martes, 2 de diciembre de 2014

Los inocentes (The Innocents) Jack Clayton. 1961.



Los inocentes aquí somos los espectadores que hemos de tragar una historia nada clara, más bien oscura, de una vaguedad tal que al final uno acaba sin distinguir si la locura gana la batalla a los fantasmas que pueblan las mentes o ha sido al revés y en verdad vimos un fantasma tras el cristal y en el lago. Clayton ha jugado con nosotros en ese círculo vicioso que arranca con esa melodía que atraviesa incluso el logo y la música de la productora y que continúa con el plano donde el arrepentimiento da lugar a la historia, al cuento de una institutriz capaz de aceptar un trabajo donde quizá un niño la bese por primera vez.

Los inocentes no sólo son los niños que sin la conciencia desarrollada para el bien o el mal apenas pueden salir de ese estado de cándidez que a veces los emparenta con la locura, con la deficiencia psicológica que a menudo transforma a los adultos. Inocente resulta ser también la criada, la institutriz, que ligadas a los hechos concatenan teorías para poder sobrevivir con ello, ya sea la muerte indigna de los compañeros o las visiones que acompañan a sus fallecimientos para según que personajes. Inocentes son todos los protagonistas, incluso el dueño de tan maravilloso palacio, pues para ser culpable se necesita la mala fe, el actuar a sabiendas de los efectos que traerá tu acción, conociendo el destino de los propios actos.

El culpable, a fin de cuentas no son otros que los autores del film, el director que basa su relato en una novela de Henry James, los escritores William Archibald, Truman Capote y John Mortimer que dan vida a los diálogos adaptando la novela para lucir esa confusión reinante donde la verdad queda tan lejos como su inocencia. Grandes maestros de la letras son conjugados en una prodigiosa oferta visual, con una fotografía en blanco y negro panorámica portentosa, con la claridad y oscuridad justas en los momentos precisos, con una variedad de planos que hacen inoportuno tener que explicitar más allá de lo debido la angustia que remarcan ciertos valores de plano tan manidos. Con una banda sonora que se apropia de una melodía para hacer temblar, repitiendo esa sinfonía de modo narrativo y poético logrando el efecto deseado y que luego van a imitar tantos otros. Quizá no sean del todo culpables si has podido entrever la certeza de la historia, si has podido comprender que matar no es cuestión de fantasmas si no de la arrolladora realidad que nos circunda, que el egoísmo de un tío rico y vividor puede hacer más daño que una desafortunada institutriz.

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