viernes, 26 de septiembre de 2014

Hannah Arendt. Margarethe Von Trotta. 2013.



La película, ofreciéndonos un clásico discurso narrativo apoyado en algún flashback o en ingeniosas, pero ya vistas, construcciones vía documento de archivo televisivo nos narra el especial encuentro de la filósofa alemana con el juicio a Eichmann. Para ello se basa en la figura de la propia filósofa, en sus convicciones y en su personalidad, excelentemente retratadas por Barbara Sukowa. Hay en el personaje, como en su filosofía, un halo de intraducibilidad, de sentimiento subjetivo, que sólo sale a la luz cuando es manifestado, recitado, y ¿refutado?. Cuando la escritura emana de la persona, del interior, cuando son unas verdaderas confesiones lo que se escribe como afirmaba nuestra Zambrano, la refutación no pasa por un mero pensar lógico, sin que ello inhabilite al pensar. Así, la película nos muestra a la filósofa realizando aquello que mejor aprendió de su maestro, pensar, pensar en la soledad. El riesgo está en lo público, no en ese ámbito familiar de halagos y cortesía, sino en la verdadera exposición del desnudarse como persona pensante. La película llega bien a todos los ritmos, no sobresale uno por encima de otro. Alcanza ese momento de pública exposición mediante esa conversación en el bosque con el maestro, queriendo encontrar quizá los claros de nuestra malagueña. Pero hacer una película sobre una pensadora, con los cambios y vaivenes que resultan del aprender. del reciclar reflexivo, no es nada fácil, y la propuesta, salvo este forzado desvío muy entendible, pasa con nota como película y como biopic en ese estilo clásico narrativo.

La filósofa, como es de prever una completa identificación con su obra y pensamiento es casi imposible sin la correcta exégesis que requiere tal empresa incluso en el ámbito académico, sin embargo el espectador puede encontrar ecos de este imprescindible trabajo hermenéutico en secuencias que dotan de una coherencia al conjunto de la persona y su pensamiento sin caer en la completud de una identificación parcial y ajena a la realidad viviente. Leer su ensayo sobre el tema, ayuda a comprender de un modo igualmente precario el pensar de esta mujer abanderada de un pensamiento crítico y verdaderamente reflexivo.

La directora ha sabido conjugar la personalidad de una filósofa difícil con su pensamiento fraccionado por el tiempo, los sucesos y compañías que marcan el devenir de una vida, y no es tarea difícil mantener un discurso sobre una persona, un hecho, pues la realidad atravesada de los sinsabores categoriales queda a merced de la multiplicación de la interpretación, del valor de la subjetividad estética, del infinito mundo de la representación humana. Para ello vean y piensen con otro film reciente como Wakolda de Lucía Puenzo (por referirse al mismo tipo, pues sobre la banalidad del mal y el cine pueden encontrarse material para varias antologías). Y cómo no, lean a una de las mejores pensadoras para el género humano como ha sido Hannan Arendt, pues en mundo tildado de banal la maldad o la bondad están a cada vuelta de esquina.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

30 años de oscuridad. Manuel H. Martín. 2011.



Un documento sobre los topos, personas escondidas de la represión franquista acabada la contienda, que estuvieron en algunos casos más de treinta años a la sombra, encarcelados en sí mismos. La historia se vale del libro "Los Topos"de Jesús Torbado y Manuel Leguineche, donde se analiza y documenta este fenómeno del encierro como salida desesperada ante la situación hacia la que son arrastrados los protagonistas. La historia se centra en el alcalde de Mijas, en sus treinta años de encierro en su propia casa, en el fantasma en que llegó a convertirse tras no poder sentir el dolor de la vida, las desgracias de tu propio alrededor que quedan descubiertas ante la impotencia del encierro y el miedo.

El formato se sirve de los grandes clásicos del documental, de las entrevistas, de imágenes de archivo, pero quizá la gran novedad sea el uso de la ilustración, de la animación. Así, la principal historia se recrea mediante esta animación dando el dramatismo, contrapuesto al punto de vista informativo, necesario para no aburrir con la cantidad de datos que pueden ser expuestos. Para mi gusto quizá haya un excesivo recurso en esta dramatización animada, quizá una película animada acerca del alcalde estaría mejor que la mezcla, a pesar de aplaudir la mezcla de formatos. Como en todo documento audiovisual que se basa en un libro han de ser omitidos aspectos que dotan al tema de una generalidad y un sentido más ricos, por ello siempre es recomendable leer el original para dar una valoración a la que yo, hoy, no puedo contestar.


domingo, 21 de septiembre de 2014

Luz silenciosa (Stellet licht). Carlos Reygadas. 2007.



Con la tranquilidad con la discurre un día, las estaciones, el tiempo, filma Reygadas los principales problemas de la vida, de la vida de una comunidad tan respetable como pueda ser la nuestra, pues en todas ellas lo divino y lo humano, sus huellas o desvaríos, conforman los designios de sus habitantes.

Yo he conocido la existencia de esta comunidad por internet, no por el film, en el que sin sospechar nada puedes trasladar la historia a cualquier otro grupo religioso extremo. De ahí un elemento valiosos en el trato de los temas del film, la extrapolación de las sempiternas dudas humanas, el continuo fluir de la vida ante el dilatado mundo de ideas humano, ideas que liberan y atenazan, que someten o reafirman. Ideas nada más.

Sin embargo, casi todo lo dicho por el film ya estaba en la memoria cinematográfica, sus poesía visual, que por momentos acoge y narra aquello que la palabra no puede, a veces se pierde en una estética bella pero alargada hasta el hastío. La vida que muestran ciertos planos es contrapuesta a un universo sonoro demasiado marcado, un universo a veces molesto y engorroso, que si bien entiendo su función dramática, no consigo darle el valor que pretende y sí uno de los rasgos más violentos, esquizofrénicos contrapuestos a la serenidad de una imagen que ya insinúa el título.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Los músicos de Gion (Gion bayashi). Kenji Mizoguchi. 1953.


Enfrascado con la obra literaria de Yawabata, que por cierto también fue guionista de un film por ver, me entraron ganas de adentrarme en el universo nipón cinematográfico, y que mejor compañía que la de Mizoguchi. Y no defraudó, pero ¿defrauda este cineasta alguna vez? Apuestas seguras, que es lo que a mi me gusta.

No defrauda porque el rostro humano aparece siempre nítido en los personajes e historias de este cineasta mayúsculo, en los suaves planos que componen la historia de estas dos gheisas que tienen que hacer de tripas corazón por vivir, por vivir una historia reciente donde el capital juega con la poca dignidad que le queda a una tradición, si bien nunca honrosa, que pierde paulatinamente el arte que un día la encumbró en el país oriental. El fraude está en la historia, en la azarosa ruleta de la vida que otorga desprecios y aprecios gracias a la cultura monetaria que define qué podemos llegar a ser. Las simples herramientas cinematográficas para componer la pérdida que acuña el tiempo sirven para colorear el rostro humano que mece los vaivenes del mismo en las formas tradicionales, en las artes y las vidas. Los cuidados, siempre precarios y divididos, son tratados con la misma fuerza que impone el cineasta japones al plano, a la secuencia. Movimientos relacionales donde vida y arte se mezclan para pintar la vida del afamado barrio.


Las relaciones humanas tienen aquí el halo de un juego donde el dinero compra toda dignidad, donde el amor queda desdibujado no sólo por el color de lo yenes o la teatralidad específica de un ser, sino por el desdibujado patrocinio de unas relaciones familiares que cariacontecen a través de la afinidad comercial. O sirves a los intereses o no sirves para nada, y de ahí al suicidio hay un paso, que se lo digan al propio Yawabata con el comenzaba el post, pues el amor es como esas mil grullas evanescentes que evoca el literato, una relación que también puede ser comprada, adulterada pero a la vez compasiva y engrandecida como la propia dignidad que se pierde en cualquier relación.  

jueves, 18 de septiembre de 2014

Boyhood. Richard Linklater. 2014.



Si sabes utilizar las redes sociales puedes conocer qué estreno merece la pena ver de verdad, así me ha pasado alguna que otra vez y a pesar del cierto prejuicio que puedes formarte por la anticipación de expectativas, siguiendo lo significativamente bueno acabas por acertar como ocurre con el arriesgado y dilatado proyecto de Linklater, conocido por su virtuísmo experimental. 

Experimento en cuanto a esa dilatación de la grabación, pues su film parece solo experimentar con la realidad, que no es poco ni nada. Querer palpar la realidad de la vida, la sustancia que componen todos esos momentos que marcan indefectiblemente a los seres que habitamos este mundo requiere de dotar de la mayor verosimilitud a los actores, manejar el tiempo fílmico al hilo del real, anotar los cambios que obedecen en los cuerpos, no sólo en las ideas. Quizá algunos señalen que este sea el mérito de un film, que sin saberse a más, tampoco se postula para menos, alimentándose no sólo del cuidado aparente de unos actores y sus temporalidades, sino de un plan y un guión basados en esos momentos difusos que nos delinean, de ese momentum latino que nos impulsa a renacer cada día, a aprender y cambiar sin dañar en demasía ese original si lo hubiere. 

La base de la realidad está atravesada por ese tiempo que nos azota y apremia, por cierta naturalidad, a veces ficticia pues orden y caos juegan su papel en las mentes, en los roles, en las películas y en los espectadores. Visionar tal naturalidad como ocurre en el metraje muy bien llevado de esta historia es un lujo para los sentidos a pesar de no enfrascarse en los tonos melodramáticos que adquieren muchas apuestas audiovisuales recientes. La vida, dura, la americana o la española, la temporal o la de la mente están para ser enfrentadas con las armas que dispone el artista, el espectador. Con mi modesto arsenal solo puedo agradecer ver un estreno, que ni es mucho ni todo, a todo aquel que encendió esa llama de la naturalidad que preside a veces nuestro discurrir por la vida, por el cine.


miércoles, 17 de septiembre de 2014

A Serbian Film. Srdjan Spasojevic. 2010.


Hacía tiempo que quería ver este film prohibido. Lo prohibido, como niño que soy, siempre atrae y despierta la curiosidad tan sana. Y la verdad es que no me ha disgustado para nada al tiempo que compruebo, una vez más, lo puritana que puede ser la sociedad en un tiempo en que pueden verse más cosas reprochables en la dulce cajita del salón de estar.

Como película, como cine bien hecho en su conjunto, la verdad no creo que merezca un recordatorio excelente, ni siquiera mediocre, pero la audacia de tratar el tema pornográfico y la violencia en un mismo mensaje me parece de buen ver. Y más aconteciendo bajo el influjo de la crueldad balcánica donde recientemente se cometieron los crímenes y genocidios más cercanos a nuestra casa, a nuestra gran civilizada cultura (carraspero doble). Poder, violencia enfrentados a un "arte" capitalizado por don dinero y cierta banalidad estética inserta en un supuesto terreno común.


La solución final, aunque un tanto débil, me cogió por sorpresa pues andaba empecinado en un inentendible fallo de guión a causa de unas cintas, pero hete aquí la respuesta, quizá facilona y no muy apropiada para eso que llaman un gran guión pero que, al menos, corrige la presunta brecha en el mismo, dándole al tema la profundidad del eco que recorre un tema por excelencia, y tan tabú en nuestros días en cierto estrecho espacio común.

martes, 16 de septiembre de 2014

El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons). Orson Welles. 1942.


El siglo XIX quizá tenía estas cosas, un buen día borracho te caes sobre el contrabajo delante de tu prometida y la vida cambia y se transforma por completo aun sobreviviendo el mutuo amor profesado. La decadencia aristocrática en su declive y la nueva ola transformadora tecnocrática asomándose por el quicio de nuestras siempre imperfectas e indecisas vidas.

Quizá trate de esto el gran filme del siempre genuino Welles, pero en la cinta apreciamos muchas más cosas que delatan esa escasa racionalidad que queremos atribuir al ser humano y sus precarias relaciones pues la vida social está más impregnada de ese egoísmo del que nos gustaría admitir, aunque también lo está menos del que ciertas teorías pretender atribuir, pero como diría el barman wilderiano, esa es otra historia.


Orson audaz como pocos realiza aquí un equilibrio para aunar el remodelado artístico que intuía en este medio con la poca permisividad que se le otorga tras el “fracaso” y menosprecio de “la obra” anterior cuyas repercusiones parece, sin embargo, que le perseguirían hasta el polvo rondeño. Si con Kane ya exploró ese universo cinematográfico de planos y profundidades hasta un límite insospechado, aquí vuelve a hacer acopio de un repertorio de luces y campos para retratar la impertinencia juvenil y vetusta al tiempo de un tiempo que no espera a nadie, el crecimiento de un amor imposible donde los chismes y la perfidia truncan la posibilidad de unos lazos naturales, a la par que rompen otros mucho más artificiales (a pesar de ese final edulcorado). La horma del zapato nunca es total para quien puede, a otros ni siquiera les hace falta llegar a comprenderla para sufrirla.