lunes, 7 de enero de 2013

Un profeta (Un prophète). Jacques Audiard. 2009.

Entrar a la cárcel sin saber hacer la "o" con un canuto y salir no sólo indemne, sino triunfal, es la narración clásica ideal del género, sin fatales finales que rediman a los protagonistas por las culpas que ocasiona su forma de vida. Audiard pone su objetivo en la violencia, en un remolino de venganza, odio y fanatismo del que es imposible escapar, una circular tan viciosa como fatal. Aquí no hay buenos ni malos, todos son malos, no hay protagonista que no esté fuera de la ley, transgrediendo cualquier ámbito, pero la cámara no juzga, retrata la desmedida lucha por vivir en un ambiente carcelario europeo nada envidiable en cuanto a violencia y corrupción de los homónimos hispanos u orientales tratados en el cine normalmente.

¿Hay siempre opciones, o el simple "si no lo matas tú a él, yo te mato a tí" es suficiente para acorralar y desactivar cualquier autonomía en el ser humano. Nuestro árabe, corso, sirviente, huérfano, analfabeto, etc. tiene su solución, vivir a toda costa, sobrevivir a un precio muy alto, al precio de la degradación del ser humano, de un ser humano ambivalente, capaz de lo mejor y lo peor, capaz de ilusionarse con un paisaje o sostener el llanto de un niño a sus brazos. Darwin siempre mal entendido, como si la selección natural fuese esa lucha, ese triunfo del más fuerte, hábil y mejor preparado. Aquí no se gana, si algo dicen las películas de gángsters es el triunfo efímero y la muerte violenta que siempre conforman ese tipo de vida asocial. El director no toma parte, el espectador si debiera, el antihéroe gana, la espera para una nueva oleada de sangre acaba de reanudarse, el juego sigue en marcha.

Me gusta la propuesta, cine da mafia, de cárceles, de corrupción y violencia desde una mirada distante, con una poética  bien definida, planos impactantes de un maquillaje estupendo, música e imagen con tono videoclip en escenas de calma contextual, grandes interpretaciones (Tahar Rahim lo borda, desde su inicial miedo a su cinismo final), una buena trama con un buen número de personajes bien construida y cerrada, que más se puede pedir...

domingo, 6 de enero de 2013

Profesor Lazhar (Monsieur Lazhar). Philippe Falardeau. 2011.



Muy buen film sobre la educación, la enseñanza y los valores del ser humano que la socialización debería traer consigo, pero que en un mundo imprevisible, fragmentado y repleto de un individualismo exacerbado que olvida lo que es de sentido común, no logra adecuarse a sus límites e idealizaciones haciendo prácticamente superfluo su desarrollo en las escuelas de, éste, nuestro mundo occidental creado a través de la comunidad y comunicación que fomenta una gran y real educación.
 
Partir de un suicidio no parece ser un buen tema de inicio en una sociedad que posee cierto estigma ante un tema tabú como es el ánimo de poner fin a la propia vida en un ejercicio del amplia libertad, que muchos pretender limitar desde múltiples y diferentes vertientes, a pesar de las muchas contradicciones en las que caen muchos de los defensores de ese vocablo que pretende no sujetarnos al arbitrio de los demás. Sin embargo, la película se desenvuelve muy bien a través de la muerte, sin llegar en momento alguno a dramatizar escrupulosamente los sentimientos y afecciones que ella provoca en los seres que portan el film, pues se apoya en una idea de la muerte muy cercana a la vida, esa vida donde la muerte es un elemento necesario para ella, un molesto elemento para cada individuo pero tan fundamental como puede ser un abrazo, un gesto cariñoso o la bofetada más dolorosa y denigrante. Así, nuestros protagonistas muestran la necesidad del diálogo, de la comunicación de lo peligroso, de lo macabro y de cualquier elemento que pudiera incidir en las vidas de todos y que no fuese fácil de asimilar, atrapar o entender.

miércoles, 2 de enero de 2013

Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors). Woody Allen. 1989.

 
 
Orden y ley, culpa e inocencia, amor y odio, débilidad y fortaleza, muchas dicotomías, falsas contraposiciones y diversas interpretaciones caben en la magistral obra de este neoyorkino mundial. No sólo en esta cinta, que habla como pocas de ética, de moral, de religión y de amor, sino en la constante de su narrativa, donde estos temas centrales al hombre le son consustanciales.
 
En el cine de Allen cabe casi todo, una crítica mordaz al arte, a la religión, a las propias fobias del autor, Dostoyevski, y por supuesto Nietzsche. Una crítica y puesta en escena desde la tranquilidad burguesa para remover alguna conciencia, si aún la hubiere. En la película vemos el camino de Allen, documentalista contextual sin éxito alguno, su cuñado, gran productor de comedias y el amor y miedos que afloran con ella, una afín que sin embargo al no encontrar lo que busca en nuestro desdichado personaje, optará por el fácil camino. Además caminamos junto a ese reputado oftalmólogo y su aventura extramatrimonial, con las trágicas consecuencias que el tiempo sanará, como aquel mismo tiempo que se lleva la vista del rabino y que lejos de hacer olvidar en unos, fomenta en otros.
 
Sencillez, como siempre, muy buena puesta en escena, diálogos mordaces y muy sugerentes, sólidos personajes a pesar de esa debilidad moral que afecta a casi todos, montaje cuidado con unos flash backs bien acometidos y gran guión, por supuesto, bien cerrado y con un doble fondo importante. Para no dejar de ver y que las futuras generaciones tengan referentes éticos ahora que la pretenden quitar esa asignatura del currículo escolar.