Para llegar a una película existen diferentes caminos, otras formas de acercarse a su universo general donde existen piezas más importantes que otras, y el otro día leyendo una crítica sobre Mommy el nuevo film de Xavier Dolan creí comprender que para enfrentarme a su luz debía antes enfrentarme a las ondas ya dispuestas que conforman el universo de un autor tan precoz como paradigmático en el nuevo mainstream que la otredad instala vendiendo la diferencia como un capital más. Creo que para comprender el universo maternal que viene ofreciendo este director había que enfrentarse con alguna de sus anteriores obras y así, con esa previa información, me adentré en la vida de un adolescente tan brillante como ingenuo, una persona con los propios errores y aciertos que posibilitan un contexto, un dogma, una razón.
El film es muy actual, en tanto que hay demasiada remezcla, se nota que Dolan es un alumno aventajado y sabe copiar, así podemos observar como Wong Kar Way, Gus Van Sant, Leo Carax o Korine alimentan poéticamente una historia tan individual como el reflejo de la sociedad que la concibe. Un drama que tiene que ver más con el ego que con las diferentes causas que provocan el aislamiento del individuo haciendo de su ser, de su diferencia, algo vital para navegar por la condición actual. Apenas existe la crítica o la reflexión sobre el tema pues la sensación principal se refleja en el personaje interpretado por el propio director (excesivo por adjetivarlo de algún modo), cuya relación con el mundo que lo rodea es tan ambivalente como su acción, privativa ante cancerígenos y afirmativa ante el festival orgiástico que celebran las drogas de diseño. Si bien las pinceladas críticas son mínimas, destacar algunos diálogos con la madre así como el estallido de ésta ante la provocativa expresión del director de colegio. Pero poco más, incluso la relación que mantiene con su chico es algo descafeinada, una relación del mismo corte individual que el resto de afecciones del susodicho. Otro rasgo del cine actual, más bien de la narrativa actual, es el desnudo del autor, un poco de pornografía emocional edulcorada y matizada a gusto del consumidor dándole la escasa veracidad que hoy un relato puede ofrecer. Y más cuando el relato se convierte en ese vídeo clip donde la música ofrece el ritmo perfecto para abonar a las imágenes con el seguido crecimiento emocional que pueden provocar.
Pero se ven grandes maneras, un buen uso del tiempo fílmico que hace que la historia sea amena y entretenida, con pequeñas dosis trascendentales donde el ritmo es acompasado al estilo del cineasta asiático, y con esa narración visual clara y específica que si bien hay veces que no sirve de mucho, es interesante (productos de comida, plano siguiente bici y compra hecha). Ahora me arriesgaré con otra más para comprobar o refutar la escasa evolución temática y lanzarme ante una de las mejores películas del año para muchos, ahí es nada.
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