jueves, 17 de noviembre de 2011

El viaje de Chihiro. Sen to Chihiro no kamikakushi (Spirited Away). Hayao Miyazaki. 2001.



Hace unos años que me tropecé con esta fascinante obra de arte del maestro de la animación, y recuerdo haberla visto dos veces seguidas dada la fascinación y ansia de detalles que impresionaban a mi conciencia. El viaje comenzaba, luego fui a chocar conscientemente con otras obras igual de admirables, pero la primera es siempre la primera, y aunque no hace ni un día que volví a disfrutar de Totoro, prefiero escribir sobre este mágico viaje que llega a lo más profundo del corazón.
Me atrevo a declarar que Chihiro es la heroína del posmodernismo, esa figura débil, conocedora de las limitaciones pero apasionada como nadie por lograr ideales con la determinación salvaje de cualquier pretérito similar. Su viaje no puede ser definido sino por términos oscuros, mágicos, incapaces de ofrecer fundamento alguno, y a todo ello ayuda sobremanera todo el elenco de personajes y paisajes que confundiendo y cofundiéndose trazan un itinerario lleno de sentimientos, de fábulas que recorren amplias parcelas netamente humanas y que sólo la diferencia del contexto difumina. Llena de una filosofía muy oriental, pero que también ha sido cultivada en nuestros lares, la protagonista no puede escapar a su destino y se enfrenta a él con la fuerza y convicción que cualquier amor puede trasladar pero que en ella parece florecer desde lo más profundo de su ser. El itinerario es complicado, sinuoso, lleno de un aroma a sueños que el mismo Dalí firmaría, y nuestro personaje no tiene más remedio que enfrentarse a toda esa sinrazón, a esa diferencia que siempre representa la realidad, ya sea en forma de dios, en formas míticas o formas fantasmales. Y lo hace como si la entelequia aristotélica se presentase en ella determinando su acción, como si su fin fuera siempre poner orden mediante la donación de si. Por ello ella es mi heroina favorita pues proyecta algo muy humano en su maravilloso y único viaje del cual aún sigo observando nuevas curiosidades, sólo observar el fondo, el paisaje, el resto del encuadre es un ejercicio que anima una y otra vez a su re-visión.

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