martes, 4 de abril de 2017

Hasta el último hombre (To the last man). Henry Hathaway. 1933.



El western es el imaginario al que recurre ampliamente una sociedad norteamericana sedienta de un pasado que de origen a su esencia, y en este género cinematográfico se han movido tantas ideas como dilemas ocurrían en la naciente sociedad. En este caso el siempre correcto Hathaway se basa en una novela de Zane Grey's (clásico del género) donde el odio y la rivalidad van a viralizar el destino de varias generaciones que intentando soñar sólo van a encontrar el descanso en un sentimiento mucho más originario que el mito que siempre intenta interpretar.

La venganza y la ley sucumben al amor de una pareja que bien podría ser la de Verona, pero la tragedia aquí es invertida para dar a luz una nueva posibilidad. El renacer americano que posibilita el trabajo duro, el amor propio y la determinación tiene sus propias víctimas. Ya no es la joven pareja trágica pues la tragedia es quien profetiza el nuevo ser, destruir al gorrón una vez utilizado y amansar la naturaleza, aún no siendo ella, es condición indispensable para el nacimiento del sueño individual americano.

La resignación no casa con el mito, el buenhacer se rompe en cualquier momento pues la fragilidad ante la injusticia, el orden impuesto, la indiferencia y el mínimo temor marcan a unos seres capaces de mucho por aplacar unos deseos, o sueños, que bien deberíamos mirarnos antes.


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