sábado, 20 de septiembre de 2014

Los músicos de Gion (Gion bayashi). Kenji Mizoguchi. 1953.


Enfrascado con la obra literaria de Yawabata, que por cierto también fue guionista de un film por ver, me entraron ganas de adentrarme en el universo nipón cinematográfico, y que mejor compañía que la de Mizoguchi. Y no defraudó, pero ¿defrauda este cineasta alguna vez? Apuestas seguras, que es lo que a mi me gusta.

No defrauda porque el rostro humano aparece siempre nítido en los personajes e historias de este cineasta mayúsculo, en los suaves planos que componen la historia de estas dos gheisas que tienen que hacer de tripas corazón por vivir, por vivir una historia reciente donde el capital juega con la poca dignidad que le queda a una tradición, si bien nunca honrosa, que pierde paulatinamente el arte que un día la encumbró en el país oriental. El fraude está en la historia, en la azarosa ruleta de la vida que otorga desprecios y aprecios gracias a la cultura monetaria que define qué podemos llegar a ser. Las simples herramientas cinematográficas para componer la pérdida que acuña el tiempo sirven para colorear el rostro humano que mece los vaivenes del mismo en las formas tradicionales, en las artes y las vidas. Los cuidados, siempre precarios y divididos, son tratados con la misma fuerza que impone el cineasta japones al plano, a la secuencia. Movimientos relacionales donde vida y arte se mezclan para pintar la vida del afamado barrio.


Las relaciones humanas tienen aquí el halo de un juego donde el dinero compra toda dignidad, donde el amor queda desdibujado no sólo por el color de lo yenes o la teatralidad específica de un ser, sino por el desdibujado patrocinio de unas relaciones familiares que cariacontecen a través de la afinidad comercial. O sirves a los intereses o no sirves para nada, y de ahí al suicidio hay un paso, que se lo digan al propio Yawabata con el comenzaba el post, pues el amor es como esas mil grullas evanescentes que evoca el literato, una relación que también puede ser comprada, adulterada pero a la vez compasiva y engrandecida como la propia dignidad que se pierde en cualquier relación.  

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