viernes, 10 de abril de 2015

Pasolini. Abel Ferrara. 2014.



Intentar acercar la complejidad del mundo de Pasolini retratando los últimos momentos de su vida, entre la familia y la intelectualidad, entre la realidad y la ficción, es un ejercicio que necesita de una óptica diferente, quizá para esos profanos del arte que atisban más allá de lo que uno pudiera interpretar, pero Ferrara suele estar apegado a la realidad, quizá demasiado drástica en su cine, entre una violencia y una poesía que acompaña igualmente al ser humano en su historia. Así el film es una mezcla de intentos, de reflejos de una figura clave del pensamiento estético audiovisual, de una figura prolífica en su país cuando hablamos de la relación entre política y arte, de un referente en entender lo que puede y vale un cuerpo. Y es que acotar en poco más de 80 minutos tal figura es tarea ardua, en la que sólo dibujando a pinceladas, entre realismo e impresionismo, entre costumbrismo y vanguardia, se puede acercar a atisbar una sombra que debiera ser más alargada para comprender el universo artístico y plástico de nuestros días sin caer en el extremismo del cómo debiera ser cualquier relación.

No es un biopic al uso, ni un pretendido documental de sus trágicas últimas horas, no desprende el halo perturbador que manifestaba en su discurso el escritor, ni la rica imaginería que brotaba de sus imágenes, pero el conjunto acerca el universo humano, demasiado humano, que desprenden ciertas personas, un universo poblado de esperanzas por el otro, por el amigo inesperado en el que se puede convertir cualquier desconocido, principio ético desde la antigüedad y de cuya pérdida advierte el autor italiano en su defensa del nuevo esteticismo más allá de la banalidad del capitalismo.

En cuanto a lo estrictamente fílmico, a veces un excesivo uso musical perturba el ambiente dramático puramente visual, otras veces lo acompaña diegéticamente de manera maravillosa, y con la imagen ocurre algo similar, pasa de una realidad poética asombrosa a un edulcorado sueño entre la oniria y la realidad, o a ciertos montajes en forma de collage para mostrar un tiempo poético en forma de recuerdos e imaginación. Se puede quedar corta, pero más quizá se convierta en exceso, sin embargo, sólo el intento de tal retrato merece la pena ser disfrutado y aplaudido, a pesar de las notas de alta cultura que desprende siempre todo halo italiano.

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