viernes, 26 de diciembre de 2014

Yo maté a mi madre (J'ai tué ma mère; I Killed My Mother). Xavier Dolan. 2009



Para llegar a una película existen diferentes caminos, otras formas de acercarse a su universo general donde existen piezas más importantes que otras, y el otro día leyendo una crítica sobre Mommy el nuevo film de Xavier Dolan creí comprender que para enfrentarme a su luz debía antes enfrentarme a las ondas ya dispuestas que conforman el universo de un autor tan precoz como paradigmático en el nuevo mainstream que la otredad instala vendiendo la diferencia como un capital más. Creo que para comprender el universo maternal que viene ofreciendo este director había que enfrentarse con alguna de sus anteriores obras y así, con esa previa información, me adentré en la vida de un adolescente tan brillante como ingenuo, una persona con los propios errores y aciertos que posibilitan un contexto, un dogma, una razón.

El film es muy actual, en tanto que hay demasiada remezcla, se nota que Dolan es un alumno aventajado y sabe copiar, así podemos observar como Wong Kar Way, Gus Van Sant, Leo Carax o Korine alimentan poéticamente una historia tan individual como el reflejo de la sociedad que la concibe. Un drama que tiene que ver más con el ego que con las diferentes causas que provocan el aislamiento del individuo haciendo de su ser, de su diferencia, algo vital para navegar por la condición actual. Apenas existe la crítica o la reflexión sobre el tema pues la sensación principal se refleja en el personaje interpretado por el propio director (excesivo por adjetivarlo de algún modo), cuya relación con el mundo que lo rodea es tan ambivalente como su acción, privativa ante cancerígenos y afirmativa ante el festival orgiástico que celebran las drogas de diseño. Si bien las pinceladas críticas son mínimas, destacar algunos diálogos con la madre así como el estallido de ésta ante la provocativa expresión del director de colegio. Pero poco más, incluso la relación que mantiene con su chico es algo descafeinada, una relación del mismo corte individual que el resto de afecciones del susodicho. Otro rasgo del cine actual, más bien de la narrativa actual, es el desnudo del autor, un poco de pornografía emocional edulcorada y matizada a gusto del consumidor dándole la escasa veracidad que hoy un relato puede ofrecer. Y más cuando el relato se convierte en ese vídeo clip donde la música ofrece el ritmo perfecto para abonar a las imágenes con el seguido crecimiento emocional que pueden provocar. 

Pero se ven grandes maneras, un buen uso del tiempo fílmico que hace que la historia sea amena y entretenida, con pequeñas dosis trascendentales donde el ritmo es acompasado al estilo del cineasta asiático, y con esa narración visual clara y específica que si bien hay veces que no sirve de mucho, es interesante (productos de comida, plano siguiente bici y compra hecha). Ahora me arriesgaré con otra más para comprobar o refutar la escasa evolución temática y lanzarme ante una de las mejores películas del año para muchos, ahí es nada. 

domingo, 21 de diciembre de 2014

El extraño amor de Martha Ivers (The Strange Love of Martha Ivers). Lewis Millestone. 1946.



Qué gran película nos ofrece Milestone descomponiendo una infancia desde el presente, un ahora muy diferente para los tres amigos de la infancia, creando desde la oscuridad del género una trama donde las pasiones humanas van a desbordar en un final digno de la gran tragedia que comprende la realidad en ciertos momentos.

Esta es una película más o menos desconocida, o al menos lo era para mí, que sabe conjugar los elementos de intriga, chantajes, malentendidos, celos, amor, traición etc. que vehiculan cierto tipo de cine negro, más atento a la oscuridad de los deseos humanos, de los sentimientos fúnebres y dolorosos que queramos o no también nos acompañan. El triángulo roto por el tiempo vuelve a juntarse años después para mostrar la corruptibilidad de los sueños, la fragilidad que acompaña al miedo a la pérdida, el destierro que acompaña un saber ser dentro de un contexto que llama a una pertenencia desde los cantos del poder que otorga el dinero. El miedo atenaza cuando todo parece desmoronarse aún por infundadas sospechas y por el crimen moral nunca prescrito en la mente, y aquí el miedo revelará las formas en que la acción humana parece tan irracional como en otros miedos y acciones sumamente ¿racionales? Sin embargo, la entereza del que se sabe coherente con su exilio, con su instalación en un mundo más cercano a los claros afectos llega a vencer a esos otros sentimientos que no pueden si no aceptar su trágico final, el desmoronamiento paralizado mediante un poder y una lujuria que no hacen mas que compensar cierto vacío interior.

No he visto más que cuatro películas de Milestone y cada vez estoy convencido que es uno de los más, más grandes, abarcando todo tipo de géneros y realizando excelentes filmes, contando historias verdaderamente humanas, contando siempre con un elenco de protagonistas tan sorprendente como los propios personajes que recrean. Va a ser hora de indagar un poco más sobre el cine de un gran autor y visionar algo más a ver donde me lleva.

jueves, 18 de diciembre de 2014

El Dorado. Howard Hawks. 1966.



Hay veces que me pregunto por qué el western ha ejercido tanta fascinación y cinefilia, entonces me veo frente a la pantalla un sábado siendo un chiquillo esperando la victoria de los de la caballería o la muerte de ese vaquero malo que entorpecía la vida de esos pioneros en el oeste americano. Me veo afrontando la realidad de los indios que con la edad va conllevando una preocupación más allá de la representación que en general se ofrece, vas alimentando tu cultura visual hasta comprender que el western es algo más que un simple relato, una especie de cortejo mítico que en cierto modo configura el imaginario estadounidense tan necesitado de cuentos identitarios. Los grandes directores han tratado este género explotando las diversas formas humanas que pueden darse en cualquier representación, nos han enseñado que las pasiones humanas son las que insuflan el soplo vital que destila una película, los retazos sensibles que esconde la historia, incluso la de minúsculas. 

En la recepción del film por mi parte se dan este tipo de circunstancias pues no sólo tenemos a uno de los grandes rodando una historia de un western cercano a la crepuscularidad, sino que puedo observar con mayor claridad todo el entramado humano que lo acompaña, desde la amistad forjadora de un nuevo destino hasta el nuevo mundo que es invadido por la recetas "nuevas" del viejo mundo. El asesino a sueldo no puede dejar de ser lo que es, es como dice Jordi Claramonte (Desacoplados. Estética y política del western) un desacoplado, un hombre incapaz de desprenderse de su ser, incapaz, en este caso, de lograr un amor y sin por ello desesperar de su oficio y destino. La mujer, mucho más emancipada que en otros films del género, adopta un mayor protagonismo pero no deja de ser un elemento casi perturbador, con escasa incidencia en la transformación que está ocurriendo, su labor dramática no va si no a poner en luz la incapacidad del héroe para encontrar la fórmula burguesa por excelencia, el matrimonio que ata a aquellos espíritus salvajes que a golpe de disparo son capaces de entender la muerte brutal como algo natural. La aceptación de la violencia subyace a la creación de un mito que hoy se pregunta cosas tan incoherentes con otros valores que se dicen defender que causa estupor (léase Carta de América tras el 11S).

No es la mejor obra del autor, es un film, como decimos, que intenta ver esta óptica mitológica fundacional desde una perspectiva diferente, los grandes espacios son acotados por un lugar donde la ley, aún salvaje y demandante de orden, espera ser la clave frente a los pistoleros. La amistad como lazo que une llegará a ser el vehículo que conforme el propio orden que necesita la ley para triunfar, ley y valor que garanticen el mundo por crear, que defiendan la propiedad privada incluso más allá de la vida, y pueda superar los sinsabores que ofrece el ámbito femenino para el patriarcado, el dolor que causa el poco amor que no saben recibir nuestros maduros héroes. Salir del desamor desde el amor a la botella nos lleva a una resaca inocente, animada por un extraño ser, a caballo entre la civilización que conforma el río Missisipi y la venganza que clama su viaje con puñales en su cinto. Un ser de ensueño para nuestro jaquecoso sheriff, un ser que adquiere el aura del vaquero gracias a la nueva tecnología, al mercantilismo que va a propagar hasta el ideologismo extremo el rifle, y sus consecuencias. Un ser que también va a ser convertido en una ley tan difusa como el juramento magistral que filma Hawks. Director que enfoca el tema desde una óptica entretenida, con ciertos toques de humor que descargan al film de la grandiosidad del clásico western donde la mitificación era tan pura y virginal como los escenarios que encarnaba. Los tiempos han cambiado y abordar un género que se veía acabado con las grandes obras de las décadas anteriores es una tarea difícil cuando se tienen tal nombre en el gremio, pero Hawks conoce su oficio y sabe trasladar una historia normal en una gran película donde dan cabida distintas pasiones humanas aderezadas con las pinceladas de la historia del género, con el contexto fílmico y con el cuento ideológico que comporta una identidad cerrada.

martes, 16 de diciembre de 2014

El espía de dos cabezas (The Two-Headed spy). André De Toth. 1958.



Sentimientos enfrentados ante este film de un autor que si es algo es eso, autor, un buen hacedor de películas, de historias muy sólidas independientemente del elenco de actores, del presupuesto o de otras ficciones que no sean las propias del acto creativo. Por ello mismo el film se muestra como una nota más de la gran labor de un director que logra hacer una gran película cruzando géneros como el bélico, el cine negro y el thriller para narrar una historia quizá demasiado increíble pero muy lograda tanto en su forma histórica como en la ficción cinematográfica que la representa. Pero al mismo tiempo esa historia quizá demasiado elevada confrontada junto a la especial dedicatoria a Alexander Scotland dan mucho que pensar al destacar a un personaje un tanto oscuro tras la creación de esas prisiones para los interrogatorios un tanto crueles, por suavizar, para con los derechos humanos. De ahí el sentimiento enfrentado al ver una buena realización técnica al servicio de una idea sobre el ser humano y sobre la guerra en particular un tanto distraída.

La historia es mejor verla, una gran historia donde caben los espías, la amistad, el amor, el odio y todos esos sentimientos que suelen poblar una buena historia. Realizada magistralmente va dando detalles de ciertos sucesos históricos y otros fabulados para adornar tanto la historia como ese punto negro que no veo tan cómodamente al deslizar el ámbito victorioso al bando del realizador, del creador (recordar que la asistencia fue a cargo del propio Scotland). Los detalles se solucionan con unos simples planos de archivo, incluso el propio führer es trasladado al punto de no visión, para que gastar más de lo imprescindible y recibir posibles críticas por algo que no aporta nada relevante al desarrollo del drama. Un drama estupendamente interpretado por unos actores que no necesitan ser de primer orden pues con ser bueno en su trabajo es suficiente para la creación de unos personajes perfectos. Pedazo de actores esos que llaman secundarios, no te digo.

Mi crítica es muy velada desde que no me gustan los buenos, o lo que entiende la mayoría por los buenos. No me gusta el engaño ni la exaltación deliberada de actos e ideas fuera de cierto orden humano, de respeto por otras posturas y otras historias no tan oficialistas pero de gran sentido crítico. Ello no puede impedir ver la grandeza de un gran film, de una estupenda realización técnica que ofrece una entretenida y emotiva historia de amor, y ahí todo cine, toda imagen no puede errar por mucho que quiera, el amor es tan inatrapable como extraño y cual filosofía siempre en vuelo intentando comprenderse y atraparse, aún despegando tarde, su elucidación nos es necesaria.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Recuerdos del porvenir (Le souvenir d'un avenir; Remembrance of Things to Come). Chris Marker y Yannick Bellon. 2001.





Se ha ido para nunca volver
y sólo está ahí para mí 
el recuerdo de un porvenir 
que se creyó de la especie humana.

Claude Roy.


La máscara de la historia posibilita crear estos recuerdos del porvenir a través del archivo fotográfico de Denise Bellon que tan coherentemente mezclan Chris y Yannick prefigurando en cierto modo la idea de lo que luego se materializará en aquello que llamamos historia. Puede parecer fácil superponer desde el presente un pasado retratado al hilo proyectado por los acontecimientos futuros de esa imagen que conforma el retrato, pero la pareja de autores consigue atrapar al espectador no solo con la fotografía de Bellon madre, si no con ese entramado histórico que irradia la fotografía tras el descubrimiento del cuerpo y del cielo, tras esa concepción del tiempo vertiginosa donde aquello por aparecer tiene un correlato en algún recoveco humano, en algún tiempo o espacio tan diferentes al nuestro como igualmente parecido. Los aires de familia del tiempo y sus ideas crean máscaras desde las cuales la interpretación se torna difusa y compleja.

Las máscaras de los hombres posibilitan el reflujo viviente de toda imagen, esa interpretación que espera a cada momento para ser dignificada, exaltada. Existen máscaras de época que reprogramadas adecuadamente se perpetúan en un auténtico círculo vicioso que no hace si no repetir aquellos conflictos humanos más elementales. Los surrealistas van a reflejar aquí el carácter dinámico de la historia, de las imágenes y sus significaciones, de las contradicciones de muchas de las garantías de la imagen que sometida al imperio de la representación fijan significados de muy distinto valor. Con ellos, auténticos valedores de la nueva representación, comienza el collage, el devenir de un tiempo de preguerra convertido en anteguerra por la mirada de los cineastas. Una mirada fundamental en fotografía, sobre todo sosteniendo la de los otros (una de las mejores definiciones de lo que es ser fotógrafo que he escuchado), o simplemente para instalarse y ver diferente e igual, como Duchamp. Conservar la mirada requiere de tender los propios puentes que fotografía Bellon, aquellos viejos nombres trastocados por nuevos acontecimientos, salvaguardar con la sensibilidad del hombre aquel espacio que acota con su cámara, salvaguardad los nitratos aunque sea en una bañera o disfrazados en carritos.

La máscara del arte es múltiple y posibilita su propia variedad, su excéntrica capacidad de abarcar un amplio espectro de manifestaciones y sentidos. Y aquí serán las grandes exposiciones universales las encargadas de validar el futuro desde el pretérito representado por la fotógrafa, en ellas la presencia de la guerra destila imperceptiblemente de modo tan sutil como la conciencia de la colonización cuyas aristas serán desvirtuadas desde la propia alfabetización y sumisión al patrón cultural dominante. Los desplazados, los olvidados y todo aquello sumergido bajo la óptica occidental son el reflejo de una comunicación coaccionada por el éxito de la venta, por el negocio de una revista que publica la visibilización de un colectivo como el panfleto más contradictorio contra el ser humano. La historia y el arte se vuelven máscaras para crear en el juego de espejos de las ideas la sinrazón del nuevo genocidio, de viejos encuentros con una muerte a la que se alude desde la conciencia nacional, desde la posición defensiva que truca el acero en vil metal, las esperanzas en decepciones, para restituir así el sentido de la máscara que hoy nos acompaña.

martes, 2 de diciembre de 2014

Los inocentes (The Innocents) Jack Clayton. 1961.



Los inocentes aquí somos los espectadores que hemos de tragar una historia nada clara, más bien oscura, de una vaguedad tal que al final uno acaba sin distinguir si la locura gana la batalla a los fantasmas que pueblan las mentes o ha sido al revés y en verdad vimos un fantasma tras el cristal y en el lago. Clayton ha jugado con nosotros en ese círculo vicioso que arranca con esa melodía que atraviesa incluso el logo y la música de la productora y que continúa con el plano donde el arrepentimiento da lugar a la historia, al cuento de una institutriz capaz de aceptar un trabajo donde quizá un niño la bese por primera vez.

Los inocentes no sólo son los niños que sin la conciencia desarrollada para el bien o el mal apenas pueden salir de ese estado de cándidez que a veces los emparenta con la locura, con la deficiencia psicológica que a menudo transforma a los adultos. Inocente resulta ser también la criada, la institutriz, que ligadas a los hechos concatenan teorías para poder sobrevivir con ello, ya sea la muerte indigna de los compañeros o las visiones que acompañan a sus fallecimientos para según que personajes. Inocentes son todos los protagonistas, incluso el dueño de tan maravilloso palacio, pues para ser culpable se necesita la mala fe, el actuar a sabiendas de los efectos que traerá tu acción, conociendo el destino de los propios actos.

El culpable, a fin de cuentas no son otros que los autores del film, el director que basa su relato en una novela de Henry James, los escritores William Archibald, Truman Capote y John Mortimer que dan vida a los diálogos adaptando la novela para lucir esa confusión reinante donde la verdad queda tan lejos como su inocencia. Grandes maestros de la letras son conjugados en una prodigiosa oferta visual, con una fotografía en blanco y negro panorámica portentosa, con la claridad y oscuridad justas en los momentos precisos, con una variedad de planos que hacen inoportuno tener que explicitar más allá de lo debido la angustia que remarcan ciertos valores de plano tan manidos. Con una banda sonora que se apropia de una melodía para hacer temblar, repitiendo esa sinfonía de modo narrativo y poético logrando el efecto deseado y que luego van a imitar tantos otros. Quizá no sean del todo culpables si has podido entrever la certeza de la historia, si has podido comprender que matar no es cuestión de fantasmas si no de la arrolladora realidad que nos circunda, que el egoísmo de un tío rico y vividor puede hacer más daño que una desafortunada institutriz.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Hacia Broadway (Harold apasionado, Amor y poesía) (Bumping Into Broadway). Hal Roach. 1919.



El chico de las gafas ya había aparecido con fortuna en otros films y daría para muchos más para rivalizar con el par de artistas con los que formaría el llamado triunvirato cómico del cine mudo. En este film como en los siguientes va a ir forjando esa imagen tan distinta a los personajes de Chaplin o Keaton, un personaje muy cercano a el público que quiere ir ganando el cinematógrafo por esos años de salida definitiva de la barraca. Así nuestro hombre de gafas se enfrenta a una situación elementalmente burguesa, a ese liberalismo que define al hombre desde la superación y los sueños, desde una acrítica posición que sólo mira el futuro intentando no padecer el presente. Nuestro muchacho perseguido por la casera y sus recibos se enreda en una situación amorosa desde el cinismo, saliendo airoso de las distintas persecuciones y situaciones que le impone el camino al que desea llegar. El dinero es la búsqueda sempiterna de un ser que no va a Broadway por el arte que pueda destilar por esos lares, sino por todo aquello que significa el verde papel en el mundo, es decir, supuesta felicidad. Para ello no duda muy al contrario que sus rivales incluso de abofetear a otros personajes, pedir cuentas y mentir para conseguir la satisfacción del deseo primario. La historia, tan manida posteriormente nos hace ver la escasa creación existente en la ficción en general, lo de siempre pero al principio, como para entender un poco con aquello que llamamos historia del cine.

De la película en sí mucho que destacar pues Lloyd en esa época ya comienza a ser un maestro en eso de hacer piruetas tanto fílmicas como físicas, recurriendo a un montaje ágil y a una puesta en escena con un movimiento acelerado tanto de personajes como de acciones. Todavía no posee la dirección técnica total de sus proyectos ni la audacia para colocar la cámara en esos lugares tan insospechados como espectaculares de sus obras maestras posteriores, pero ya se atisba un gusto por el uso de planos variados, de encuadres diferentes y ese veloz ritmo que acompañan a sus películas.

Decepcionado al esperar otra cosa del film, al tener puesta la expectativa en otro lugar, en otro género donde esperaba ver algo más humano y poético, pero es lo que tiene ver películas sin referencias, sólo por un título que te llama la atención (y por el autor, como no) y que tenías pendiente hace tiempo. Y al mismo entusiasmado al ver otras producciones "menores" de un maestro de esto de las imágenes, aunque fuera por su causa, pues siempre se aprende y puedes observar la evolución de un hombre como Lloyd, uno de los pioneros que dejaron una huella quizá demasiado alargada, demasiado acompasada a otros derroteros más allá de la imagen pero que la acompañan en esta sociedad espectacularizada.