, en busca del gran amor y secreto que se recibe con el propio deseo y el afán de perpetuarlo. La voluntad del individuo es parte de la grandeza de toda la humanidad pero la materialización de sus deseos sólo aumenta el valor de la misma en la medida en que contribuyen a un fin más allá del narcisista valor de tantos y tantos fines que ni llegan a serlo. La búsqueda nunca fue en vano pues en el camino es donde uno se juega el tipo, en donde se gana el merecimiento y reconocimiento largo y sosegado o por el contrario es devorado por la ignominia del momento dejándose arrastrar hasta la ferocidad del tiempo y del olvido, de la falta de memoria que impulsan los nuevos tiempos.

Entre lo onírico y lo real Kon sabe tejer el tiempo para mostrarnos desde una historia de amor la necesidad de memoria y el peligro de la anestesia que suponen unos días donde el pasado no sirve si no para enmascarar un presente inválido de reflexión, de verdadero deseo, de ánimo para ser libre de verdad sin tener que por ello pisar a ninguna otra persona, La implicación que puede tener uno mismo en cualquier suceso, incluso pasado, para reapropiárselo y saber discernir de allí esa enseñanza que más allá de su aplicación precisa o exacta, debe su valor a esa imprecisión, al no saber cuándo, cómo, o dónde va a ser menester... Mientras tanto disfruten y sigan buscando.