lunes, 28 de noviembre de 2011

El lector (The reader). Stephen Daldry. 2008.




El título bien merece otra analogía menos explícita y en la cual hemos de bucear nosotros mismos, pues para una verdadera comprensión de la verdadera tragedia deberemos de ser capaces de leer bien, de leer desde muchos ángulos para poder recrear aquel drama que transformó por completo cualquier horizonte. Y es que la cinta se desnuda al principio para caer dentro de cierto ocultamiento individual, dentro de la incognoscible subjetividad, de la culpa y del orgullo, del amor o del valor, de cualquier elemento deformado por el prisma que cada uno impone a la realidad. Quizá sea la falta de un pronunciamiento definitivo o la dualidad temática lo que puede mermar la calidad de expresión de un tema siempre conflictivo para la humanidad en general y Alemania en particular, sin embargo, no creo que el punto débil sea ese, que puede ser incluso un logro, sino el tratamiento fílmico y discursivo del juicio donde hay momentos no demasiado verosímiles conjugados con cierto aire sentimentalista que restan sensualidad a todo lo ganado con la excelente primera parte, llena de una materialidad que luego será engañosa.
Por otra parte, el gran trabajo de los actores es de elogiar y en estos casos siempre comenzamos a hablar del más conocido o familiar, pero a pesar de la enorme interpretación de ella, es preciso primero mencionar a David Kross, el protagonista masculino que teniendo enfrente a una de las mejores actrices, no se amilana y realiza un soberbio papel abarcando desde la inocencia hasta incredulidad y el desengaño de su desvalorado final a las puertas de la cárcel. Hay que tener valor para enfrentarse a la desnudez de una dama como Kate Winslet, y más después de ver el papel que borda y en el que se luce hasta con las arrugas de la vida truncada por el orgullo y la sinrazón inherente a cualquier instante.

domingo, 27 de noviembre de 2011

La octava mujer de Barba Azul (Bluebeard's Eighth Wife). Ernst Lubitsch. 1938.




Con uno de los maestros de la comedia no es posible fallar, así Lubitsch nos ofrece una pequeña muestra de su valía ante este género, de su mordaz ironía para tratar la realidad social y sus pequeñas contrariedades, a pesar de la escasa crítica ideológica cultural que emana de esa constelación estelar que supone Hollywood en multitud de ocasiones. Sí, lo americano y patriarcal triunfa pero cierta acidez en el humor del film, le dota de ese toque tan brillante y genial que cultivaban tan bien los escritores del guión (Brackett y Wilder) y tan bien administraba el alemán.
La comedia se articula en torno a la mal nombrada guerra de sexos, que quizá tuvo su auge promocionado por ciertos sectores conservadores, y quizá eso sea lo que hoy le reste una mayor hondura y empatia. Sin embargo, como ya se mencionó, el arte de la comedia se sitúa por encima de estas disquisiciones culturales para alzarse muy por encima gracias a ciertos gags de gran consideración (Czschecoslovakia, la sorpresa del pijama, la bañera de Luís XIV, la ignorancia histórica, la boda y su diplomacia, la vida conyugal separada, el boxeador irlandés, el uso de Shakespeare para el control de su mujer, el manicomio...) y con la construcción de pocos personajes pero de una estereotipación precisa (el padre de la decadente aristocracia, el rico amante materialista, la joven enamorada dueña de su destino, el joven presuntuoso víctima de las apariencias) para hacer avanzar la historia hasta su final feliz, demasiado infeliz para los días que corren, sobre todo si eres mujer. A todo ello hay que sumarle ese guión lleno de equívocos, de pequñas sorpresas que hacen de la película una virtud en su calculada precisión del gusto contemporáneo expresado en la sofisticación. Lo malo, la predecibilidad de su desenlace y su rápido desentrañamiento.

jueves, 17 de noviembre de 2011

El viaje de Chihiro. Sen to Chihiro no kamikakushi (Spirited Away). Hayao Miyazaki. 2001.



Hace unos años que me tropecé con esta fascinante obra de arte del maestro de la animación, y recuerdo haberla visto dos veces seguidas dada la fascinación y ansia de detalles que impresionaban a mi conciencia. El viaje comenzaba, luego fui a chocar conscientemente con otras obras igual de admirables, pero la primera es siempre la primera, y aunque no hace ni un día que volví a disfrutar de Totoro, prefiero escribir sobre este mágico viaje que llega a lo más profundo del corazón.
Me atrevo a declarar que Chihiro es la heroína del posmodernismo, esa figura débil, conocedora de las limitaciones pero apasionada como nadie por lograr ideales con la determinación salvaje de cualquier pretérito similar. Su viaje no puede ser definido sino por términos oscuros, mágicos, incapaces de ofrecer fundamento alguno, y a todo ello ayuda sobremanera todo el elenco de personajes y paisajes que confundiendo y cofundiéndose trazan un itinerario lleno de sentimientos, de fábulas que recorren amplias parcelas netamente humanas y que sólo la diferencia del contexto difumina. Llena de una filosofía muy oriental, pero que también ha sido cultivada en nuestros lares, la protagonista no puede escapar a su destino y se enfrenta a él con la fuerza y convicción que cualquier amor puede trasladar pero que en ella parece florecer desde lo más profundo de su ser. El itinerario es complicado, sinuoso, lleno de un aroma a sueños que el mismo Dalí firmaría, y nuestro personaje no tiene más remedio que enfrentarse a toda esa sinrazón, a esa diferencia que siempre representa la realidad, ya sea en forma de dios, en formas míticas o formas fantasmales. Y lo hace como si la entelequia aristotélica se presentase en ella determinando su acción, como si su fin fuera siempre poner orden mediante la donación de si. Por ello ella es mi heroina favorita pues proyecta algo muy humano en su maravilloso y único viaje del cual aún sigo observando nuevas curiosidades, sólo observar el fondo, el paisaje, el resto del encuadre es un ejercicio que anima una y otra vez a su re-visión.