Enfrascado con la obra literaria de
Yawabata, que por cierto también fue guionista de un film por ver,
me entraron ganas de adentrarme en el universo nipón
cinematográfico, y que mejor compañía que la de Mizoguchi. Y no
defraudó, pero ¿defrauda este cineasta alguna vez? Apuestas
seguras, que es lo que a mi me gusta.
No defrauda porque el rostro humano
aparece siempre nítido en los personajes e historias de este
cineasta mayúsculo, en los suaves planos que componen la historia de
estas dos gheisas que tienen que hacer de tripas corazón por vivir,
por vivir una historia reciente donde el capital juega con la poca
dignidad que le queda a una tradición, si bien nunca honrosa, que
pierde paulatinamente el arte que un día la encumbró en el país
oriental. El fraude está en la historia, en la azarosa ruleta de la vida que otorga desprecios y aprecios gracias a la cultura monetaria que define qué podemos llegar a ser. Las simples herramientas cinematográficas para componer la pérdida que acuña el tiempo sirven para colorear el rostro humano que mece los vaivenes del mismo en las formas tradicionales, en las artes y las vidas. Los cuidados, siempre precarios y divididos, son tratados con la misma fuerza que impone el cineasta japones al plano, a la secuencia. Movimientos relacionales donde vida y arte se mezclan para pintar la vida del afamado barrio.
Las relaciones humanas tienen aquí el
halo de un juego donde el dinero compra toda dignidad, donde el amor
queda desdibujado no sólo por el color de lo yenes o la teatralidad
específica de un ser, sino por el desdibujado patrocinio de unas
relaciones familiares que cariacontecen a través de la afinidad
comercial. O sirves a los intereses o no sirves para nada, y de ahí
al suicidio hay un paso, que se lo digan al propio Yawabata con el
comenzaba el post, pues el amor es como esas mil grullas evanescentes
que evoca el literato, una relación que también puede ser comprada,
adulterada pero a la vez compasiva y engrandecida como la propia
dignidad que se pierde en cualquier relación.
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