lunes, 10 de abril de 2017

Divine horsemen: The Living Gods of Haiti. Maya Deren. 1985.



Un domingo, resacado de otra de mis grandes pasiones, el fútbol en este caso ya que existen múltiples, echas un vistazo a la programación de la Filmoteca y descubres, intuyendo, que algo puede ser muy interesante. Y en la sala comienza aflorando esa intuición con la presentación que realiza la profesora Sonia García López de ese universo dereniano, aún ignoto para el que escribe y que, a la hora de escribir estas líneas, ya ha adoptado esa posición de reverencia tras engullir todo el material disponible en la red. Y es que el universo que relatara la profesora es confirmado en esa obra vanguardista que fluye en la praxis cinematográfica de la autora, aún queda por confirmar su relato teórico plasmado en sus escritos, y que algo intuimos en la obra que vamos a comentar, a pesar de ser un montaje no tan cercano a lo que ella podría pensar sobre su obra, pues como señalaba la docente perfilando la figura de Eleanora Derenkoskaia, cuando el antropólogo llega los dioses se van.

Expresar la realidad va más allá del racionamiento lógico que el cine y su montaje, llamado clásico, han intentado hacernos ver, pues la percepción puede apuntar más allá de lo que una cámara puede llegar a filmar. La experiencia fílmica anterior a este film resuelto por el compañero de la autora sugiere toda esa práctica cinematográfica en aras de una visualización más amplia de la realidad, de la posesión de esa parcela subjetiva que ofrece el mundo a los diferentes dispositivos que lo contemplan, que lo frecuentan y se dejan poseer por él. Para entrar o poseer la realidad es necesario un pensamiento más allá de la lógica clásica, un aventurarse en los sueños y en lo desconocido con el alma del antropólogo, con la suficiente empatía y ansia por conocer para desterrar los prejuicios que limitan el acceso a la realidad que tememos. Por ello mismo, el documento audiovisual no logra lo que ofrece el texto, el relato de una vivencia donde la propia forma de acceder de la autora a esa experiencia fílmicamente falla, no sólo por la interpretación a la que está expuesta, también en la propias palabras de la autora al referirse al asunto.

A pesar de ello podemos observar en qué universo nos vamos a inmiscuir una vez atrapados por esa manera de asir la realidad. El universo dereniano adquiere esa animadversión con el tiempo, con el mundo físico que lo soporta para plasmar un acceso diferente a la realidad que requiere todo arte si no quiere acabar siendo la pantomima de sí mismo. En su lucha con el tiempo se observa esa repetición de planos donde empezar y terminar no tienen la lógica que necesita el relato, como miramos la ralentización que opera en acciones de importancia, así como una fragmentación cercana al collage que viene siendo fomentado desde la vanguardia europea. Una vanguardia que influye notablemente en la obra de Maya y que aquí percibimos incluso en la propia temática, una extraña forma de acceso a la realidad donde la mixtura viene acompañada de una posesión de los cuerpos que bien se puede asimilar al éxtasis, a la participación plena en la realidad que puede sentir el bailarín afligido por el sentimiento que quiere expresar, a la oda que el poeta quiere completar, la melodía que un cantante desea entonar, incluso el silencio que puede experimentar un futbolista al marcar. Los cuerpos pueden expresar mucho más de lo que una cámara puede captar pues es desde su interior   donde brotan las palabras que organizan el documental.

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