sábado, 4 de abril de 2015

Millenium actress (Sennen joyû). Satoshi Kon. 2001.



Comparar este film con el cine de animación nipón puede ser un ejercicio crítico indispensable pero quizá dejaríamos de lado la propia grandeza de un film que con poco cuenta mucho y a veces es lo único que le pido a un film, que muestre y muestre. Y aquí hay qué mostrar pues los más de mil años que van a emerger de la memoria de la anciana actriz y del propio celuloide retratado van a narrar la magia de un interés muy diferente de aquel con el que nos quieren hacer comprender el mecanismo del mundo.

Un interés que parte de cierta admiración, de cierta pleitesía hacia el ente valorado en una medida irreductible a la lógica juvenil del éxito rápido y fugaz, y que viene marcado por el reconocimiento de un documentalista en cuyo ejercicio fílmico va a llegar a protagonizar los sueños de la antaño aclamada actriz para hacernos ver no sólo el material de los sueños de celuloide si no también recuperar el aliento perdido a una protagonista de tantos filmes en busca propia, en busca del gran amor y secreto que se recibe con el propio deseo y el afán de perpetuarlo. La voluntad del individuo es parte de la grandeza de toda la humanidad pero la materialización de sus deseos sólo aumenta el valor de la misma en la medida en que contribuyen a un fin más allá del narcisista valor de tantos y tantos fines que ni llegan a serlo. La búsqueda nunca fue en vano pues en el camino es donde uno se juega el tipo, en donde se gana el merecimiento y reconocimiento largo y sosegado o por el contrario es devorado por la ignominia del momento dejándose arrastrar hasta la ferocidad del tiempo y del olvido, de la falta de memoria que impulsan los nuevos tiempos.

Entre lo onírico y lo real Kon sabe tejer el tiempo para mostrarnos desde una historia de amor la necesidad de memoria y el peligro de la anestesia que suponen unos días donde el pasado no sirve si no para enmascarar un presente inválido de reflexión, de verdadero deseo, de ánimo para ser libre de verdad sin tener que por ello pisar a ninguna otra persona, La implicación que puede tener uno mismo en cualquier suceso, incluso pasado, para reapropiárselo y saber discernir de allí esa enseñanza que más allá de su aplicación precisa o exacta, debe su valor a esa imprecisión, al no saber cuándo, cómo, o dónde va a ser menester... Mientras tanto disfruten y sigan buscando.


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